16 de junio de 2024

S.L.B.: DIA DEL PADRE PARA RENOVACIÓN DEL CARIÑO – EL RIDÍCULO VERSO DE LOS “INFILTRADOS”- LA DAÑINA INFLACIÓN SUFRIÓ UN SOBRESALTO – CÁRCELES: SI ES DEFINITIVA SU NORMALIZACIÓN, EN BUENA HORA -SUBSISTEN MUCHAS DUDAS EN TORNO DE UN TEMA SUMAMENTE DELICADO: MEGACAUSA DEL REGISTRO - ESTÁN OPERANDO PARA ENLODAR NUESTRA IMAGEN EN EL EXTERIOR – OTRA VEZ LA CIUDAD REHÉN DE LA BASURA QUE SE ACUMULA: SE IMPONE NO ENSUCIAR, ETC.

Desgrabación de los comentarios del periodista Gonio Ferrari en su programa “Síganme los buenos” edición nº 835 del domingo 16 de junio de 2024, emitido por la AM580 Radio Universidad Nacional de Córdoba.

Dia del Padre, renovación del cariño
DULCE QUE ES TENERLO PARA ABRAZARLO Y
TANTO LO MÁGICO QUE SIGNIFICA EVOCARLO
 
   No hagamos de la paternidad una simple cuestión de números, pero si por comodidad encaramos para ese lado, veamos un caso que puede ser emblemático, y no sé si imitable.
   Igor Vassilet, un fornido granjero ruso, talle XXXXL y calzado del 54 le produjo a su esposa -además era la única mujer que habitaba por esas lejanías allá por 1816- nada menos que 27 embarazos:16 fueron de mellizos, 7 de trillizos y 4 de cuatrillizos, para hacer una nutrida descendencia de 69 hijos.
   La señora rusa estuvo embarazada en total 20 años y 3 meses de su vida y el resignado Igor se pasó nada menos que 1.080 días en cuarentena, que si hubieran sido seguidos, equivaldrían a tres años ¡tres años! de obligada abstinencia sexual y de respetuosa castidad.
   El dueño del supermercado del pueblo los aplaudía cada vez que veía llegar a la familia Vassilet con sus changuitos reforzados, para su reaprovisionamiento mensual.
   Otro drama eran los trámites, porque cuando a Igor le preguntaban los nombres de los hijos, nadie le creía que los hubiera olvidado y los llamaba por un número.
   Amílcar Tonero, uno de mis vecinos de Alta Córdoba, en 30 años de matrimonio con la misma mujer, tuvo un solo hijo.
   Sin embargo, Amílcar es tan padre como lo fue Igor.
   Es tanto lo que se puede decir, en serio como en broma, acerca de la paternidad y sus vericuetos, que prefiero no caer en lo burdo, y menos aún en lo sensiblero.
   Prefiero hablar como hijo y que sean mis hijos los que hablen de mí.
   Mi Viejo, el “Coco” o “Roncoroni” como algunos lo llamaban, era un incansable luchador de la vida, fabricante de sueños y de quimeras, laburadicto por vocación y necesidad, familiero, guarda de tranvía, boletero en el hipódromo, empleado contable en la vieja y ya inexistente Casa Vives de la calle Dean Funes y se murió a los 42 años, la mitad de los años que yo tengo ahora, siendo “el Coco” por entonces, administrador del actual Hospital Córdoba.
   El Coco, sobre todo, era una buena persona, peronista de los de antes, respetuoso, decente y de muy buen humor y por eso, con tan breve curriculum, necesito agregar que le encantaban las bromas, las morochas y esos entreveros de luchita a los almohadazos con sus cuatro hijos, inculcándonos con lo cotidiano su ejemplo de sacrificio, sentido de patria, compromiso con la verdad y respeto hacia el prójimo.
   No alcancé a gozarlo tantos años como hubiera querido.
   Prefiero extrañarlo y atesorar en el alma al tipo vital, enérgico, risueño, ejemplar en el trabajo, buscando siempre alguna otra ocupación, y olvidarme lo deplorable que es ver a un ser amado cuando ha dejado de ser materia, para  transformarse en  recuerdo.
   No se trata de convocar a una nostalgia que viene sola, trayendo su enorme y dulce carga de memoria.
   Porque no es malo extrañar, evocar momentos o llorar al que se fue, aunque es mejor recordarlo vital, cercano, querible, y ataviado como ejemplo.
   Y si lo tiene cerca, abrácelo, béselo, apriételo, despéinelo si todavía no es pelado y dígale solamente esa breve, deslumbrante y seductora palabra: Papá …
   Y aunque no le regale nada, no se imagina lo mágico, pero mágico de verdad, que es escucharla…
 
