25 de junio de 2024

Carlos Gardel no necesitaba morir…

YA  ERA  CASI   UN  MITO Y PASÓ 
A SER LEYENDA 89 AÑOS ATRÁS 
 
   Los humanos pensantes sin que necesariamente pequen de sentimentales, suelen ser poseedores de cierta inclinación hacia las fantasías; a la creación mental y cardíaca de seres especiales de cualquier actividad, que al destacarse pasan por admiración, de ser idealmente imaginarios a transformarse en eternos símbolos; en íconos, en ejemplos a imitar, en seres dignos de un merecido endiosamiento que derrote a los tiempos. Y como en tal sentido los modelos huelgan lo mejor es situarnos en cualquier punto del universo pero con el alma dolorida puesta en Medellín, 89 años atrás.
   Carlos Gardel, así nacionalizado argentino en 1923 nacido en Toulouse, Francia, el 11 de diciembre de 1890 hijo de Berthe Gardés y Paul Laserre, era sospechado de falsedad en cuanto a esos datos porque en Uruguay sostienen que su llegada al mundo había sido allá por 1887 en Tacuarembó pero que de pibe viajó a Buenos Aires y vivió unos años en un conventillo del barrio del Abasto. Tiempo atrás desde el portal tangocity.com perteneciente al grupo Clarín me encomendaron la tarea de elaborar una semblanza del artista lo que me llevó a consultar fuentes tan serias como generosas y me posibilitó contar con calificado material, para cumplir con el mandato mediático.
   Me enteré de algunos detalles salientes del ídolo tanguero;
que el Morocho francés aporteñado  tenía devoción por su madre Berta, que era pintón, simpático, amante de la buena mesa, de las carreras de caballos y perdía el sueño al ser eterno enamorado de todas las mujeres  pero sobre todo por una en particular: su mamá Berta. Y es para recalcar que “el morocho” siendo joven, a los 26 años, llegó a pesar 118 kilos lo que le obligó a frecuentar el gimnasio, trotar y practicar pelota vasca bajo la rigurosa mirada y la supervisión del catalán Enrique Pascual, ex luchador grecoromano, kinesiólogo, boxeador, violinista y bandoneonista que atendía en YMCA (sigla en inglés de la Young Mens Christian Association).  De sus biógrafos extraigo que “En cuando a las mujeres, el ‘Zorzal’ y sus conquistas: siempre, los ídolos populares vivos o muertos, están rodeados de una aureola de misterio que procura, por lo general con relativo éxito, preservar los pormenores de su íntima vida amorosa. Las certezas y las habladurías alimentan el imaginario colectivo, que como si faltaran nombres y situaciones, suele inventarlas. Y un personaje como Carlos Gardel, de ninguna manera podía ser la excepción. Es probable que no existan registros con rigor histórico de sus andanzas de adolescente, porque recién con la notoriedad y la fama fue virtualmente imposible ocultar sus preferencias y sus escarceos. En sus incursiones como cantor debutante en cafés y restaurantes de la zona del Abasto y luego en lujosos cabarets, Gardel rindió sus primeros exámenes de efímeros romances”.     
   Hay detalles finos acerca de sus relaciones, como esos que consignan que terminaba 1913 cuando Razzano, para que se hiciera de unos pesos, lo llevó a cantar a un lupanar de la calle Viamonte  que regenteaba Madame Jeanne. El éxito fue notable y terminaron la noche en el Armenonville donde vocalizaron juntos y fueron llevados en andas por los concurrentes, entre los cuales estaba Jorge Newbery acompañado por varios amigos de la alta sociedad porteña. Los dueños del local quedaron tan fascinados, que contrataron al dúo por 70 pesos, comida y bebidas a discreción por cada noche y Gardel, por entonces con 23 años, respondió que por esa plata cantaba y lavaba los platos. Fue el nacimiento de Gardel-Razzano y del romance entre el Zorzal y la madama, también apodada Ritana”.
   Y continuando con su raid de seductor, Gardel allá por el 1921 y de manera fortuita, quedó impactado por una jovencita de solo 14 años, al verla cruzar la esquina de Carlos Pellegrini y Sarmiento. Como se estilaba por aquellos tiempos, pidió que se la presentaran. Se trataba de Isabel Martínez del Valle, quien vivía con su madre viuda y varios hermanos.
