Desgrabación
de los comentarios emitidos por el periodista Gonio Ferrari en el
programa Síganme los buenos del domingo 14/10/12 por AM580 Radio
Universidad de Córdoba.
LOS
SUBSIDIOS INNECESARIOS
Días pasados estuvo en
Córdoba un meditador y santón proveniente de India, que reunió en
el campus de la universidad Siglo XXI a una respetable cantidad de
seguidores y curiosos.
Lo llamativo del caso es
que el Gobierno de la Provincia aportó una considerable suma de
dinero, se hablaba de más o menos 200.000 pesos, para subsidiar esa
presentación, a una empresa privada como lo es esa Universidad que
cobra un dineral mensual a sus alumnos.
Bueno sería dejar que
esa empresa, la Siglo XXI, siga amasando fortunas y deje que el
Estado cordobés invierta mi dinero que cobra por impuestos, en
trabajos de investigación científica o en atender los numerosos y
acuciantes problemas presupuestarios que afronta la provincia.
¿Quién es el ilustre
visitante, que tanto dinero demanda para hacer el bien?
¿Es un predicador, un
enviado del cielo, o un vendedor de humo o de grasa de serpiente?
Porque, hablando
primariamente, si su virtud es arreglar todo a través de la
meditación, tengo una sugerencia para hacerle, o para que la próxima
vez se la hagan los responsables de la Siglo XXI, siempre amigos del
poder.
Que vaya a su país, la
India, y les enseñe a los famélicos de qué manera es posible
alimentarse con la meditación.
Sería la mejor manera de
iniciar su camino hacia la santidad.
EL
BOTON ANTI PANICO
Dicen que para antes de
finalizar este año, el gobierno provincial instrumentará un sistema
de botón antipánico, para aplicar en los casos que ameriten
proteger a víctimas de maltratos.
Como ya se sabe, el
dispositivo consiste en una alarma que la persona afectada o
amenazada lo accionará, la señal llegará a la policía, y de
inmediato un patrullero llegará hasta el lugar indicado y evitará
males mayores.
Hasta allí, la casi
fantasiosa enunciación de intenciones como para descomprimir esa
angustia colectiva que surge de tantos casos de femicidios en los
últimos meses.
Y como a los anuncios que
luego se diluyen, los argentinos estamos ya cansados, y si no
recordemos los viajes interespaciales con base en Córdoba, el tren
bala, la carrera de Fórmula 1 y otros casos, corriendo el riesgo de
ser acusado de pesimista, tengo ciertas y fundadas dudas con relación
al dichoso botón antipánico.
Y la principal, es la
ejecución de la ayuda.
Si los patrulleros
demoran en llegar a los asaltos, si a veces desoyen los llamados de
los vecinos, si la ciudad es un incontrolable nido de delincuentes,
narcotraficantes, etc. no veo posibilidades que se pueda cumplir con
lo anunciado.
Si por lo general no
tienen combustible, o faltan efectivos, o los coches están en
reparaciones, la idea no va a prosperar, más allá del estrépito de
su anuncio.
Es como en muchas
situaciones similares: proyectamos las vías sin tener el tren, o
tendemos puentes donde no hay ríos.
Un viejo deporte
nacional.
RESPETAR
AL ADN
La verdad y para que lo
entiendan quienes no me conocen, no soy defensor de Clarín porque
supongo que ellos tienen sus abogados, aparte no soy ni llegaré a
ser abogado y odio tanto los monopolios privados como los estatales.
Deploro que alguien
pretenda obligarme a pensar de manera distinta a la propia o que me
impongan cepos ideológicos.
No quiero extenderme en
esta cuestión de la validez científica del ADN para la
identificación de patrones genéticos.
Lo único, ruego que así
como sirviera para establecer la identidad de tantas víctimas de las
atrocidades de la dictadura militar, se respete su rigor científico
cuando se trata de aventar maledicencias y denuncias infundadas.