El ridículo verso de “los infiltrados”.
A LA RESPETABLE DEMOCRACIA NUNCA LE
FALTAN  LOS  CABRONES QUE LA OFENDAN
 
   No deja de ser gracioso o echarle en cara a una supina e insuperable carencia de imaginación, cuando desde sectores históricamente violentos a la hora de las protestas callejeras, si ocurren y se perpetran severos daños al mobiliario urbano que es de todos nosotros, o a propiedades particulares, no vacilan en echarle culpas a “los infiltrados”.
   Esa percudida costumbre no es nueva y  supieron utilizar en su endeble defensa dirigentes de todos los colores ideológicos que han desfilado por nuestra historia, especialmente en estos convulsionados tiempos de malestar social, salarios que nunca alcanzan o medidas tan rígidas y de improbable cumplimiento, que provocan ciertas reacciones violentas, en alguna medida generadas por la indignación y las impotencia individuales o por creatividad política, sindical o de otra índole.
   El tema es burdamente equiparable a que si el bicho tiene cuatro patas, mueve la cola cuando está contento, ladra y levanta una patita para hacer pis, no dudemos que se trata de un perro y es la certeza generalizada en la gente, que al menos entre nosotros los argentinos, cuando es preciso evadir responsabilidades frente a un daño consumado, las culpas son siempre ajenas.
   Evoquemos como dato anecdótico aquello de las 40 toneladas de piedras que impunemente se arrojaron no hace tantos años, en una protesta frente al Congreso Nacional y los demás daños millonarios que allí se perpetraron contra bienes estatales y de particulares.
   Más ceca en el tiempo pero con la misma excusa de ejercer la libertad de disentir pero no así tan violentamente, el penoso episodio se reiteró en el mismo lugar cuando en ejercicio, si, de la sagrada Democracia, se consideraban temas vitales para la recuperación del país, pero los desaforados de siempre prefirieron la violencia y cuando el gobierno en  su obligación de aplicar la ley reprimió tales desbordes, los caraduras históricos buscaron desentenderse, pese a ser puntillosamente identificados, transfiriendo la responsabilidad en la autoría de los desmanes, a elementos “infiltrados” cuando ya obran en poder de la autoridad, elementos suficientes para identificarlos y aplicarles el único método que rige para estos casos: el imperio de la ley.
   Quien ocasionó daños tendrá que pagarlos, así sean particulares fuera de sí o elementos de grupos identificados como integrantes de sectores políticos, sociales o sindicales, pero es hora de terminar con la impunidad de quienes no aceptan las claras reglas del respeto por las decisiones tomadas en democracia.
   Tengamos como válida enseñanza las expresiones de Immanuel Kant, quien tuvo la brillantez cívica de sostener que “toda oposición contra el supremo poder legislativo, toda incitación que haga pasar a la acción el descontento de los súbditos, todo levantamiento que estalle en rebelión, es el delito supremo y más punible en una comunidad, porque destruye sus fundamentos”.
   Si alguien en uso de la razón no alcanzara a entenderlo es porque a la hora de optar entre el orden y el desborde, eligió el camino de la violencia que es inaceptable, si lo que se busca es la concordia, el diálogo y la recíproca consideración de posiciones antagónicas.
   Pero así, actuando a lo bestia y sin asumir las responsabilidades y consecuencias, se les está demostrando con claridad meridiana, que quien las hace, las paga, como no puede ser de otra manera simplemente por una insoslayable y elemental cuestión de respeto a la ley.
 
