Llegó al centenario, cumplió -días más o
días menos contando los años bisiestos- nada menos que 36.525 días, o 5217
semanas, algo así como 876.600 horas y ni hablemos de los minutos.
Ella es mi Tia Blanquita, hija de Faustino
Cirilo Ferrari, primer escribano jubilado en Córdoba y de doña Servanda Molina.
Blanca Azucena es hermana de mi Viejo el
Coco quien se fue sin regreso cuando tenía bastante menos de la mitad de siglo
porque su enfermedad fue más veloz que la ciencia.
Si me pusiera a hurgar en la historia
familiar, estoy seguro que Blanquita se llevaría cómodamente los laureles en
esa materia tan difícil que no todos aprueban y que se llama lucha por la vida.
Crió nueve hijos, mis primos, desde la
seguridad y los medios económicos que se podían permitir con el buen trabajo
del Flaco Antonio Sosa, su esposo, uno de los que con su esfuerzo contribuyeron
allá promediando la pasada centuria a la materialización del dique Los Molinos.
Sosa, ferviente y practicante católico, no
toleró los ataques del gobierno de entonces contra la Iglesia y cosa rara por esos
tiempos, no se calló y pagó junto con su prole el despido y la desocupación, alto
precio que imponía la intolerante prepotencia del poder.
Y la Tia Blanquita firme en la lucha
por la subsistencia de sus hijos, por la educación de todos, por la atención a
una familia que “se aconejó” y endulzó en su crecimiento, la vida la vacunó
contra la injusticia dándole por ahora 35 nietos y 37 bisnietos que cuando se
juntan es una multitud de esa religión que le llaman alegría.
Ocurrente, pícara, generosa con el prójimo y
poseedora de una lucidez impropia a su edad, la Blanquita nunca dejó su
buen humor en la adversidad que la castigara porque nada mejor para superar una
calamidad que enfrentarla como ella lo hizo sin lloros ni lamentos, pero con la
firme convicción que adorna a las Madres dueñas de un profundo sentido
protector.
Cantaba, curtía el piano y siguiendo una
corriente de la época, se diplomó en “corte y confección”, lo que ahora es
“diseño y alta costura”.
Este domingo en Alta Gracia que es donde
vive, mi tía del siglo se volverá a encontrar con sus afectos; con el cariño de
todos los que la conocemos vital, divertida y dotada de una ternura contagiosa
que los años no han aplacado.
¡Cuántos miles de besos le debemos los que
no la vemos hace tiempo y ahora queremos hacerle crujir dulcemente sus
huesitos!
Será un momento mágico, como cualquiera de
esos días que uno sale a caminar la vida con unas ganas enormes de pagar sus
deudas.
Porque las deudas del cariño y del amor son
seguramente las que más lejos están de la usura pese a que acumulan cuantiosos
intereses.
Lo mejor, estar al día y no atrasarse jamás.
Porque una tía es casi igual que la Mamá, pero no te reta.
Ni te tira las orejas ...
Ni te tira las orejas ...
Gonio
Ferrari
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