MUJER Y
MITO QUE NO MERECE
SER PARTE DE NINGÚN OLVIDO
Seguramente la historia, esa implacable madre
de todas las verdades que atesora el tiempo, será la encargada de guardar y
reflejar la realidad documentada de aquella época especial, para nuestro país,
que fue la década -se sabrá con el paso del tiempo si ganada o perdida- del 45
al 55.
Al reseñar algunos aspectos de la corta vida
de Eva Perón, solamente podemos resumir las pasiones que inspiraba, entre la admiración
y el recelo, según fuera quien opinara, porque la historia aunque parezca
mentira es demasiado reciente como para poner en la balanza los criterios citados
por distintos autores que, sin dudas, abrazan disímiles ideologías y corrientes
de pensamiento.
Pero a esta hora, cuando se cumple el 65°
aniversario de su muerte, miramos en todas direcciones y salvo algunos aislados
homenajes y recordaciones, llegamos al convencimiento que no fueron muchos como
lo fueran tiempo atrás.
El signo político que gobierna hace casi
dios décadas a nuestra provincia, enfrascado en sus agudos problemas de índole
social, la inminencia de elecciones con las encuestas que no satisfacen al
poder y en otras cuestiones francamente traumáticas e irresueltas, cayó en la parcial
omisión, o en la desmemoria.
La señera figura de María Eva Duarte de
Perón, ex mediocre actriz, abanderada de los humildes, Santa Evita, líder de
los descamisados, Jefa Espiritual de la Nación , no merece por su trascendencia histórica de
ninguna manera ser parte de la oscuridad de los olvidos.
Amada por unos y odiada por otros, fue un
jalón trascendente een el devenir de los argentinos.
Escribió páginas brillantes en materia de
justicia social y también deslumbró con su glamour,
joyas y pieles en sus visitas a la vieja Europa.
Murió tras una penosa agonía a los 33 años,
demasiado joven y se recuerda su renunciamiento a integrar la fórmula
presidencial junto al general Perón, de quien era su segunda esposa.
Desde el siglo pasado y aún ahora se la
puede amar, discutir, imitar, tomar como ejemplo o repudiar.
Pero nunca ignorarla.
Y menos, esconderla.
Gonio
Ferrari
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