Desgrabación de los comentarios del periodista Gonio Ferrari en
su programa “Síganme los buenos” del 19/06/16 emitido por AM580 Radio
Universidad de Córdoba.
DIA
COMERCIAL DEL PADRE
Antes que nada, mi posición personal de siempre frente a estas
celebraciones impuestas por el consumismo que cuando es exacerbado, moviliza
multitudes ansiosas de endeudarse en la mayoría de los casos abusando del
dinero plástico que genera lamentos cuando llega el resumen.
No hagamos de la paternidad una simple
cuestión de números, pero si encaramos para ese lado, veamos un caso que puede
ser emblemático, y no sé si imitable.
Un tal Igor Vassilet, corpulento granjero
ruso, le provocó a su esposa allá por 1816 nada menos que 27 embarazos, varios
de ellos múltiples para llegar a una nutrida descendencia de 69 hijos.
La señora rusa -única mujer que habitaba por
esas heladas lejanías- estuvo embarazada 20 años y 3 meses de su vida, lo que
llevó a que el pobre Igor se pasara 1.080 días en cuarentena, equivalentes a ¡tres
años! de obligada abstinencia y castidad.
Venancio es un vecino de Villa La Mosca, en
los suburbios de un pueblito cordobés, que en 25 años de matrimonio flojo de
papeles y con la misma mujer, tuvo un solo hijo.
Venancio es tan padre como lo fue Igor.
Más allá de las sensiblerías que se escuchan
y se miran en radios y pantallas por estos días, es que prefiero hablar más
como hijo que como padre en un día tan especial, despojándolo como les apuntaba
al principio, de sus costados comerciales.
Y me parece atinado que de los padres, o de
su padre, hablen mis hijos, un par de tesoros que me regaló la vida con el
imaginable amor.
Mi Viejo el “Coco” Ferrari como muchos lo
conocían, era un laburante empedernido, adicto al esfuerzo, al sacrificio y al
compromiso, que fue guarda de tranvía, vendía apuestas en el hipódromo,
empleado administrativo en la vieja Casa Vives de la calle Dean Funes y se
murió demasiado joven a los 42 años, cuando había llegado a ser administrador
del actual Hospital Córdoba que por entonces se llamaba Eva Perón.
El Coco era un apasionado, buena persona,
peronista de los de antes, respetuoso, decente y de excelente y contagioso
humor.
En homenaje a su memoria necesito agregar
que le encantaban las bromas, las morochas de ojazos oscuros y los sanos entreveros
de luchita a los almohadazos con los cuatro vándalos que éramos sus hijos.
Pero se fue, partió, dejó de ser materia y
se transformó en recuerdo y en ejemplo.
Prefiero extrañarlo y atesorar en el alma al
tipo vital, enérgico, risueño, fanático del trabajo, buscando siempre algo para
hacer que le sumara para equilibrar el presupuesto.
No es para convocar a una nostalgia que
viene sola, con su dulce carga de momentos únicos, porque no es malo extrañar o
llorar al que se fue, aunque es más positivo recordarlo vivo y homenajear sus
valores que fueron guía para sus hijos.
Y si hoy lo tiene cerca a su Viejo apriételo.
abrácelo, béselo y si todavía no es pelado despéinelo y dígale solamente esa
breve, seductora y maravillosa palabra: Papá …
Y aunque le regale solamente amor y el
merecido agradecimiento, no se imagina lo mágico, pero mágico en serio, que es
escucharla.
REFUGIO PARA “LA BURRA” Y
HOMENAJE AL TIO PATILLUDO
En la marginalidad del hampa se utilizan términos que han superado al
lunfardo y que sin llegar a constituir un “slang” como el que aplican en los
bajos neoyorkinos o en los suburbios londinenses, no deja de inspirar
curiosidad cuando trascienden y la sociedad en su conjunto se entera de su
existencia.
