EL TRIUNFO NUMÉRICO DE LA MINORÍA
TEMEROSA, CONSAGRÓ LA IMPUNIDAD
Gonio Ferrari *
A veces cuando las pasiones
desbordan a la razón es que solemos caer en exageraciones perniciosas, como por
ejemplo considerar que fue una maniobra deleznable haber asegurado dentro del
marco legal, la permanencia en su banca de un personaje reiteradamente
cuestionado que si es por pintarlo, basta con saber que carga sobre sus
espaldas y su conciencia la tragedia de Once, otras cuatro causas en las que
está procesado, treinta en etapa de investigación sobre un total de ciento
cincuenta denuncias judiciales, la compra de trenes chatarra a Portugal y España,
más la acusación por un supuesto enriquecimiento ilícito.
Sin embargo lo prudente es
aquietar las broncas, prescindir de los odios, ahuyentar revanchas, serenar los
ánimos y pensar que lo ocurrido en el Congreso Nacional no fue otra cosa que
una alternativa más, en este maravilloso juego que es vivir plenamente la
democracia, aunque a veces duela y ofenda de manera especial a quienes pueden
mostrar la pulcra imagen de la honestidad.
Porque si de hacer números se
trata, seamos tan amplios en todo aspecto, como una forma de rendir culto a su
incuestionable e insobornable exactitud: dejando aparte el mecanismo
-absolutamente legal- de los dos tercios, las cifras muestran con axiomática
claridad que fue un triunfo de las minorías si nos atenemos a la
representatividad de cada legislador.
¿De quién fue la victoria? Muy
simple. Fue el triunfo del miedo alimentado por ese atávico pánico a perder la
libertad, un temor que les quita el sueño a muchos de quienes consagraron la indemnidad
de un diputado que ahora, al amparo de sus fueros, está demostrando lo
necesario que ese escudo de acogimiento y “velado perdón” no tan solo lo
tuviera como único beneficiario, sino como abanderado de una causa que hace
flamear, ante la atónita y ofendida mayoría de los argentinos, el estandarte de
la impunidad.
Al leer la nómina de quienes le
regalaron ese paraguas momentáneo que de ninguna manera lo cubrirá eternamente,
no causa ninguna sorpresa encontrarse con personajes de recientes historias de
rapiñas y saqueos y otros de viejas luchas en las que se enrolaron como
“románticos combatientes” cuando en realidad eran tan asesinos como los
genocidas de uniforme, cuya única ventaja fue que lo hacían desde el Estado.
Toda perpetuidad es dudosa
porque nadie llegó a certificarla, pero en la gente suelen quedar heridas que
duelen y cicatrices que llevan al ejercicio de la memoria que como bien sabemos
es el lápiz de la historia.
Con el paso del tiempo que no
necesariamente debe ser prolongado y a la hora de optar por ser artífices de
nuestros destinos, evocaremos ese día en que al amparo de la democracia por la
que tantos argentinos dejaron sus vidas, menos de un centenar de legisladores
levantaron sus brazos, no en representación de la honestidad republicana, sino muchos
de ellos en nombre de sus propios recelos y su alergia hacia la Justicia y los
barrotes.
* Periodista
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