AQUELLA EDAD DE TODAS LAS FANTASÍAS
Anoche, millones de criaturas -cada vez de menor edad- volvieron a renovar el rito milenario de la curiosidad y de la espera, esa espera tensa, nerviosa, sumida en cabeceos de sueño, despertares de un solo ojo, curiosidad por el misterio y sospechas por alguna recóndita certeza.
Fue la noche en que los mayores escondieron más nervios y ansiedades que los pequeños, por eso que todos, aunque tengamos más pasado que futuro, guardamos ahora un niño adentro del alma. Me viene al recuerdo cuando juntábamos el pastito y el agua fresca para los camellos y preparábamos la jarra desbordante para Melchor, Gaspar y Baltasar.
Era el ritual de la fantasía, porque sabíamos que tendríamos un despertar de trompos, fútbol con tientos, autitos Matarazzo o un ovillo de hilo para el barrilete. Ellas, el muñeco “malcriado”, la pepona o el juego de ludo para pelear con los hermanos.
Los tiempos han cambiado.
Las cartas que enviábamos con el pedido, interceptadas por los padres, eran el camino hacia el milagro.
Ahora que los chicos las mandan por Internet, desorientan a cualquiera para sumirnos en una especie de incertidumbre cibernética: no sabemos si pidieron una laptop, un play station, un reproductor de MP3, un celular satelital o un secreto abono al Canal Venus.
Gracias a Dios y al progreso, los reyes ahora vienen en 4x4.
La de anoche, fue la noche universal de la magia.
Lo pido por Dios, que a nadie se le vaya a ocurrir destruir en los esperanzados, ese secreto que fue parte de nuestras ilusiones.
Si todavía, y no me lo niegue, recordamos haberlos visto a los tres, entre sueños, apeándose de sus camellos y entrando y saliendo de casa.
Otra vez la ilusión en los más chicos y el endeudamiento en los mayores, marcó la hora de renovar aquella tradición: pasaron los Reyes Magos y se me pianta un lagrimón de nostalgias por aquellas noches en que queríamos dormir para que llegara la mañana y no queríamos dormirnos para conocer la realidad de aquellos que en sus camellos, hacían miles de etapas rumbo a Belén, demasiado lejos para creerles y pensar en lo que engordarían si en cada casa comían y bebían lo que les dejábamos.¿Qué habrán pedido los notables? Es la pregunta que siempre nos hicimos y nos seguimos haciendo.
¿Habrá pedido un micrófono el Sr. Presidente para decir que “privilegiados” son los otros? ¿Schiaretti un champú flequillero? ¿El joven sanfrancisqueño una vacuna anti Daniele? ¿Ella, si, ella, una mini birome y dos hojas en blanco para escribir sus amnésicas memorias? ¿Massa una impresora de billetes de alta velocidad?. Así podemos llegar hasta el infinito en cuanto a eso que se llama imaginación, sin olvidarnos de nuestros propios deseos que no dependen tanto de los reyes Magos sino de nosotros mismos.
Más allá de todo lo obsequioso que puede ser un regalo, los argentinos nos mostraríamos más que contentos si en los zapatos nos hubieran dejado honestidad, trabajo, solidaridad, inclusión sin intereses subalternos ni demagogias, integración, recuperación de la dignidad del esfuerzo por encima del asistencialismo y un regreso impostergable a una práctica penosamente lesionada en estos últimos tiempos: el respeto por el adversario.
Solo con eso, nos sentiríamos inmensamente felices.
Y haciendo historia y memoria, aun atesoro un párrafo de la cartita que allá por diciembre del 1949 con mis lejanos 10 años, les “enviaba” a esos personajes que ocupaban mis sentimientos, inquietudes y expectativas y sin que nadie me ayudara: “A los Reyes Magos quiero pedirles un reloj sin agujas ni números, porque unas y otros son implacables. No tengo vocación de eternidad. Son ansias de vivir”.
Exactamente las mismas de ahora…
Gonio Ferrari
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