Esconder algo valioso que ha
sido malhabido, aún se practica en pozos cavados y aislados del agua, la tierra
y la humedad, debajo de un mosaico determinado cuya ubicación en la casa
“aguantadero” es conocida por unos pocos “beneficiarios” del botín. Allí
también se esconden armas y municiones.
Son asimismo parte de viejas
historias los amuramientos, que es cerrar cavidades en las paredes como si
fuera un muro normal, en casos empapelado o coquetamente pintado, a donde las
novelas policiales refieren que incluso dejaron a más de un ser humano
condenado a una espantosa muerte entre sordos alaridos, decretada por los
integrantes de la gavilla.
Otra
de las maneras de aislarse de pruebas comprometedoras como es la tenencia de
dinero “físico” en papel contante y sonante o metálico, solía ser habitual en
los funcionarios venales de algunos países africanos o fuera de esa geografía,
no tan importantes en el concierto mundial: gestionaban cuentas en Suiza donde
les ofrecían absolutas garantías de secreto y discrecionalidad y allí dejaban
el producto de sus fechorías.
En
varios casos fue una buena manera de preservar el dinero hasta que se dieron
algunas situaciones más que curiosas, producto de la mafia que, aunque pocos lo
hayan creído, existía entre los helvéticos que al conocer acabadamente el
origen delictivo de esos fondos, cuando se los iban a reclamar negaban su
existencia y el valor de algunos acuerdos firmados, a la vez que amenazaban con
hacer conocer esa situación en los países saqueados por sus desleales ex
gobernantes. Y se quedaban con todo y los “pícaros” angurrientos sin derecho ni
ganas de protestar.
Panteones, nichos, sillones,
ataúdes, entretelas de sobretodos, arcones blindados, anaqueles de heladeras,
barriles con oscuros líquidos y doble fondo, paneles interiores de vehículos,
quillas de barcos, ruedas de aviones y en centenares de lugares inimaginables
se escondieron fortunas cuya recuperación corrió suerte diversa y no existen
estadísticas al respecto.
En viejas capillas de siglos
atrás, oratorios, iglesias y catedrales seguramente contaban con espacios
secretos para esconder tesoros al resguardo de los pillos.
Viajando en el tiempo, sabemos
ahora que “la burra” es el nombre que para los “soldados de la causa”
enrolados en la corriente depredadora de los “K” -sin dejar de reconocer que
también había algunos decentes- tenían los dineros producto de coimas,
“retornos” y otras maniobras que se perpetraron a lo largo de la década ganada
(que lo fue para muchos) para apropiarse de fondos del tesoro nacional,
mientras declamaban sus intenciones destinadas a los desposeídos y marginados, con
el mentiroso rótulo de la inclusión social.
Lo del Ing. López no es un hecho aislado, como lo
demuestra la historia que recién se está escribiendo en borrador, ni es el
producto de una “operación” como lo delira la impune y cloacal bocaza de doña
Hebe, ni el infantil desconocimiento acerca de esa rapiña por parte de De Vido,
de la Señora Que Ya Fue o de la ciega, nostálgica y sorda militancia del
fracaso.
Se trata del “dinero físico” que
embriagaba a El Que Partió, a quien le encantaba verlo, olerlo y abrazarlo
emulando a lo que de chicos pensábamos que era una fantasía, cuando mirábamos
en las revistas al Tío Patilludo nadando en su piscina repleta de dinero.
La Justicia, aunque no es tanto
que haya pisado el acelerador, al menos ha soltado el pedal del freno y viene
apurando las acciones tendientes a poner en claro lo del convento de las
monjitas, que es solo un resonante episodio por sus características, pero que
en lo cuantitativo y a la luz de lo que se viene ventilando, no sería otra cosa
que “un vuelto”.
López no está loco pese a que la
endeble defensa de la cumbiera tienda como siempre a
farandulizar la situación
y le haya aconsejado que obrara como tal. Lo bueno es que por lo general la
cercanía de una celda frunce el que te dije, afloja memorias y destroza
silenciosos pactos.