¡Cuánto añorábamos un solo dígito!
LA PELIGROSA INFLACIÓN PARECE HABER
ENCONTRADO UN  DIQUE  DE CONTENCIÓN
 
   A la hora de calificar íntimamente el duro impacto de los desvelos, que por tanto tiempo y sin merecerlo nos vienen afectando, es sin duda convivir con la angustia de pensar que teniendo a la inflación como una de las principales causas de nuestro deterioro en la calidad de vida, hemos llegado a la plena convicción de ser una especie de cómplices o al menos encubridores de una penosa situación que en mucha medida, por eso del consumismo exacerbado, somos también culpables porque poco hacemos para contribuir a superarla.
   Es llamativa esa conducta de autodestrucción y vocación por el endeudamiento, que acosa a los malos dirigentes y domina a la sociedad.
   Los que saben dijeron que con tarifas, combustibles y cuotas de prepagas contenidas, la inflación de mayo fue de 4,2%. No sólo se trató de la quinta y sorprendente desaceleración consecutiva del índice oficialmente informado, sino que para encontrar una variación más baja debemos por obligación y memoria remontarnos a enero de 2022 (3,9%) o, sea, es necesario mirar más de dos años para atrás.
   Sin embargo, el índice de precios al consumidor  acumuló 71,9% en lo que viene transcurriendo este  año y 276,4% en los últimos doce meses y es alentador saber que se trata de la primera desaceleración en la comparación interanual desde julio de 2023. 
   Tomando en cuenta esos números surge que el dato de mayor trascendencia es que la inflación núcleo, la que no contempla precios regulados ni estacionales avanzó 3,7%, el menor número desde enero de 2022 ya que el mes de abril mostró un 6,3%.
   De cualquier manera, bien vale no salir a descorchar burbujas y festejar, porque es todavía demasiado complicado todo lo que nos resta por hacer y por padecer, para que lleguemos al menos a una aproximación a tiempos idos, en que la palabreja “inflación” no era parte del habitual vocabulario ni preocupación de los argentinos.
   Si las cosas no descarrilan es para pensar con cierto optimismo que permitiendo que se gobierne en serio y para todos y no como lo hemos venido sufriendo, que muchas de las cosas se hacían para sectores privilegiados, podamos llegar a robustecer nuestras esperanzas de una mejoría a mediano plazo, lo que -y es una apreciación personal- nos permitiría en una década poder celebrar un regreso a la normalidad.
   Para que ello ocurra, ni siquiera pensemos que se terminan las penurias, pero al menos sabemos que en el horizonte puede llegar a brillar una luz, un destello, que no sean los del infierno.
   Lo de un sólo dígito debemos tomarlo como una victoria.
   Parcial, pero victoria al fin…
 
Demora en “terminar con la joda”                                     
HORA DE TERMINAR CON LA VERGUENZA DE
VER CRECER AL HAMPA DESDE LAS CELDAS
 