Que sea un capítulo que
se cierra, con victoria para unos y derrota para otros, como en
cualquier contienda.
Una contienda que
plantearon desde un sector, como mecanismo de presión y de
estigmatización contra quien, para bien o para mal, le tocó tener a
su cargo uno de los diarios más importantes del habla hispana.
MAS
ACERCA DE LA MEGACAUSA
María Angélica Gelli,
Abogada especialista en Sociología Jurídica, Profesora de Derecho
Constitucional, entre otros antecedentes, publicó en la revista La
Ley el 30 de agosto último un artículo muy interesante y revelador.
Comenta una sentencia de
la Corte Suprema de Justicia en la que se debatió el plazo
legítimo y razonable de una prisión preventiva.
Dice Gelli que la
prisión preventiva pone en entredicho el principio
de inocencia y el derecho a permanecer en libertad durante el
proceso, hasta que una sentencia firme declare al
procesado culpable del delito que se le imputa.
La prisión preventiva
limita este derecho y deben existir buenas razones que salgan airosas
de un examen estricto del interés público, en que se sostenga esa
prisión.
La prolongación de la
prisión preventiva sin término, a más de poner en evidencia la
ineficiencia de la justicia para dictar sentencia en tiempo útil,
puede convertirse, en el mejor de los casos, en una verdadera pena
anticipada o en una pena sin causa en la hipótesis de que el
procesado resulte exculpado de las imputaciones.
Pero lo más interesante
es éste párrafo en el cual la Corte Suprema de Justicia de la
Nación establece en qué delitos correspondería aplicar esa medida
excepcional.
"El principio
republicano de gobierno impone entender que la voluntad de la ley,
cuando permite exceder el plazo ordinario, no es la de abarcar
cualquier delito, sino los delitos graves y complejos de investigar,
o sea en particular, aquellos contra la vida y la integridad física
de las personas cuya protección penal debe privilegiarse y cuya
impunidad acarrea gran alarma social y desprestigia en máxima medida
la función tutelar del estado.
A la magnitud de
la excepción corresponde una pareja delimitación por
gravedad y complejidad de los hechos bajo juzgamiento, pues lo
contrario implicaría anular virtualmente el carácter excepcional de
la norma, y aún en estos casos de gravedad se deben
juzgar los delitos en un plazo razonable para no incurrir
en negligencia lesiva del principio de inocencia"
La Corte en un fallo muy
reciente avala lo que ya está escrito y remarcó el Dr. Jiménez la
semana pasada en este programa: el carácter de excepcionalidad de
la prisión preventiva y su limitación a casos de delitos graves, y
aún en esos casos insiste en la celeridad judicial para no lesionar
el principio de inocencia.
Por allí suena como
demasiado, pedirle a la justicia cordobesa, salvo aislados casos, que
despierte de su pachorra y alguna vez pise el acelerador.
La Comisión
Interamericana de Derechos Humanos en respuesta
a denuncias recibidas contra el estado argentino
por el abuso en la aplicación de la prisión preventiva, establece
una serie de consideraciones: Además de decir que debe existir una
razonable sospecha como condición "sine qua non"; que se
debe tener en cuenta la seriedad del delito, que aún así el riesgo
de fuga debe probarse, y otros valiosos argumentos.
En otra parte de su
informe dice textualmente: "La Comisión considera que
no es legítimo invocar las "necesidades de la investigación"
de manera general y abstracta para justificar la prisión preventiva"
Sin embargo en esta
megacausa del Registro de la Propiedad no se trata de sospecha de
delitos graves, no hay riesgo de fuga probado y no hay riesgos para
la investigación, que en muchos casos está cerrada al elevarse la
causa a juicio.
Existe jurisprudencia
nacional e internacional que avala esta postura.
Entonces, ¿qué es lo
que permite que continúe tanta impunidad por parte del Poder
Judicial?