Y si De Vido y la Señora Que Ya Fue sostienen que ignoraban las oscuras maniobras de su empleado jerarquizado y de absoluta y añeja confianza, no deja de ser un insulto hacia la propia y pretendida inteligencia de ambos. Y en cuanto a las monjitas destinatarias de tantas limosnas, visitas y regalos, el mismísimo Papa Francisco debiera activar sus mecanismos de sospechas, esos mecanismos que cualquier alto dignatario posee.
“La burra” que ya está a buen
recaudo en manos de la Severa Imparcialidad, tuvo el destino que merece un
pueblo sufrido, engañado, saqueado y ofendido por quienes soñaron con tener en
sus vastedades geográficas, mil piletas como la del Tio Patilludo.
¿DELINCUENCIA CONTROLADA?
Dejando de lado la postura asumida por el actual Jefe de Policía de no
aparecer en los medios o de seleccionar a sus interlocutores, es entendible tal
actitud, en la inteligencia de suponer que no enfrenta a la opinión pública
simplemente porque no tiene respuestas a todas las preguntas que la sociedad a
través de esos medios, necesita plantearle.
Aunque en verdad, la mejor
respuesta es la que menos seduce a las autoridades, que es la realidad que
vivimos los cordobeses, condenados a ver el crecimiento del hampa sin que se
avizoren cambios con los remiendos que se hacen, intentando convencernos que se
trata de una política de seguridad cuando la verdad, son solo improvisaciones
que de poco sirven.
Es cada vez mayor la violencia
con la que actúan los delincuentes y menor la edad en que se
inician marginando
a la ley, creciendo además los casos que cuentan con el estímulo de las drogas
que aunque parezca que se la está combatiendo, los secuestros de
estupefacientes son aislados y de escasa cantidad si tomamos en cuenta los
enormes volúmenes de su comercialización, abierta en varios sectores de la
ciudad que se van agregando al mapa rojo del narcotráfico.
No recuerdo precisamente en
este momento a qué funcionario se le ocurrió una iniciativa -por así llamarla-
que la memoria nos indica que es más vieja que el agujero del mate: la
elaboración de un mapa de las zonas críticas donde crece el delito.
Mire jefe… ni se preocupe y en
cualquier punto de Córdoba donde ponga el dedo, existe el peligro permanente de
ser víctima de algún rompepuerta, arrebatador, escalador de paredes, entradero,
carterista, mechera o asesino y a todo eso tienen la obligación de saberlo y
como lo saben, es hora de actuar en serio y dejar los discursos para antes de
las elecciones.
Lo importante sería llegar al
punto ideal, tantas veces prometido desde el poder de turno, de salir de mi
casa y tener la certeza que voy a volver, que es la duda que lamentablemente
predomina en los cordobeses.
A la delincuencia no sólo hay
que controlarla, como sostiene el Jefe de Policía que lo ha conseguido.
Hay que combatirla y derrotarla
Y eso, a cualquier precio,
tiene que suceder lo antes posible.
LA MEGACAUSA Y EL ENSAÑAMIENTO
Es inevitable
sentirse sorprendido cuando una persona resulta encarcelada por tercera o
cuarta vez sin que se le impute actual delito, sino reclamándole los hechos ya
juzgados pero desgajados en una suerte de condena en cuotas.
O la reiterada
citación a Tribunales a un ex empleado con similares motivos. Estas situaciones
hacen difícil concebir la idea de que en la causa del Registro de la
Propiedad de Córdoba se esté buscando justicia.
Así como
muchos sospechados influyentes no son siquiera molestados, con algunos
imputados el Poder Judicial manifiesta una insistencia que roza el deleite de
causar daño a quien ya no puede defenderse, que la Real Academia Española
define como ensañamiento.
