Guardapolvo
almidonado, peinado con jopo y a la gomina, un cuaderno Lancero de 36
hojas rayadas, lápiz Faber nº 2, sacapuntas y goma de borrar
conformaban la añorada imagen del primer día de clase en la
primaria, en aquellos tiempos en que la mochila con rueditas no era
siquiera proyecto, la birome no se había inventado y la maestra era
LA maestra y no la seño, moderna versión de la compinche que igualó
la disciplina hacia abajo.
La
verdad, cuesta recordar si cuando con el Coco, mi Viejo, nos bajamos
del tranvía en el centro luego de viajar desde barrio Firpo, empecé
a sentir eso que los mayores le llamaban nudo en la garganta, ahora
calificado como angustia o estrés y para el vulgo era, es y seguirá
siendo cagazo.
Tampoco
me viene a la memoria si me prendí a las piernas del Coco cuando se
iba y me abandonaba entre extraños, si lloré o hice escándalo o me
atraganté eso que me era desconocido y allí descubrí lo que era la
bronca.
Y
me dejó nomás ante una vieja de 25 años con peinado de peluquería,
ojos azules con persianas de rimmel, delantal con lucecitas y sonrisa
de circunstancias ante la presencia de uno de los tantos vándalos
que pondrían a prueba lo que ella tenía, tienen y seguirán
teniendo los maestros esclavos de su vocación.
No
llevábamos lanchera, cajita feliz, vianda, termo, celular ni
aspirinas por las dudas, porque todas nuestras pertenencias cabían
holgadamente en la carterita con una correa y solo los pudientes se
daban el lujo de llevar una manzana que la mayoría devoraba en el
primero recreo, y los olfas de entonces la regalaban a la maestra.
A
lo mejor fue traumático el hecho de experimentar una inicial soledad
de afectos dentro de una multitud, sentimiento que al cabo de pocos
días se fue transformando en amistad, compañerismo y mucho de
complicidad.
Es
momento que aparecen, en ciertos personajes, los primeros síntomas
de masoquismo porque hasta resultaba grato que ella, de quien te
enamorarías perdidamente y a primera vista, te diera dolorosos
tirones de orejas o te aplicara prolijos coscorrones y te mandara
como penitencia de cara a un rincón del aula.
Fue
cuando las maestras inventaron la prisión preventiva.
Todos
estos son deshilachados recuerdos que se amontonan cuando uno por eso
que se llama lógica existencial, empieza a dar las hurras, porque al
descubrir en los avisos fúnebres de los diarios los amigos y
conocidos que se van yendo, uno también comprende que están
convocando a su clase.
Ese
primer día, aunque los detalles se diluyan, fue para muchos y me
incluyo, el primer escalón del conocimiento; de nuestra inserción
en la sociedad, lección inicial del camino a ser personas y de la
maravilla de saber que la educación es la mejor manera de entender
la teoría, la práctica y los beneficios de la libertad.
Gonio
Ferrari
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