Resulta patetícamente grosera la actitud del superministro nacional cuando graciosamente expresa que "no van a permitir ningún tipo de violencia" refiriéndose a un par de aislados episodios enmarcados en el reclamo de prefectos y gendarmes, tibiamente extendido a otras areas militares. Lo que no entiende ese nervioso muchacho son dos cosas: una, que la violencia de arriba como lo es la disminución salarial con olor a "vendetta" genera violencia y que su desmemoria le ha hecho perder la impronta de su propio origen.
Lejos de admitir la existencia de actitudes desconstituyentes o de exclusión social (exagerados vocablos puestos en boga desde el mismísimo gobierno nacional) lo que no se entiende desde el poder, es un detalle fundamental que es vinculante incluso al respeto por los derechos humanos, una bandera que se hace ondear según la conveniencia: que quienes reclaman son personas, que tienen familias, que cumplen con sus obligaciones y que en definitiva son víctimas de esa aberrante costumbre que es el pago en negro de la gran parte de sus salarios, con el agravante de un tufillo parecido a la revancha.
Queda también patentizada la decreciente credibilidad acerca de la dirigencia, porque nadie se movió de los lugares de protesta frente al apresurado relevo de las cúpulas tanto de Prefectura Naval como de Gendarmería Nacional, lo que es un inequívoco mensaje en el sentido de que la disconformidad no es tanto con la conducción como por las políticas oficiales hacia las fuerzas de seguridad, emanadas del Ministerio de Defensa.
Sería exagerado suponer que la actitud de los contrariados que rompieron su silencio pese a no estar agremiados ni conducidos como rebaño por una dirigencia sindical, pretende avanzar más allá de las intenciones denunciadas, y aprovechándose del estrépito mediático (que no es una actitud corporativa de opositores sino la obligación de reflejar una realidad) piden un básico acorde con la crisis salarial que padecen y reclaman que les blanqueen sus sueldos, pero por sobre todo exigen la dignificación de su tarea que no es simple ni burocrática: nada menos que la defensa de nuestras fronteras y en algunos casos, la actuación para restablecer el orden en lugares donde la policía no alcanza.
Se decretaron relevos pero eso no es suficiente, porque los responsables están bastante más arriba, desde donde se imparten las pautas de acción para las fuerzas armadas y de seguridad. Lo sucedido no es culpa del grupo hegemónico en materia de comunicaciones ni la mano traviesa de ningúin desestabilizador. Resulta fantasioso suponer, como lo hacen algunos políticos oficialistas en su afán por desligarse de culpas, que se trata de algo parecido a un golpe de estado o un ataque al sistema democrático, porque también es democrático protestar.
Es, sencillamente, una olla a presión a la que le falló el silbido o los cocineros estaban demasiado lejos cuando se hizo escuchar.
G.F.
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