Y no es
exageración puesto que con las condenas se les han quitado títulos y trabajo,
se los ha multado, se los ha aislado y expuesto al escarnio público, dejándolos
en estado de indefensión.
Un buen
trabajo de correlación de datos podría encontrar que estas personas han osado
denunciar a un magistrado, o no sucumben a la extorsión, gritando aún por
su inocencia a cuanto oído pueda escuchar.
La tortura
intenta silenciar.
La suma de
condenas supera las de un homicidio, aunque no se encuentre cuerpo ni quien lo
reclame.
Una cacería adentro de un zoológico.
Aún
no sabemos qué se oculta, pero está más que vigente lo del genial
Voltaire cuando expresó: “El último grado de perversidad es hacer servir
las leyes para la injusticia”.
ARREPENTIDOS, UNIDOS Y SIN LA GRIETA
Provocaba una cierta ternura
escuchar a personajes como Brancatelli, Pablito Echarri, el bueno de Víctor
Hugo, Nancy Dupláa, Coco Silli y algunos otros, haciendo confesión de inocencia
y sintiéndose defraudados por el modelo nacional y popular del que se
fanatizaron, en la mayoría de los casos en actitudes más mercenarias que
emparentadas con el convencimiento ideológico.
Precisamente quienes
inventaron, instalaron y profundizaron la grieta que nos colocó al borde de la
descomposición social, ahora aparecen como arrepentidos tratando de salvar la
ropa que por convicción y conveniencia llevaron puesta durante la mal parida
década que consideraban ganada.
Con el discursito maquillado de
arrepentimiento, olvidan que fueron ellos, algunos de los motores que sembraron
cizaña e hicieron separarse a hermanos de hermanos, a amigos de amigos, a
esposos de esposas y viceversa, instalando en los argentinos la prepotencia del
discurso único y la intolerancia hacia quien osara pensar distinto del ahora
fracasado discurso de la inclusión, que en la mayoría de los casos concretó sí
esa inclusión, pero del dinero de todos para sus bolsillos.
Dirán que Macri, su cuñado y
algunos otros socios o allegados tienen cuestiones pendientes con la Justicia y
es cierto, pero es también cierto que si esa Justicia actúa en un marco de
respeto, sin presiones políticas ni compromisos ideológicos como venía
ocurriendo, podrá llegar a conclusiones que ansiamos todos los argentinos bien
nacidos.
Quedan para el ridículo -su ridículo
histórico- las delirantes declaraciones de doña Hebe, imaginando operaciones
mediáticas o tarea de infiltrados, todo vinculado con los dos descubrimientos
más resonantes de los últimos tiempos que fueron La Rosadita y el convento de
las monjitas, episodios que pueden calificarse como iniciáticos de la
decadencia final, desarticulación, éxodo de militantes y óbito de una dañina
corriente de pensamiento y acción que por más de una década ha saqueado a los
argentinos.
Ellos se fueron, hicieron conocer
su verdad de sentirse estafados y es probable que pese a sus malas costumbres
recientes conserven algún resabio de decencia política.
Bienvenidos sean al mundo de la
transparencia, siempre y cuando no pretendan desde la honestidad que ahora
abrazan, seguir ahondando esa obscena grieta que nos humillara como ciudadanos
y tremendo daño le hiciera a la República.
Los argentinos no merecíamos
padecer tantos años de iniquidades, disfrazadas de la más penosa de las
demagogias.
EL DIA DE LA BANDERA
Consecuente con la coherencia, me voy a
permitir reiterar conceptos ya dichos en anteriores celebraciones de nuestra
Enseña Nacional.
Cuando de símbolos se habla, los argentinos
no somos lo que se dice un ejemplo, porque enarbolamos la bandera si la recibimos
de regalo, no cantamos el himno sino que hacemos playback y ponernos una
escarapela es para muchos insensibles como si les violaran el corazón.