¿Cómo no pensar que con
un proceder tan curioso, se esconde algo -o a alguien- muy poderoso?
JOHANNA,
EL PPP Y EL QUIJOTE
Realmente era para
enternecerse mirarla a Johanna, viviendo debajo de un puente, como
ejemplo de estudiante con escasísimos recursos económicos, pero con
una envidiable voluntad de progresar en la vida pese a las
adversidades.
Corría el año 2006 y la
pequeña, por entonces de 12 años llegó a ser escolta de bandera en
una escuela de Barrio Müller.
Ese mismo año, el
gobernador De la Sota les asignó a la familia de la niña una
vivienda.
Por avatarea de la vida,
los padres vendieron después esa casa y perdieron la patria potestad
sobre Johanna quien pasó a un hogar sustituto donde es una más del
grupo familiar.
Se inscribió en el Plan
Primer Paso y comenzó a trabajar, con 17 años, en el bar El
Quijote, de Av. Vélez Sársfield 21.
Revistó allí más de un
mes y medio hasta que por problemas de comunicación, según dicen,
entre la Agencia de Promoción del Empleo y el bar que la empleara,
se quedó sin trabajo y no le pagaron ni un mísero peso.
Desde el gobierno
anunciaron que le otorgarán un nuevo beneficio pero los dueños de
El Quijote negaron, por telegrama, que la niña hubiera trabajado
allí.
Hay gente con el corazón
de oro, pero también están los desalmados, los insensibles, los que
buscan la fácil mediante la explotación de los desamparados o de
los incautos.
Puede que Johana ahora
tenga más suerte.
Los explotadores me
provocan náuseas.
Y por lo menos, esto me
ha servido para saber a donde nunca, jamás, volvería ni siquiera a
tomar un café.
LAS
FIESTAS SECRETAS, EL ALCOHOL Y LOS PADRES
El operativo fue exitoso,
en una casa de Villa Rivera Indarte interrumpieron una fiesta
clandestina donde había medio millar de jovencitos, muchos de ellos
borrachos, cerraron la casa y seguramente enjuiciarán a los
responsables de la convocatoria, que se hizo por Internet.
Son los peligros de
mantener en secreto los lugares donde abiertamente se violan las
leyes, con el agravante que con certeza, muchos padres de esos
menores, conocían que se trataba de una fiesta en un lugar no
declarado, como para ser la sede del encuentro, donde permanentemente
se alentaba el consumo de alcohol.
Si bien el uso de
Internet es incontrolable, no deja de ser facultad de los mayores
conocer los lugares que frecuentan sus hijos, sin caer en el extremo
de la castración social o en prohibir que se diviertan.
Y en las autoridades,
debiera estar actualizada la lucha contra la venta de alcohol a
menores en toda la ciudad, y no buscar en casos aislados, el impacto
que provoca un procedimiento de estas características.
No es necesario ir lejos,
en el centro de la ciudad, en Nueva Córdoba, en Alta Córdoba, en la
zona del Chateau, cerca del ex Mercado de Abasto, el alcohol corre
sin medida ni controles, y es humillante para la ciudad ver en las
madrugadas a jovencitos y chicas tirados en las veredas.
Y un detalle para no
olvidar: la educación de los niños y de los jóvenes no está en la
escuela, que es donde los instruyen.
La formación de una
persona, comienza en el hogar.
UNA
NOSTALGIA LLAMADA TRANVIA
Por
lo general cuando volvía de trabajar, metía una mano al carterón
de cuero, lo sacudía, y de allí me daba una moneda de 5 centavos
"para que comprara lo que quisiera".
Con cinco centavos, logicamente a los 10 años, compraba un puñado de caramelos.
Era cuando el "boleto obrero" costaba eso: solo cinco centavos y regía en un horario especial.
