No
es necesario entrar en elucubraciones ni especulaciones geopolíticas,
ideológicas o de cualquier otro orden, para comentar lo que está sucediendo en
la castigada franja de Gaza, donde la misericordia y los derechos humanos que
tanto se pregonan están ausentes.
Con un deleznable ensañamiento, tecnología y
apoyo externo que recibe, el ejército de Israel está perpetrando una de las
matanzas más sangrientas de los últimos años, que se viene agravando con
ataques a convoyes sanitarios, hospitales y escuelas.
El pretexto es la defensa propia, dejando de
lado las comparaciones de fuerzas que nos llevan a pensar en la reacción del
león frente a la picadura de un mosquito.
En las filas de Hamas no hay santos ni
pacifistas y tienen un elevado componente de fundamentalismo encriptado en las
mentes, en los túneles y en cada uno de los mil recovecos de la franja.
De nada sirve exponer las motivaciones que
proclama cada bando ni las raíces históricas del conflicto, cuando lo que se
impone es la toma de conciencia sobre las consecuencias de una carnicería tan
atroz que nos regala a cada instante el desborde mediático.
Como si la consigna fuera -y parece que
es- la desaparición de todo lo que tenga
vinculación con lo palestino, no hay pausa para la degollina y el destrozo, de
los que son principales víctimas los niños y todos los seres vulnerables en
esta desigual hecatombe que ni siquiera se puede llamar guerra.
¿Por qué contra los niños?
¿Es para que el escarmiento asuma un vigor
insuperable?
Eso de acusar a los palestinos de utilizar a
los pequeños como escudos humanos, desnuda la desvergüenza de suponer que un
padre, cualquiera sea su raza, es capaz de enviar sus hijos al matadero y eso
no es tan solo absurdo de endilgarle a los palestinos, sino a cualquier humano
pensante.
Las razas superiores no existen.
Lo demostró Adolf Hitler con su macabra vocación
de exterminio, precisamente de una raza odiada por el nazismo partiendo de la
convicción del Führer de ser parte de un linaje superior, lo que lo llevó a
consumar uno de los holocaustos más sangrientos y repugnantes de la historia
como lo fue la eliminación programada y sistemática de más de 6 millones de
judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados y locos.
Puede Israel y su fanatismo expansionista
ampararse en cualquier pretexto para una reacción tan brutal.
Puede refrescarle a la Humanidad su condición
de permanente víctima del resto del mundo.
Puede caer en la reprobable actitud de la
indiferencia.
Lo que no puede Israel ni tampoco ningún
ejército, es invertir su condición de exterminador amparándose en cuestiones
que se manejan en la política, en las ideologías y en la economía global.
Puede también Israel hacer lo que quiera,
como siempre lo hizo amparado por la tecnología y la logística de la mayor
potencia.
Lo que no puede Israel es caer al repudiable
estilo hitlerista del exterminio del que supieron ser víctimas, porque podrá
seguir contando con el apoyo político y militar de alguna gran potencia pero
cosechará, como ya lo está haciendo, el repudio universal que luego se
transforma en un aislamiento del que como siempre, se lamentarán pasado el
tiempo.
Porque los niños, sus víctimas preferidas, aún no entienden la
estupidez, el fanatismo o la imbecilidad de los mayores y sobre todo de quienes
los están matando.
La Humanidad asiste a un penoso ultraje a la
inocencia y una tortura al futuro encarnado en cada criatura muerta.
Para Israel, es como si el dolor fuera
siempre propio y nunca ajeno.
No es una cuestión numérica regida por un
“score” de muertes.
Un muerto es una persona; es un ser, de una
vereda o de la otra.
Los genocidas son genocidas no por raza,
estén en el bando que estén.
Así sean judíos o lo que fueren.
Gonio
Ferrari
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