30 de abril de 2015

La política, ¿arte de lo posible? ------

UN AGRAVIO A LA COHERENCIA
O UN HIMNO A LA HIPOCRESIA

   Es probable que la democracia recuperada allá por el ’83 del siglo pasado no haya madurado lo suficiente, como para que el ciudadano llegue a entender algunas situaciones francamente controvertidas, que lo ahogan en el desconcierto.
   En los últimos tiempos y desde todo el amplio arco de las ideas y los pensamientos, hubo un abuso de aquella frase aristotélica que también se atribuye a Maquiavelo, Bismarck y otros ilustres pensadores: “La política es el arte de lo posible”, utilizada a mi entender no tanto como didáctica y sesuda explicación, sino como justificación de ciertas sinuosas actitudes.
   Denostar, descalificar y estigmatizar al adversario son parte del percudido folklore precomicial de los argentinos, y es por eso que ya no sorprende a nadie y ni siquiera a los destinatarios de los epítetos y las imprecaciones, quienes se esmeran por elaborar frases hirientes con lo que creen oponer conceptos que reemplazan a la propuesta y al maduro y respetuoso debate.
   Un día son protagonistas de olvidables duelos verbales y de buenas a primeras aparecen tomados con las manos en alto proponiendo coincidencias acordadas, como si todas las ofensas, las injurias y los desprecios se hubieran arrinconado, ya inútiles, en un rincón del arcón donde pasan a hibernar las amnesias.
   Quiero adherir a los transparentes conceptos del político nicaragüense Edmundo Jarquin, cuando sostiene que “…desde el punto de vista de los principios y valores que deben inspirar la acción política, si la política se piensa desde la perspectiva del bien común, es muy discutible el valor ético de la “política como el arte de lo posible” pues fácilmente puede conducir al cinismo y a posiciones acomodaticias con el poder y el interés personal, más que al interés de la sociedad. La famosa expresión “la calle está dura”, para justificar la permanencia en cargos públicos por un sueldo aunque se viole la ley, es un ejemplo de derivación cínica de “la política como el arte de lo posible”.
   No considero serio practicar, más allá de la sospecha de “panquequismo”, la pésima costumbre del fin que justifica los medios cuando de eternizarse se trata, buscando con avidez la sumatoria de votos que los aleje del fracaso, por encima de las coincidencias en el pensar y en el hacer que puede ser el camino hacia el éxito propio y el bienestar de la ciudadanía.
   Contra los egoísmos ideológicos no hay vacuna, pero existe el castigo de la gente, en consonancia con el pensamiento de Pascal, quien sentencia que “El yo es insaciable”, concepto acrecentado en el caso particular de los políticos por la soberana vigencia de la sensualidad que adorna al poder.
   Es también muy probable entonces, que debamos acostumbrarnos a los acuerdos partidarios abandonando esa rigidez que habla de los principios y las banderas; de las místicas, los compromisos y las glorias; de las luchas, los triunfos y las derrotas, porque más valiosa que todos esos líricos componentes estará aquella atractiva y mágica lujuria que destroza barreras y lealtades para parir un nuevo estilo de hacer política y conquistar la jerarquía y el mando.
   Ni más ni menos que la coherencia histórica derrotada por lo que se calificará como una necesaria hipocresía.
Gonio Ferrari

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