Vivíamos en el Pasaje Italia que tenía una sola cuadra en el viejo Barrio Firpo y quien generosamente se desprendía de esa moneda era el Coco, mi Viejo, que de tan buscavidas fue vendedor en Casa Vives, boletero en el Hipódromo, guarda de tranvía y terminó muriendo injustamente por lo joven, a los 42 años, siendo Administrador del por entonces Hospital Eva Perón.
Porque allá en los finales de los '40 casi todo se llamaba Juan Perón o Eva Perón, aunque no falten los desmemoriados o intolerantes que por esto me tilden de gorila.
Lo que les cuento, es para que vean que puedo hablar del tranvía con cierta vivencial autoridad y ejercicio de la memoria, que es donde uno archiva los momentos más gloriosos y mágicos.
El tranvía para mí y por entonces no servía tan solo para viajar, sino también para hacer explotar las tapitas de gaseosa con clorato de potasio (pastillas que se disolvían en la boca para el dolor de garganta) y azufre que colocábamos en las vías y hacían palidecer y entrar en situación de pánico, asombro y julepe a los motorman's.
Lo hacíamos sobre los rieles de la linea 7 en el centro de la Augusto Lopez, calle ancha con naranjales amargos en las veredas, cuando integrábamos una gavilla de dañinos juveniles, varios precoces vándalos como el Pichón Rothlisberger, el Queco Gomez, el Pelado Contreras, el Victor Leguizamón, el Araña Galíndez, el Negro Puerta y algunos otros valores del barrio que ahora se llama General Bustos.
El tranvía servía para aprender a "largarse" desde la puerta trasera en sentido contrario a la marcha y no darse un porrazo, por eso de la inercia.
El tranvía servía para viajar hasta en el techo después de algunos partidos del fútbol de entonces.
El tranvía era codiciado algunas noches por los que hacían despedidas de solteros y practicamente los secuestraban para hacer alocados, etílicos y pintorescos recorridos.
El tranvía servía para viajar sentado en la parrilla salvavidas que venía plegada en la parte posterior, o para ubicarse en el privilegiado rincón al lado del mótorman, siempre que este lo permitiera.
El tranvía servía para ver con qué cancha y maestría los guardas se bajaban con un fierro en la mano y haciendo palanca cambiaban de vía.
El tranvía tenía una bocina metálica, un fierro que golpeaba a otro fierro cuando el mótorman lo accionaba con la planta de su botín antes de cada esquina y producía un sonido que ahora mismo al evocarlo, en este instante, me despierta eso tan maravilloso que es la nostalgia.
Medio siglo atrás, el progreso firmó el certificado de defunción del tranvía y por muchos años las vías siguieron haciendo caer a los motociclistas, tropezar a los chicatos y a los pasajeros llevarlos a optar por los "loros", unos ómnibus que reemplazaron su servicio pero no su mística ni el romanticismo de un paseo por la ciudad.
El tranvía sirvió para que sacralizáramos personajes como "El chancho", mote que recibían los inspectores de boletos que cuando subían provocaban que se bajaran los que habían conseguido colarse o eran amigos del guarda.
El tranvía sirvió para el lucimiento de "La Gitana", el más emblemático de los guardas con su rostro castigado por la viruela y color borravino, andar "amochilado" y simpatía para derrochar.
El tranvía murió medio siglo atrás, lo extrañamos y es mentira (por ahora) aquello de que todo resucita o renace de las cenizas -así lo declamaba un borracho amigo- como el Gato Félix.
En definitiva y como el más sentido de los homenajes a su ausencia, me endulza el alma evocar que era el tranvía lo que posibilitaba que mi Viejo, el Coco, me regalara allá lejos, una moneda de cinco centavos cada día.
Y ahora que me acuerdo, la verdad, confieso que no extraño tanto al tranvía ni a la moneda, como extraño al Coco, mi Viejo.
Con cinco centavos, logicamente a los 10 años, compraba un puñado de caramelos.
Era cuando el "boleto obrero" costaba eso: solo cinco centavos y regía en un horario especial.
