17 de agosto de 2021

A 171 años de su paso a la inmortalidad

UN  JUSTO  HOMENAJE A LA MEMORIA DE NUESTRO
MÁXIMO HÉROE, EL GENERAL JOSÉ DE SAN MARTIN

 
   Las versiones escolares sobre la vida y obra de José de San Martín, medio como que no encajan con lo que fue la realidad del ilustre personaje considerado ahora como Padre de la Patria y en las cuestiones históricas, cuando uno carga algunos años, entiende que lo mejor es consultar a distintos autores que pintaron su personalidad más allá de los textos escolares que nos hacían leer.
   Es cierto que nació terminando febrero de 1778 en Yapeyú, de donde dos años atrás habían expulsado a los jesuitas. Ese pequeño pueblo no era un paraíso, sino un asentamiento de indios guaraníes y poca presencia del hombre blanco, donde seguramente los únicos españoles eran el padre de José. don Juan de San Martín, designado allí por la corona gobernador intendente, y su familia.
   Esa región tenía marcadas complicaciones y no se sabe cabalmente si el nombramiento era un premio o un castigo atendiendo a varias razones: el matrimonio no era noble ni mucho menos, doña Gregoria Matorras no aportó alcurnia ni dinero, vivieron y murieron siendo pobres y en consecuencia, José de San Martín fue hijo de carenciados.
   No tuvo cuna de oro, sangre azul ni privilegios.
   Hasta se decía que era hijo de una india.
   Los libros de la primaria nos enseñaban que San Martín era hijo de nobles y por eso tenía que casarse con una dama de la sociedad porteña, por lo que se casa con Remeditos Escalada, hija de un comerciante ligado a intereses británicos. No se dice abiertamente pero la familia de ella cuestionaba esa relación y tanto fue así, que al injertado pariente lo nombraban despectivamente el plebeyo, el soldadote, el indio o el tape. Cuentan que una vez, cuando los Escalada no invitaron a la mesa de la familia al asistente de San Martín, el Libertador se instaló en la cocina para comer con él.
   Y cuando le regalaron un costoso ajuar a la novia, hizo que lo devolviera porque la esposa de un soldado no necesitaba esos lujos.
   Y siguiendo en los tramos más trascendentes de su vida, San Martín formó el Regimiento de Granaderos a Caballo, lo armó y adiestró uno a uno a soldados y oficiales. Lo integró con gauchos, indios que hizo llevar desde su tierra natal, artesanos y algunos marineros que habían quedado varados en el puerto de Buenos Aires. Después fue que incorporó a un grupo muy reducido de jóvenes de la alta sociedad y posteriormente a este ejército de composición popular se agregaron en Mendoza algunos escuadrones de negros, ex esclavos.
   En el actual norte argentino, San Martín hizo buenas migas con otros grandes revolucionarios de aquella época como Manuel Belgrano y Martín Miguel de Güemes, ambos despreciados por los poderosos y casualmente o no, fue con éste que acordó una táctica de pueblo en armas para contener a los realistas que se venían desde el Alto Perú.
   Con Belgrano, que era abogado y economista, hizo gran amistad y recibió experimentados consejos para la lucha contra la minoría conservadora, provinciana y porteña. Los libros de la primaria omiten por ejemplo, que Güemes fue muerto por una partida realista, a la que fue entregado por la oligarquía salteña.
   Es que el guerrillero patriota irritaba a los grandes terratenientes, ya que la aplicación de la Ley Gaucha, una especie de reforma agraria en medio de la guerra, era perjudicial para sus voluminosos intereses.
   Tanto se acosó a Manuel Belgrano, que murió pobre y abandonado, cuando había dado toda su fortuna, que no era poca, a la causa revolucionaria. Refiere la historia real que en la ciudad puerto, las masas populares se levantan contra los déspotas de Buenos Aires.
   Es cuando los poderosos convocan al Ejército de los Andes para reprimir a los insurrectos pero San Martín, en una actitud que lo enaltece, se niega a ser verdugo de su pueblo y esa desobediencia le cuesta la enemistad de la oligarquía rioplatense y por otro lado el cariño de los patriotas.
   Esta fue la proclama de San Martín a sus soldados en 1820:
   “Compañeros -sin pensar que tal calificativo sería después tan usado-  del Ejército de los Andes, la guerra tiene que hacerse como podamos, si no tenemos dinero, carne ni tabaco y cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con balletillas que nos dejen nuestras mujeres. Si no, andaremos en pelotas, como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada. Compañeros -lo dijo atra vez- juremos no dejar las armas de las manos hasta ver el país enteramente libre, o morir por ellas como hombres de coraje”.
   Después el exilio, la enorme pena y la muerte.
   Fue en Boulogne-sur-mer, de hoy estamos a 171 años.
   En eso si, coinciden los libros.
   Desde entonces, es mucho lo que San Martín nos hace falta.
Gonio Ferrari

 

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