Hoy es el día nuestro, de los que abrazamos
la cultura del trabajo, que no deja de ser una innegociable convicción que nos
enaltece ante la sociedad.
No hay para qué extendernos en discursos,
sino más bien en una especie de enunciación de principios, que hacen a la
dignidad de trabajar.
Es día propicio para ofrecer un humilde
reconocimiento a todos los dirigentes sindicales que ofrendaron buena parte de
sus vidas en la diaria fragua de la lucha gremial, sin claudicaciones ni privilegios;
a los que siguieron siendo ejemplo de fervor laboral en su trabajo cotidiano y
no vivieron prendidos a la licencia que contempla la ley, en cuyo nombre se
cometen tantos abusos.
Quiero eximir de este reconocimiento, por
estrictas cuestiones de justicia, a los que se sirven de su condición de
dirigentes en provecho propio, de sus familiares, de los amigos y de las
amigas, porque no merecen figurar en el cuadro de honor de los honestos.
Quiero, en definitiva, valorar el esfuerzo
de tantos hombres y mujeres que se dignifican laburando, sacrificando su
descanso, buscando siempre algo más para hacer; para sentirse útiles, para
saberse capaces, que es la manera más maravillosa de sentirnos libres y
comprometidos con el futuro.
El actual marco referencial no es el mejor,
con el creciente número de desocupados reflejado en las estadísticas serias, el
deterioro del salario en su poder de compra, una inflación tan agazapada como
negada que nos castiga sin misericordia y la injuria que significa la
confiscación de una parte del salario, disfrazada de impuesto a las ganancias.
Por otra parte las becas a la vagancia
(algunos les llaman planes sociales o subsidios) no hacen otra cosa que robar
la poca nobleza que les queda a muchos argentinos, que prefieren eso: la dádiva
en lugar de transpirar, precisamente para enaltecer y adecentar lo que cobran.
Debemos reconocer también la culpa de muchas
empresas que cuentan con dos curiosos mecanismos destinados a la reducción de
sus planteles: las tecnologías aplicadas a mansalva y el ultraje del pago en
negro, no para beneficiar al trabajador sino como otra perversa manera de
evadir tributos e impuestos que el Estado necesita.
Seguramente con la madurez democrática que aún no hemos alcanzado pese a
sus 32 años ininterrumpidos de vigencia, llegará el momento en que la
sinceridad se coloque por encima de la especulación.
Y se haga carne en los argentinos aquello que sostenía Perón como parte
de sus 20 verdades: “No existe para el peronismo más que una sola clase de
hombres: los que trabajan; el trabajo es un derecho y es un deber, porque es
justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume”.
Y Ghandi, que de luchas y sacrificios algo
sabía, sostuvo tiempo atrás que “Dios ha creado al hombre para que gane su
sustento trabajando, y ha dicho que aquel que come sin trabajar, es un ladrón”.
Gonio
Ferrari
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