Vivíamos en el Pasaje Italia que tenía una sola cuadra en el viejo Barrio Firpo y quien generosamente se desprendía de esa moneda era el Coco, mi Viejo, que de tan buscavidas fue vendedor en Casa Vives, boletero en el Hipódromo, guarda de tranvía y terminó muriendo injustamente por lo joven, a los 42 años, siendo Administrador del por entonces Hospital Eva Perón.
Porque allá en los finales de los '40 casi todo se llamaba Juan Perón o Eva Perón, aunque no falten los desmemoriados o intolerantes que por esto me tilden de gorila.
Lo que les cuento, es para que vean que puedo hablar del tranvía con cierta vivencial autoridad y ejercicio de la memoria, que es donde uno archiva los momentos más gloriosos y mágicos.
El tranvía para mí y por entonces no servía tan solo para viajar, sino también para hacer explotar las tapitas de gaseosa con clorato de potasio (pastillas que se disolvían en la boca para el dolor de garganta) y azufre que colocábamos en las vías y hacían palidecer y entrar en situación de pánico, asombro y julepe a los motorman's.
Lo hacíamos sobre los rieles de la linea 7 en el centro de la Augusto Lopez, calle ancha con naranjales amargos en las veredas, cuando integrábamos una gavilla de dañinos juveniles, varios precoces vándalos como el Pichón Rothlisberger, el Queco Gomez, el Pelado Contreras, el Victor Leguizamón, el Araña Galíndez, el Negro Puerta y algunos otros valores del barrio que ahora se llama General Bustos.
El tranvía servía para aprender a "largarse" desde la puerta trasera en sentido contrario a la marcha y no darse un porrazo, por eso de la inercia.
El tranvía servía para viajar hasta en el techo después de algunos partidos del fútbol de entonces.
El tranvía era codiciado algunas noches por los que hacían despedidas de solteros y practicamente los secuestraban para hacer alocados, etílicos y pintorescos recorridos.
El tranvía servía para viajar sentado en la parrilla salvavidas que venía plegada en la parte posterior, o para ubicarse en el privilegiado rincón al lado del mótorman, siempre que este lo permitiera.
El tranvía servía para ver con qué cancha y maestría los guardas se bajaban con un fierro en la mano y haciendo palanca cambiaban de vía.
El tranvía tenía una bocina metálica, un fierro que golpeaba a otro fierro cuando el mótorman lo accionaba con la planta de su botín antes de cada esquina y producía un sonido que ahora mismo al evocarlo, en este instante, me despierta eso tan maravilloso que es la nostalgia.
Medio siglo atrás, el progreso firmó el certificado de defunción del tranvía y por muchos años las vías siguieron haciendo caer a los motociclistas, tropezar a los chicatos y a los pasajeros llevarlos a optar por los "loros", unos ómnibus que reemplazaron su servicio pero no su mística ni el romanticismo de un paseo por la ciudad.
El tranvía sirvió para que sacralizáramos personajes como "El chancho", mote que recibían los inspectores de boletos que cuando subían provocaban que se bajaran los que habían conseguido colarse o eran amigos del guarda.
El tranvía sirvió para el lucimiento de "La Gitana", el más emblemático de los guardas con su rostro castigado por la viruela y color borravino, andar "amochilado" y simpatía para derrochar.
El tranvía murió medio siglo atrás, lo extrañamos y es mentira (por ahora) aquello de que todo resucita o renace de las cenizas -así lo declamaba un borracho amigo- como el Gato Félix.
En definitiva y como el más sentido de los homenajes a su ausencia, me endulza el alma evocar que era el tranvía lo que posibilitaba que mi Viejo, el Coco, me regalara allá lejos, una moneda de cinco centavos cada día.
Y ahora que me acuerdo, la verdad, confieso que no extraño tanto al tranvía ni a la moneda, como extraño al Coco, mi Viejo.
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