   El ahora eterno no era de dilatar las situaciones gratas, perder las oportunidades ni sacrificar tiempos por lo que al día siguiente el astro, que ya era bastante conocido y con buenos ahorros, fue a almorzar con ella y su familia que de ninguna manera se opuso al romance pese a que la niña, de llamativo cuerpo y profundos ojos negros, era menor de edad. Gardel tenía 31 años y vivieron en concubinato por más de 12 años en una casa de Corrientes al 1700 sin descuidar la vivienda que compartía con doña Berta, su adorada madre, en Rodriguez Peña 451.
   Volviendo ahora al “deporte de los reyes” como muchos llaman al turf, es para recalcar que Irineo Leguisamo, mito viviente de esa actividad no tan sólo recreativa al que Gardel era adicto, supo decir que ninguna mujer, como Isabelita, había dejado huellas tan profundas en su alma de cantor. La pareja durante un tiempo compartió techo con Doña Berta y la relación no prosperó porque ella no estaba muy conforme por la diferencia de edades, y por la enorme influencia que ejercía la familia de la piba, que permanentemente reclamaba dinero y obsequios.
   Pero algo iba a suceder para alterar el ritmo de la relación y fue que Isabel se enteró de las incursiones de su amado por la pensión de Ritana y un día decidió encarar a la madama que hablaba un español afrancesado. La veterana reconoció que Gardel era su amante y que al cantor le había regalado un perrito pekinés (¡el mismo que Gardel le obsequió días después a Isabelita!).
   Eran tan concretas e indiscutibles las evidencias, que la adolescente exigió a su amado que optara, recibiendo como explicación que solo se había tratado de una aventura intrascendente y ella, por inocencia o por despecho supo contar a sus íntimos que recibió como respuesta el consabido “…vos sabes gorda, que este grone te quiere solo a vos y nunca te olvidará ni te cambiará por otra”.  Entonces ocurrió que la historia, implacable testimonio de la realidad, demostró que Gardel siguió con las dos.
   Pasó el tiempo y corría 1931 cuando el Zorzal viajó a Francia, acompañado por Isabel, quien tenía el objetivo de estudiar canto en Milán con la profesora Gianina Ruzz. Allí se trasladaba el astro en los intervalos de sus actuaciones y esa ocasión de lejanía fue propicia para que le encomendara a su viejo amigo, el periodista Edmundo “Pucho” Guibourg, que hablara con Isabel para encarar el punto final de la relación, deteriorada por las ingratitudes y la prepotencia de la familia.
   Poco después se conoció que Gardel o su amigo Guibourg le enviaron un escrito al administrador del artista, Armando Defino, en el que el cantante le expresa que las subvenciones mensuales habían llegado a su fin y que “bajo ningún concepto debes darle un centavo más…quiero trabajar para mí, para poder darle una situación a mi viejita y para poder disfrutar con cuatro amigos viejos el trabajo de treinta años. Estoy dispuesto a no hacer más tonterías.
 La de Isabel y su familia será la última (…) Si siguen cargándome se quedarán sin el pan y sin la torta. Que ellos elijan”.
 Pese a toda esta historia y sus detalles, nada impidió que luego de la tragedia de Medellín, Isabel asumiera el papel de viuda, solidaria en el dolor y en el luto con doña Berta, tanto que con frecuencia se las solía ver, juntas, en la necrópolis de la Chacarita.
   Dentro de la maraña de afectos que tenía como protagonistas a la joven Isabel y la veterana madama Jeanne -o Ritana- durante su paso por Francia, Carlitos el “Zorzal” intimó con la matrona Sally Barón Wakefield, copetuda hija de Bernhard Baron, quien le había dejado una jugosa herencia, que allá por 1929, se estimaba en la friolera de cinco millones de libras esterlinas, una cifra abrumadora para aquellos tiempos con el agregado que la dama era nada menos que dueña de la fábrica de cigarrillos Craven, razón por la cual sus íntimos la llamaban Madame Chesterfield.
   Sally Barón Wakefield, que “chapeaba” por entonces con la amistad de Gardel, lo distinguió con finas, costosas atenciones y apoyo monetario para la realización de sus películas. El matrimonio Wakefield ganó mucho dinero con esos filmes por el éxito que alcanzaron y le cedían al “Zorzal” una enorme mansión en Niza, a donde solía aposentarse junto a su amigo el célebre jockey Irineo Leguisamo. 