Muchos argentinos harían un papelón si les
pidiéramos, simplemente, que hicieran tan solo una somera descripción de
nuestro Escudo Nacional.
Esto no es un ataque de nacionalismo, sino
la enunciación de una realidad, que por lo general tratamos de pasar por alto
cuando somos mayores, porque si hacemos memoria, advertimos cuán pocos se
ocuparon de que sintiéramos en el alma los colores celeste y blanco.
Los intentos de la escuela no siempre se
ajustan a una normativa, o no alcanzan.
Es en el hogar donde se deben fortalecer los
lazos entre la persona y la Patria en la enseñanza diaria, en lo cotidiano, en
lo simple, para no llegar a lo que ahora vemos, que se considera más a la
bandera de un partido político o de un equipo de fútbol, que a la enseña
nacional.
Nuestra bandera merece respeto y reverencia.
Y la mejor manera de respetarla es ser fieles
a los principios, preceptos, derechos y
también obligaciones que encierra en sus pliegues ese sagrado trozo de tela.
Cambiar los días en que se escribió nuestra
historia es un insulto a la memoria, como suele suceder, según caigan las
fiestas cívicas, con nuestro castigado almanaque.
Y por lo que se dice, para estimular el
turismo interno.
La Patria es posiblemente como la familia:
solo sentimos su valor cuando la perdemos.
Tampoco se equivoca el pensador Jaime
Barylko al sostener que “El abanderado tiene sentido si se integra a todos los
elementos simbólicos. Hoy, las fiestas patrias son para lavar el auto”.
Si a veces duele ver esa indiferencia, que
es la hermana menor de esa otra tortura a la que muchos le llaman olvido.
EL MENSAJE DE RIO CUARTO
Por una simple
cuestión de enfoques y conveniencias sectoriales, los números de una elección
suelen ser siempre manejados con la suficiente creatividad política que sirven
para potenciar un triunfo y acentuar los efectos de las derrotas.
En Rio
Cuarto ganó la intendencia municipal el candidato delasotista por amplio
margen, el radicalismo resignó un baluarte que mantuvo durante 12 años y un
frente de la izquierda, accedió históricamente al Concejo Deliberante del
imperio del sur por primera vez.
Cosa
curiosa, Cambiemos -el macrismo que resultó segundo- dilapidó la mitad de los
sufragantes que lo acompañaron en la última elección presidencial, posiblemente
como una luz de alarma e intención de escarmiento porque no debe haber mayor
expresión de repudio que el “cuco” popular que se despierta cuando le tocan la
más sensible de sus vísceras que es el bolsillo.
Es tan
indiscutible el triunfo de Unión por Córdoba, como “trucha” e inoportuna la
alegría de un kirchnerismo decadente y en vías de extinción limitado a
manifestaciones individuales de algunos de sus personeros, casualmente los más
repudiados por la mayoría y más cercanos a las rejas que al regreso.
Los números
que no admiten discusión, aunque el perdedor procure minimizar sus contundentes
efectos, deben ser tomados no tanto como un aviso de venideras debacles, sino
como respetuosa lección de la democracia que procura corregir rumbos o suavizar
ajustes que aunque necesarios, son casi violentos y a veces confiscatorios.
Que el
poder desgasta no será un hallazgo de estos tiempos sino que su vigencia se
acentúa con el paso de los almanaques y vaya coincidencia, en doce años que es
el mismo lapso en que el kirchnerismo se disfrazó de justicialismo y ni
siquiera así pudo subsistir.
El de Rio Cuarto fue un triunfo legítimo y
oportuno como para neutralizar los desaciertos que con la firma del Partido Justicialista
o de la Unión Por Córdoba se vienen sucediendo en la provincia, más allá del
costoso márketing que busca instalar una imagen idílica y positivamente
ascendente.
La gente
-lo demuestra la historia reciente- dejó de creer en los vidrios de colores,
los espejitos y los cantos de sirenas.
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