   Ya había superado la categoría de escándalo la situación que poco a poco se fue disipando desde las sombras, con relación a la situación en las cárceles de Córdoba, teniendo en cuenta un solo detalle de los tantos que fueron apareciendo, y me refiero al absurdo que muchos delitos en cadena se instrumentaban desde las celdas, con lo que la cadena de sospechas se nutría sin que desde el poder se pudieran establecer las responsabilidades tanto internas como externas, para que tal situación dejara de tener tan dolorosa vigencia.
   En los últimos tiempos, cuando aún no se conocían los drones, bien se sabía que la droga y otras sustancias entraban a las cárceles, pero poco se preocuparon las autoridades en esclarecer esas situaciones, porque aunque no lo declararan, era para pensar que se permitían ciertos excesos para evitar el brote de rebeldía que se transformaba finalmente en motines con saldo luctuoso, todo por culpa de las abstinencias.
   Me ha tocado visitar muchas cárceles no tan sólo en Córdoba y en el país y en todas por lo general algo ilegal ingresaba -o lo ingresaban- con métodos que al evocarlos es para colocarlos en una exposición de creatividad, imaginación y ansias de seguir enviciándose.
   Tiempo atrás, cuando se practicaba el camino a la resocialización de los internos con esa maravilla de la terapia ocupacional, que es tenerlos entretenidos para que pensaran menos en fugarse, fue que se incrementaron los delitos que se perpetraban y aún se perpetran manejados por telefonía celular desde las propias cárceles.
   Alguien ingresaba esa tecnología con las dolorosas consecuencias que acarreaban su uso delictivo, y las requisas no daban los resultados esperados, lo que hacía suponer que el tema de las complicidades y el vistagordismo tenían plena vigencia.
   Se reiteraron los allanamientos, las detenciones, los hallazgos impensados hasta que resolvió cambiar nombres, renovar planteles y ahora con nueva conducción, dicen que en las cárceles cordobesas se acabó la joda, esta vez en serio, lo que desnuda la certeza que la íntima situación de los penales de alojamiento era conocida al dedillo desde las cúpulas.
   Roguemos ahora que la situación cambie, que se recuperen los valores éticos de años atrás y que la visita presidencial a Bukele no haya sido para nutrirnos de conocimientos y aplicación de métodos que hemos visto como casi inhumanos, aunque por lo conocido no existiría otra manera de terminar, realmente, con esa dañina joda a la sociedad.
   La actualización de las leyes también es una materia pendiente, de las que tienen que hacerse cargo los cuerpos legislativos para que de paso, le demuestren cabalmente a la sociedad que sesionan y trabajan para mejorar la vida de los cordobeses y no tan sólo para operar con miras a eternizarse en el poder como principal objetivo.
   Para eso, es mucho lo que cobran, más allá de los propios merecimientos.
   Vendría como anillo al dedo sostener y transformar en práctica obligatoria a la hora de gobernar, conceptos terminantes y transparentes como los de uno de nuestros mayores próceres, Manuel Belgrano, quien tuvo la grandeza de comentar para los tiempos que “el modo de contener los delitos y fomentar las virtudes es castigar al delincuente y proteger al inocente”.  Hacerlo a la inversa es la manera más vil y repudiable de alcanzar los penosos resultados, que hace tiempo venimos soportando.
 
Vigente Megacausa del Registro                              
EXAGERADA DEMORA PARA TERMINAR CON
MUCHAS DUDAS QUE AGREGAN SOSPECHAS
 
   Las curiosidades de nuestra lengua permiten que mientras las palabras prisión y cárcel son sinónimos como lugares de encierro y privación de la libertad, sus términos derivados, prisionero y carcelero, sean totalmente opuestos.
   La Real Academia Española define como “prisionero” a quien en campaña cae en poder del enemigo, o a la persona que está presa generalmente por causas que no son delito, y como “carcelero” a quien cuida la cárcel, literalmente a uno y otro lado de la reja.
   A la luz de estas definiciones podríamos considerar a los detenidos en la causa del Registro de la Propiedad de Córdoba como prisioneros, por cuanto al no haber sido juzgados y conservar el estado de inocencia, no existe certeza de las acusaciones en su contra.
   Del otro lado, la condición de carcelero podría asignarse a los funcionarios judiciales que integran la comisión especial, que, con su persistente afán de dictar y mantener las sistemáticas y prolongadas prisiones preventivas, cuidan que nadie salga de la cárcel y no es un dato menor recordar que al sostenido encierro de empleados y personas comunes, que viven de sus trabajos, sin antecedentes penales ni fortuna, se contrapone la pasiva actitud frente a altos funcionarios, con poder y responsabilidad en el momento de los hechos.
   El análisis lingüístico permitiría pensar que en dicha causa queda alguna verdad, encarcelada, para recuperar de abajo de la alfombra. 
   Y bien parecería, que la escoba deberá ser de respetable tamaño.
 
