Con escaso o casi nulo despliegue en el conocimiento de la gente, se conmemora hoy el Día del Camarógrafo, en homenaje al periodista y camarógrafo argentino Leonardo Henrichsen, quien pasó a la historia como el “camarógrafo que filmó su muerte”, mientras trabajaba como corresponsal en Chile de Radio Televisión Sueca cubriendo el “Tanquetazo” (la primera demostración militar de fuerza contra el gobierno de Allende), y fue baleado a una cuadra del Palacio de La Moneda, en la capital trasandina, por un efectivo del Ejército partícipe del alzamiento.
Henrichsen documentó su propio fusilamiento.
Tengo alguna experiencia, mínima como practicante de la cámara, pero bastante intensa en cuanto a seguirlos de cerca, a ser parte menor de su sacrificio, de su responsabilidad por mostrar la realidad.
¿Qué sería de los carteludos periodistas de la televisión mundial, sin los camarógrafos?
La tarea de esos famosos quedaría reducida al relato, como resultado de la imaginación de cada oyente o televidente.
Viene entonces la pregunta para todos los que mandan, o dicen mandar en la televisión argentina: ¿por qué se oculta la identidad de los camarógrafos, y solo se resalta la tarea del periodista, en las grandes notas?
¿Por qué el gremio que los cobija no exige trato igualitario, que termine con la discriminación profesional?
¿Es que los periodistas notables temen regalar una parte de su protagonismo?
Más allá de las cuestiones afectivas que me unen a estos ladrones de instantes irrepetibles, quiero saludarlos con un abrazo y decirles que por encima de su dedicación, de que siempre están más cerca del peligro que nosotros, los admiro por su valentía y su nivel de compromiso con las imágenes, que son la máxima verdad.
Porque al relato, al bla-bla, honesto o no, certero o no, lo manejamos nosotros.
A lo mejor es por eso que los envidio un poquito.
Gonio Ferrari
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