   La millonaria, de acuerdo con lo que sostienen algunos historiadores, era norteamericana y la sexagenaria, si tenemos que al referirnos a presentes fastuosos, supo regalarle un imponente auto negro con sus iniciales ¡en oro! colocadas en las puertas como así también una cigarrera ¡del mismo metal con el monograma hecho en brillantes! pieza que está en poder de un coleccionista particular. La coupe Chrysler blanca modelo ‘31 única en Buenos Aires, fue también un regalo de los Wakefield y Gardel la usó hasta 1933.
    Y si seguimos abordando el tema mujeres, entre sus conquistas de la ciudad luz aparece el nombre de Gaby Morlay, actriz de renombre con mansiones en París y en Niza que eran asiduamente visitadas por el cantor. Igual suerte tuvo en España con la tonadillera Teresita Zazá y una tal Blanquita, de Barcelona. Ni siquiera viajando Gardel perdía el tiempo: en el barco que lo llevaba de regreso a Buenos Aires al final de una de sus giras, entabló relación con una vedette que estaba noviando con un conocido deportista argentino: Gloria Guzmán, a quien consideraban la más bella de los escenarios porteños.   Ambos artistas, según refieren los memoriosos de la época, compartieron muchas cosas durante la navegación pero al llegar al puerto cada uno volvió a sus menesteres habituales, como si no hubiera existido nada entre ellos.        
   Continuando en el rubro “arrastre con el sexo opuesto” también ciertos historiadores refieren la convivencia -por llamarla de alguna manera- que tuvo en 1925 con una joven brasileña que dos años atrás viajaba en el mismo barco hacia Europa. Trascendió sin embargo una carta de ella  -la paulista Elsa Braga- que nunca llegó a manos del “Zorzal”, pues quedó en poder de una persona que oficiaba de “filtro”, quien recibía su correspondencia.
   Gardel y la actriz argentina Mona Maris, estrella de Hollywood donde trabajó con Gary Grant Y Humphrey Bogart, tuvieron una relación tan breve como intensa, dado que compartieron cinco semanas en Nueva York filmando Cuesta Abajo y la simpatía era recíproca, hasta el punto de plantearse la realización de otros filmes. Después de separarse, llegado 1935 Mona Maris se encontraba en el Hotel Savoy de Londres cuyo maître, gran admirador de Carlitos, tuvo que darle la triste noticia de su muerte y fue tal el impacto, que según lo relatara la actriz, estuvo recluida, casi un mes sin comer.
    No ha pasado tanto tiempo desde que un diario madrileño hiciera alusión a la vedette Perlita Greco como novia del artista. En declaraciones periodísticas la dama supo afirmar que “A veces he pensado que él no quiso de veras a ninguna mujer, que su única y verdadera pasión era su madre”. Y en Montevideo, cuando corría 1937 apareció otra novia de Gardel, Magalí de Herrera, quien se dedicaba a la declamación cuando le dejaba tiempo libre su ocupación de manicura.
   Es de no creer, pero pese al ritmo y la intensidad que le imponían sus actividades artísticas, Carlos Gardel se hacía tiempo para ”atender” tantas frecuentes relaciones con el sexo opuesto.
   El inmortal las prefería latinas y bellas, aunque no le disgustaban las europeas consideradas frías. Tomando en cuenta sus amoríos y devaneos, de poco le debe haber servido ser compañero de dormitorio de Ceferino Namuncurá, hoy santo, estando pupilos en el Colegio Salesiano Pio IX entre 1901 y 1902.
   En el diario El Nacional de Bogotá, edición del 18 de junio de 1935, seis días antes de su ingreso a la inmortalidad, se publicó un reportaje a Gardel. Entre otras cosas, le preguntaron si era partidario del divorcio.
   “Debido a mi carrera -respondió- no soy partidario del casamiento”.
   Gardel no murió en el luctuoso accidente del 24 de junio de 1935 en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín.
   Ese día no murió porque ya era mito
   Y los mitos son inmortales…

                                                                               Gonio Ferrari

                                                                                 Periodista casi en reposo

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