Así como tiempo atrás
adelantaba las alternativas de los conflictos que llegarían a plazo
fijo en nuestro ajetreado mal servicio del transporte urbano de
pasajeros, es el momento de agregarle un ingrediente del que está
absolutamente ausente el sufrido usuario: la interna sindical.
Bien sabemos por
dolorosas y prepotentes experiencias que los chicos malos de la UTA
tienen la certeza que usando a los pasajeros de rehenes, tanto la
Municipalidad como el área provincial de Trabajo se bajan los
lienzos, aceptan el besito en la nuca y conceden lo que les demandan,
siempre que sea “para preservar la paz social”, lo que es
mentira.
Y
las empresas, que son las que regulan a su antojo sus utilidades
mediante un perverso manipuleo de las frecuencias, necesitan de vez
en cuando un paro que les sirva de pretexto para reclamar ante el
poder concedente un aumento en la tarifa, por lo que no es casual que
aquí se pague el boleto más caro del país para una porquería de
prestación.
Las elecciones gremiales
son en noviembre y el tema es seguir calentando los motores en aras
de tomar la conducción. Y para ello, nada mejor que un acuerdo entre
el sector que la pretende, con la empresa más complicada en este
escenario que es Ciudad de Córdoba, de la que se sospecha haber
“gratificado” a delegados militantes del trotskismo.
Porque en la UTA lo
importante -al igual que en las cárceles- es ser “carteludo”,
título que adquieren los más violentos, los más proclives a los
paros sorpresivos, humillantes y salvajes que tanto dañan a la clase
obrera (donde están sus hermanos). Y esgrimen el percudido argumento
de la defensa de los derechos adquiridos en la lucha, frente a un
poder miedoso, ciclotímico y abandónico.
Lo que ahora ocurre no es
una bofetada ni un cachetazo a la gente que se queda de a pié, que
pierde el presentismo, que no puede llegar a las escuelas o a los
hospitales, sino una gigantesca patoteada a los intereses populares
que en su condición de rehenes no tienen manera de defenderse.
Antes de 60 días a lo
sumo, vendrá un nuevo aumento del boleto porque entrará a tallar la
siempre lacrimógena e hipócrita demanda de los empresarios, esos
mismos que en su angurria recaudatoria hasta hacen “negocios” con
sus más encarnizados y aparentes adversarios.
Que después los
choferes, ya que ahora no están en juego su sueldo ni sus
condiciones de trabajo, artífices de este grave, traicionero y
penoso insulto ciudadano, no vuelvan a mariconear con que los
pasajeros los maltratan.
Muchos años atrás, en
ómnibus y tranvías había carteles que rezaban “Prohibido salivar
en el piso”, que ahora la indignación y la impotencia de los
usuarios puede llegar a obligar a que la dirigencia sindical, demande
que haya nuevos carteles que clamen “Prohibido escupir al
conductor”.
De eso, no estamos tan
lejos.
Gonio
Ferrari
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