Si
a cualquier ciudadano se le ocurriera, en un ataque de ira o de
locura romper un vidrio de una propiedad privada a la vista de un
policía, seguramente iría a parar a la cárcel por lo menos, luego
de pasar por el ritual “del pianito”, que es cuando le pintan los
dedos.
Y
algún diligente fiscal se encargaría de formular la acusación en
nombre del Estado, porque para eso están, aunque a veces
sugestivamente no están.
Se
pueden contar por decenas los delitos cometidos por muchos
descerebrados activistas de la UTA, estimulados en base a birra,
fernet u otras sustancias y es cuando uno se pregunta a dónde fueron
llevados por la fuerza pública por lo menos para que dejaran de
hacer daño a las personas, a la propiedad privada y al mobiliario
urbano que es de todos, incluso de ellos.
La
policía que siguiendo órdenes absurdas solo acompaña para que
nadie ose defenderse de tamaño vandalismo, mira hacia cualquier
parte, escandalosamente, como si nada anormal estuviera ocurriendo.
Los
sucesos más graves, acaecidos a dos o tres cuadras del Palacio de
Tribunales, sucedieron y fue como que no existieran para nuestra
amodorrada y políticamente dependiente Justicia.
Varios
grupos de exaltados, dañinos y patoteros que habían cortado el
tránsito en estratégicas esquinas, se hartaron de burlar las leyes
que amparan al resto de la gente y la fuerza del derecho naufragó
estrepitosamente, porque unos pocos vulneraron derechos ajenos y
mayoritarios que el Estado tiene la obligación de tutelar.
Los
caprichos no se combaten con otros caprichos.
Los
caprichos que generan conflictos inmanejables, solo son posibles de
neutralizar con la vigencia del principio de autoridad, siempre que
se tenga una buena espalda y no se le tema a eso tan absurdo que los
especuladores le llaman “costo político”.
Los
violentos de la UTA ganaron las calles, coparon las esquinas, dañaron
a mansalva, lastimaron y robaron a la gente, porque no hubo autoridad
que se los impidiera, ni justicia que impusiera el rigor que a veces
dilapida en otras situaciones de mucha menor gravedad.
Esos
dirigentes, que se llenan la boca tratando de “compañeros
trabajadores” al resto de la masa laboral cuando los necesitan para
decretar un paro general, se mofan de ellos sabiendo cuánto los
perjudican robándoles indirectamente los premios al presentismo y a
la puntualidad que los choferes manejan a su antojo, por obediencia
debida, angurria u oscuros acuerdos con las patronales.
Son
los mismos choferes que después mariconéan cuando la gente en
defensa propia los insulta, y agradezcan que los usuarios siguen
conservando una calma que puede romperse en cualquier momento para
que, como decía Perón, hagan tronar el escarmiento.
Sugestivo
también el silencio de los gremios que nuclean a periodistas,
fotógrafos y camarógrafos, por abandonarlos en una situación tan
crítica.
Esos
gremios se preocupan más si Menéndez los mira feo que cuando sus
socios, los activistas de la UTA, les impiden trabajar, los insultan,
los golpean o dañan sus elementos de labor.
Bueno
sería que los periodistas -ellos, independientemente de los medios
en los que trabajan- acordaran no cubrir nunca más las reuniones a
las que son convocados por ese gremio cuyos seguidores tanto los
agreden, cuando la dirigencia necesita hacer conocer sus proyectos,
sus demandas o cualquier información.
Esta
actitud la debieran tomar mis colegas mientras no gocen de las
garantías necesarias para desempeñar sus tareas y hasta que medien
formales pedidos de disculpas, acompañadas de la reposición del
material dañado.
A
los violentos no hay que darles ninguna ventaja, pero parece que la
Municipalidad de Córdoba, el gobierno de la provincia y su policía
y la Justicia, no piensan de igual manera.
Porque
son ellos, y nadie más, los responsables de la crisis de autoridad
que se ha fortalecido entre nosotros.
El
caos en que vivimos no tiene otra explicación.
Esto,
con perdón de la mesa, no es para cagones.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Su comentario será valorado