La verdad y buscando en todos los sitios
donde uno imagina que pueden existir ciertos datos de la historia reciente, no
fue posible establecer si desde fines del ’83 a esta parte, algún presidente
dejó de difundir el clásico saludo de fin de año al país por la cadena nacional
de radio y televisión.
Al omitir ese detalle en la última Nochebuena,
pese a la excelente relación -al menos desde el lado de aquí- que se ha
alcanzado con la Iglesia Católica
unos días después de la asunción de Francisco y la conversión de varios y
varias, se llegó a pensar que como se trataba de una fecha no ecuménica, bien
podía pasarse por alto y reservar las municiones de todo lo que había que decir
para la despedida del 2013 y la bienvenida al año virginal.
En su recoleto palacete sureño, la Señora está superando el
estrés y recobrando la calma sin dudas perdida por tanta carga de negatividad
acumulada en los últimos meses, tales como la inflación escondida, el
generalizado motín policial que le obsequiara De la Sota, la inocultable crisis
energética huérfana de padres, el brutal déficit diario de Aerolíneas
Argentinas, la controversia acerca del crecimiento o la disminución de la
pobreza, el avanzado estado de ciclotimia verbal de Capitanich, el oneroso
subsidio a la Universidad
de las Madres (¡!) que imploramos no lo maneje Schoklender, las peleas en el
mundo K y otras cuestiones irritantes que sacan de quicio al más pintado … o
pintada.
Mas de un iluso compatriota enrolado en las
huestes del modelo nacional y popular, estuvo esperando con lógica ansiedad una
arenga, un discurso tranqui o livianas definiciones políticas porque no es
cuestión de dramatizar, acerca de los problemas vividos a lo largo del año, y
las perspectivas a las puertas del ’14.
Los sectores empresariales y el campo
aguardaban anuncios en un discurso que sería coloquial y aglutinante y el mundo
laboral creía en la llegada anticipada de los Reyes Magos con el regalo formal
de un bono, paritarias anticipadas, yates para todos o al menos un vale anual
para el asadito dominguero como para mantener viva ante el mundo una tradición
tan difundida.
Muchos jubilados -así me lo contaron-
esperaban que con uno de sus característicos gestos de generosidad mientras
revoleaba el flequillo, les anunciara que levantaría el veto al pago del 82 por
ciento móvil y los planeros ya pensaban en abortar su plan de barricadas para
presionar por un suculento aumento de sus asignaciones mensuales, equiparables
a los sacrificados policías.
Los maestros ya daban por sentado que desde
enero inclusive, cobrarían lo mismo que un agente, cana, botón o cobani, como
los quieran llamar y esos mismos canas, botones, agentes o cobanis pensaban que
les darían vacaciones de tres meses como a los docentes.
Resumiendo, todos calcularon que en el
discurso, que sería mucho más sustancioso que un palabrerío de ocasión, se
dejaría de lado esa vieja costumbre de decir lo mismo en cada final de año,
tanto que en la Secretaría
de Prensa y Difusión de Casa Rosada el saludo del 31 de diciembre está hecho
desde mediados del siglo pasado en copias al carbónico que ya no existe.
Pero nada.
No habló, no hizo anunciar que no lo haría,
no se sabe cómo está y nadie le ha dicho que en Canal 7 la extrañan y más aún
que los empleados se pierden las horas extras que cobrarían por una producción
de tal envergadura.
En lo personal y como argentino pendiente
del devenir nacional debo confesar que me sentí frustrado, con una sensación de
vacío y casi ninguneado, una realidad -que no es sensación como dicen los K que
lo son la inflación, la desocupación, la pobreza o la inseguridad- que padece
por lo menos la mitad de mis compatriotas.
Si en una de esas estamos algo enfermos, el
silencio no es salud.
Y en este caso, ¿el silencio es un mensaje?
Solo quería verla, saber que está entera,
sospechar que lidera y pensar que gobierna.
Se me hace que no es una pretensión
inoportuna, alocada, disociante o maliciosamente destituyente.
Gonio
Ferrari
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