Parece
imposible, mirando de soslayo y a primera vista, que tuvieran mucho
que ver elementos tan disímiles como el fútbol, el colega Jorge
Lanata y los nervios.
Sin
embargo, estos últimos días han servido para demostrar que contra
todas las suposiciones, no es poco lo que los une y de acuerdo como
vienen las cosas, van a permanecer durante un tiempo -al menos hasta
octubre- en un triángulo amoroso de impredecibles consecuencias.
Uno
de los partícipes fundamentales de esta historia es el fútbol,
juego mágico, pasión de multitudes, empresa altamente rentable en
muchos casos, vehículo de enriquecimiento de los malos dirigentes y
de pobreza para muchos clubes y algunos buenos jugadores; ámbito de
encerrada violencia alimentada por la droga y el dinero conseguido
sin esfuerzo, con el ineludible mecanismo de la prepotencia y la
amenaza de los bravucones del apriete.
Desgranando
ideas y cercanos recuerdos todavía resuenan aquellos conceptos
oficialistas que preferían ignorar la existencia de PPT en la noche
de cada domingo, noche de fútbol, restándole hasta una menos que
mínima trascendencia como espacio que mereciera la atención del
televidente.
En
pocas palabras, lo de Lanata no era para inquietar a nadie y sí para
embriagar de placer a los destituyentes, caceroleros, sojeros, prensa
amarilla, fachos y traidores a la Patria como se considera a todo
aquel que no comulga con los postulados del modelo nacional y
popular.
Otro
de los pies de este trípode es el obeso y barbado creador de Página
12 que si bien viene cayendo en ciertas evitables sobreactuaciones y
algunas imprecisiones, meticulosamente se ocupa de intentar (porque
lo suyo es solo un intento) correr el velo de impunidad que proteje a
grises personajes más emparentados con el delito que con el
gobierno.
Esto,
porque los funcionarios, de por sí, siempre fueron impunes.
Y
el otro gran protagonista, el más necesitado de un buen maquillaje y
mayor atención, es el nerviosismo equivalente a la pérdida de la
calma para mostrar la hilacha de una intolerancia difícil de
disimular.
Porque
aquello que no inquietaba al gobierno, que no le provocaba ni
cosquillas y por ende tampoco reacciones, ha mutado de la
intrascendencia, a ser cuestión de Estado al punto de aniquilar
viejas costumbres, como por ejemplo, de ver fútbol en la tarde-noche
del domingo.
Y
el costosísimo Fútbol para Todos ha pasado a ser un artilugio
preelectoral, el deporte una mercancía ofensiva, lo que era un juego
ahora es un arma.
¿A
dónde fue a parar aquella indiferencia oficial frente a las
denuncias de Lanata?
Porque
la verdad sea dicha, si solo fuera cierto y se comprobara el cinco
por ciento de las acusaciones, revestiría una enorme gravedad
institucional que a toda costa, incluso a costa del fútbol, se
pretende minimizar.
Es
allí donde entra a tallar el otro partícipe necesario de este
sainete que también es nacional y popular, porque ocupa la atención
del todo el país: los nervios.
Solo
alguien que ha perdido la calma, demuestra sentirse acorralado y
resuelve situaciones con criterio imprudente y peligroso, termina por
empujar a los espectadores a trasnochar, con problemas de transporte
e inseguridad, alterando lo que desde muchos años atrás ha sido un
rito; una religión.
Ponerse
nerviosos ahora y cometer sacrilegio contra una vieja costumbre que
sí es nacional y popular, desnuda un alarmante síntoma de debilidad
política, desconfianza en los acusados por corrupción y es aumentar
las expectativas que pueden tener los próximos capítulos de
Periodismo para Todos, lo que seguramente agradecerá Lanata mientras
tiemblan los que tienen sucio el tugget.
Es
preferible fumar y fumar sabiendo que hace daño, a ingresar al
universo de la dependencia de los ansiolíticos.
Como
para anunciar lexotanil para algunos … y algunas.
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