ARGENTINA
ES MI PAÍS Y
CORDOBA
ES MI PATRIA
Debo jurar por si es necesario,
que pasan los años y en nada cambia mi homenaje de cada 6 de julio a esta
ciudad donde nací, crecí, me malcrié protestando, trabajé y pienso despedirme
de ella ni un minuto antes de lo establecido por el Dueño de Todos los Relojes.
Porque desde que me acuerdo y que
no son pocos años, lo digo desde el alma y con orgullo porque así lo siento:
Argentina es mi país, pero Córdoba es mi Patria.
Crecemos amando a la ciudad como es: anárquica y sensual; desordenada y
doctoral con humor de sobra para exportar y malhumor social para atender.
Ciudad aporreada por la desidia de los que dicen que mandan y por la
anarquía que permiten esos mismos, los que creen que la gobiernan.
Aquí en Córdoba anidan el orgullo de las raíces, la histórica arrogancia
de sus luchas, la humildad mediterránea y las industrias del humor, del apodo,
de los yuyos, del fernet y del cuarteto.
Y porque somos sus hijos, amamos a esta Córdoba magnética, romántica,
mágica y soberbia, aunque la arruinen los que debieran mimarla y hermosearla.
Amamos a la ciudad avasallante que ejerce idéntica atracción en sus
hijos adoptivos, en los que la visitan para después quedarse y en los que se
aquerencian con el pretexto de estudiar.
También asume su condición de genuina madre sustituta.
Ciudad símbolo, ruidosa, altiva, insegura y sorprendente, quiero abrazar
ese poco prolijo laberinto de tus barrios, los rumorosos bares de cada esquina,
la estridencia de tus avenidas, los colores de tus clubes, el malo y caro
transporte urbano, los candados de tus conventos, la pasión de tus políticos,
la dañina insolencia de tu río cuando crece, la intemperie de tus villas, la
sonoridad de tus campanas, el catálogo de tus baches, la penosa sorpresa de los
cortes de luz, la casi permanente asamblea de los municipales, la golosa
redondez de tus alfajores, la fiestera pachorra de tu Justicia, la inimitable
contundencia de tu tonada, la frescura de tus estudiantes, la mentirosa solemnidad
de tus doctores, la altivez de tus universidades, la columna vertebral de tu
Cañada, la mugre sabatina de tu invadida peatonal, la añosa certidumbre de tus
templos, tu maravillosa lozanía en el otoño, el silencioso abrigo del invierno…
Quiero más que nada, confesarte cuánto te amo.
Por la generosa hospitalidad de tu tierra.
Por el linaje de esas cadenas que me atan a tu historia, a tus luchas, a
tus días y a tu gente …
En este cumpleaños y aunque pasen los siglos, ¡salud mi ciudad!, patria
de siempre …
Gonio Ferrari
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