Los “escrachadores internacionales”                         
TANTO NOS COSTÓ PARA TENER AHORA QUE
VOLVER A LA TAREA  DE  REPOSICIONARNOS
 
   Porque si algo de trascendentes tienen las distintas maneras y estilos de relacionarse internacionalmente en un mundo cada día más competitivo, dinámico y exigente, es consolidar una imagen de seriedad a ese nivel, que es la virtud que con mayores y mejores beneficios nos hace acercarnos al mundo.
   El aislamiento es la consecuencia más negativa que se puede oponer a cualquier esfuerzo, que hagamos por volver a tener la consideración universal que alguna vez y en tiempos no tan lejanos supimos exhibir,  tanto como para llegar a  enorgullecernos.
   No siempre se cuenta con el acompañamiento del amplio arco político e  ideológico aunque muchos no han dejado de sostener que lo correcto históricamente hablando es que el que gana en las urnas gobierna y la oposición ayuda, o aunque fuera que deje por un tiempo eso de poner palos en la rueda, oponerse por la oposición en sí, o pretender que valgan argumentos que se limitan a enriquecer a los privilegiados de siempre o para emplear esos resultados en la tarea demagógica que permite alcanzar posiciones dominantes.
   Es probable que el millaje aéreo presidencial sea exponencialmente exagerado a sólo medio año de haber asumido, y fácil resultaría medir ese mismo millaje en quienes pasaron por el máximo poder nacional, al igual que en las provincias como en las conducciones sindicales, y si alguien es capaz de informar al detalle esas distancias voladas,  los destinos, el total de los dineros que demandaron todos los desplazamientos, quién los pagó y aunque sea una síntesis de los logros alcanzados, que justifiquen esas erogaciones multimillonarias.
   Lo curioso de la situación es ver ahora que cierta dirigencia sindical, activa o con el poncho de haberla dejado como herencia, en vistas a lo que se pudiera haber conseguido por parte del presidente y su comitiva en esas giras, se apresuró a una turnée por el exterior para intentar enfriar el entusiasmo, si así se le puede llamar, lo mismo que el rechazo que provoca al menos el discurso libertario en otros países y lo que es más trascendente, en sus autoridades.
   Es lo mismo que suelen hacer las viejas chismosas cuando buscan desacreditar a la vecina que ganó el quini 6, que ha conseguido pelechar, que se compró un auto, que sale a cenar afuera y que se toma vacaciones en Cancún, Miami o en el viejo mundo con toda la familia.
   Eso, desde el fondo de la historia, se llama envidia, aunque esos envidiosos tuvieron la oportunidad de triunfar para todos, pero lo hicieron hacia adentro y ahora los carcomen la codicia, los celos y el resentimiento.
   Aquellos que ahora en el exterior tienen la misión de desacreditar al prójimo, son los verdaderos antipatria, los angurrientos que no perdonan logros ajenos, especialmente porque ellos no los alcanzaron al menos en beneficio de la sociedad argentina y en lo personal, bien pueden enorgullecerse de sus éxitos que ya ni siquiera se preocupan en disimular y de ellos hacen gala y obscena exhibición.
 
Nos cuesta aprender a ser “limpitos” 
UNA CIUDAD ES LIMPIA NO SÓLO CUANDO LA
ASEAN  SINO  PORQUE  MENOS LA  ENSUCIAN
 
   No sería exagerado calificar como mugrientos a muchos especímenes humanos, que es como si gozaran y fueran felices conviviendo con la mugre, rodeados de riesgos y haciendo poco para superar esa enfermiza situación que tanto daño le aplica no eso que le llaman destino, sino arteramente las omisiones y la inacción gubernamental en perjuicio de la población argentina.
   Pasaron las elecciones y la basura volvió a ser el mugroso y hediondo adorno de muchas calles, porque se acabaron las pasadas diarias de limpieza salvo en el privilegiado centro, los camiones recolectores siguen con su estilo de no respetar recorridos ni horarios y la gente en poco contribuye porque la verdad sea dicha, una ciudad es limpia no solamente cuando metódicamente la asean y la embellecen, sino porque menos la ensucian.
   Pretender eso en el corto plazo es imposible porque ha pasado a ser una pésima costumbre, que ya es parte del ADN de muchos sectores de la ciudad.  

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