11 de marzo de 2014

Ya te extrañamos..



Amigos, lo que se entiende por amigo, no éramos amigos.
No éramos hinchas del mismo club, no tengo idea de su postura ideológica ni de su situación financiera.
Conocí a su familia de la que él era solo un eslabón de esa cadena férrea e inseparable en las distancias y en los tiempos.
Nos encontrábamos en algunos agasajos que tiempo atrás las empresas y los gobiernos solían ofrecer a los periodistas, en las conferencias de prensa a las que asistíamos sin tener como auspiciantes a quienes las convocaban, o en las despedidas a los colegas que partían a la cobertura de sucesos alejados de nuestro mundo.
Nos hermanaba la misma pasión por decir y hacer cosas; por ser solidarios en un escenario donde el ADN casi universal es la indiferencia.
Llegó desde su Tajamar a la que era LV3 cordobesa en tiempos lejanos y allí compartimos durante un tiempo la magia de informar a una audiencia ávida de novedades.
La prepotencia política del ’73 nos separó y ambos tomamos rumbos distintos dentro de la misma ocupación, que para los dos era más un compromiso que una obligación laboral. Pude seguir sus pasos en la protesta callejera, cuando enarboló banderas en defensa de la vieja Radio Universidad, amenazada por el cierre o no recuerdo bien si por alguna otra calamidad parecida.
Nuestros casuales encuentros se reducían a un grato intercambio de ocurrencias, revelación de apodos, particulares enfoques de la realidad que vivíamos y en ocasiones, algunos delirios acerca de actividades que pensábamos encarar cada uno por su lado.
El básquetbol lo apasionó y junto a Juan Cisneros integró una dupla periodística memorable en la historia de ese deporte. Y como esos grandes cultores del ajedrez tuvo la visión, la energía y la voluntad de jugar simultáneas en terrenos complicados como lo son la radio a nivel gerencial, la conducción televisiva y otras actividades no menos exigentes. Es probable que no me haya enterado de algunas.
Y siempre, siempre e invariablemente con el mismo fervor, la misma energía avasallante y contagiosa; la voluntad a prueba de tropiezos y lo más trascendente, su inquebrantable espíritu de lucha desde que el puto e innombrable mal comenzó a gambetear por sus entrañas.
Sabemos -todos lo sabemos- quien es el maldito triunfador en esa desigual batalla.
Y nos dejó, dejó a su familia, a su Racing, a sus micrófonos, a sus cámaras y a la gente que lo tenía como destinatario de catarsis vecinales cuando se instalaban en el diván que el Galleta Kelly tenía metido en el alma.
Como alguna vez todos lo haremos, ya andará en alguna de esas coberturas por los predios desconocidos, seguramente los que más curiosidad despiertan en los periodistas.
Se nos adelantó en el camino, siempre detrás de la primicia.
Y ahora debe estar sintiendo, al dejarnos lejos en las distancias pero abrazados en el afecto, que la vida es solo un pañuelo de despedida.





Gonio Ferrari

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