Dejando de lado ese engendro repugnante que
le dicen “la teoría de los dos demonios”, el sufrimiento aplicado por el hombre
a sus semejantes era igual de doloroso y cobarde si la víctima abrazaba
cualquier bandería política o disímiles y utópicos fanatismos ideológicos.
La historia universal es espantosamente
generosa al recordarnos los instrumentos con los que se torturaba:
aplastacabezas, cuna de Judas, desgarrador de senos, doncella de hierro,
garrote vil, potro, empalamiento, azotes, lapidación, gota china, submarino,
bolsa plástica, picana eléctrica, simulacro de fusilamiento y para qué seguir
mencionando más elementos que el hombre utilizó para dar rienda suelta a su
vileza o la de quienes los gobernaban.
Y así como los tiempos cambian, la
imaginación y la tecnología han hecho que los genios del mal incorporen a sus
pésimas costumbres, otras maneras de torturarnos, haciendo del respeto por los
derechos humanos nada más que un liviano motivo de oportunismo y barata
mercancía electoralista.
Porque
también son torturas el despojo a los jubilados que todo lo merecen; el
sometimiento del que son víctimas algunas comunidades aborígenes; la
postergación a los sectores no alineados con el poder central; el suplicio de
la marginación a quienes piensan diferente al modelo gobernante; el
sometimiento político de la
Justicia; la insuperable inseguridad; el incontrolable
narcotráfico; la selectiva prepotencia sindical; la descalificación a la prensa
así no sea independiente o el endeudamiento internacional.
Tormentos son asimismo las mentiras e injusticias,
la corrupción estructural, devaluar y desprestigiar al opositor, quebrar la
necesaria igualdad de oportunidades o inclumplir a sabiendas las promesas que
se multiplican al amparo de la demagogia.
Y cualquiera de los martirios apuntados, de
los que la historia ha dado y sigue aportando ejemplos, la dinámica tecnológica
que tanto está contribuyendo al progreso de la Humanidad, ha implantado
con certeza y sin proponérselo, una nueva y lacerante manera de imponer
angustia y aflicción, por intermedio de la represión y del desenfrenado y
potencialmente inhumano autoritarismo fiscal.
Así como los implacables señores feudales,
que asolaban la comarca universal con sus exigencias y los castigos que
imponían por incumplimiento, la voracidad de un Estado malgastador y
dispendioso que internacionalmente se disfraza de opulento, viene practicando
un peligroso estilo apoyado por la inquietud y la zozobra que trasunta con sus
presiones, sus amenazas de ejecución y otros apremios que en lugar de aportar
tranquilidad, sumergen a buena parte del pueblo en la inseguridad con miras a
un incierto futuro.
La intimidación, que es una mentira sin
patria ni noble origen, no es otra cosa que el fracaso de la cordura cuando
naufragan los argumentos y groseramente se derrumba aquella demagogia.
Y pasa a ser una bravata que solo sirve para
poner en evidencia la debilidad política, la falta de ideas, el olímpico
desconocimiento de la realidad o es la piedra fundamental de una tiranía.
Roguemos que no lo sea y que solo estemos
viviendo un superable espejismo, porque si esto es el horizonte que nos
prometieron, es preferible quedarnos en donde estamos y no avanzar ni un solo
paso.
Porque con un salto al vacío de la
incertidumbre, las torturas actuales nos pueden llevar al atraso y a la temida
desintegración social, cuyos símbolos son aquellos viejos y desusados
instrumentos de suplicio que nadie merece padecer.
El peligro es doble, porque el Pueblo está -estamos-
en el medio de una sorda lucha entre intereses políticos y grupos con
apetencias económicas y vocación hegemónica, que jamás han tolerado una
derrota.
No hay ángeles, inmortales ni santos en una
vereda ni en la otra.
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