LA
EVOLUCIÓN DE LA JUVENTUD
Nosotros soñábamos
con ellas
y con Sofía Loren mientras ellas
“se ratoneaban” con James
Dean
Me provoca un enorme placer evocar las
expectativas con que esperábamos cada 21 de septiembre, porque eran mayores que
para la nochebuena, el año nuevo o el propio cumpleaños.
Más allá del clásico picnic junto al río,
del acné, de la primera curda con sangría o del piquito que robamos a la
compañera de banco, estaba aquella maravillosa actitud de saberse joven, mucho
más joven que los anticuados y vetustos viejos de 30 años.
Esperábamos ese día, el Día de la Primavera,
el Día del Estudiante, sin conocer ni sospechar la preocupación de alguna
profesora, que debía ingeniárselas para contener a esa banda mafiosa de 40
vándalos que aguardaban de ella algo más que el pancho, la medialuna y la coca,
sino a veces descubrirla como mujer, hipnotizados en el escote o en las
piernas.
Y ellas, soñando con James Dean.
Y nosotros, buscando fotos de Sofía Loren…
Bariloche estaba demasiado lejos, no era
moda y entonces el Parque Sarmiento, los Pozos Verdes, la pileta San Cayetano,
las costas del Lago San Roque o las orillas del Suquía en La Calera eran las
accesibles metas de nuestra liberada, evidente, húmeda e irrefrenable
revolución hormonal.
Nadie por entonces tenía la idea del paco,
del raviol ni del porro, sino la fijación del Saratoga o el Wilton a escondidas
y del porrón, en los tiempos que el fernet era un medicamento.
La mayoría de los enfervorizados varones
tomaba a su cargo en la secundaria -esperando que atendiera el farmacéutico- la
sonrojada vergüenza de comprar un preservativo, dentro de la mayor ignorancia
acerca de su colocación y uso práctico.
¡Eramos tan pavos!, inequívoco signo de
nuestra edad, el precio q ue debíamos
pagar como impuesto a la inexperiencia.
Y ellas tan bellas, esquivas y deseables,
como lo imponía nuestra libido en los gloriosos tiempos de su crecimiento y
explosión, cuando tímidamente aparecían esos dos tentadores bultitos en los
guardapolvos o en las blusas.
Pero ahora, antes de encarar la inevitable
tarea de plumerear el nicho y por una cuestión de nostalgia, asumimos pese a
todo la íntima llegada de la mejor estación del año, divagando en sueños la
quimera que los almanaques y los relojes se hubieran detenido allá lejos...
Porque es una cuestión de saber vivir; de
saber crecer y madurar con dignidad, porque es una afrenta a los tiempos y a la
lógica empeñarnos en ser eternamente jóvenes.
Lo trascendente, por convicción, es evitar
la pena de sentirse viejo.
Por esa juventud de hoy a la que miramos con
el amor y el respeto de la inútil envidia, mi cariño y el jubiloso brindis en
esta nueva Primavera.
Como todos los jóvenes se lo merecen.
Y que nosotros, alguna vez, también lo
merecimos.
Gonio
Ferrari
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