Con Francisco “El Polaco” Delich tuve siempre una relación cordial, amable, sin que llegáramos a ser amigos con todo lo que encierran el vocablo y la condición de tal. Varias veces nos encontramos coincidiendo en vuelos a Buenos Aires o regresando a Córdoba.
Dueño de un espíritu inquieto, crítico y agudo observador de la realidad social, profundamente analítico y enormemente democrático.
Sostenía que un título profesional no era la cúspide sino un escalón de subida hacia la sabiduría, lo que obligaba a la permanente superación en el estudio.
En uno de los aspectos que concordamos como almas gemelas, era en nuestra común adicción al trabajo y sustentábamos como estilo de vida que dejar de trabajar era comenzar a despedirse.
Y así se fue, silenciosamente como vivió, sin dejar de rendir diario culto a sus convicciones y la historia tiene ahora otro rico personaje para incluir con toda justicia en sus páginas más brillantes.
Fue un ejemplo en muchos aspectos más allá de lo profesional, lo político y lo académico, porque el título de buena persona, en una sociedad cambiante e hipócrita como la nuestra, es el más difícil de conseguir y Francisco “El Polaco” Delich se lo llevó en el alma y a la eternidad.
Gonio Ferrari
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