Puede sonar que el orgullo es un antídoto
contra la bronca, el desencanto o el fracaso.
Puede argumentarse como lo sostiene Valery
que ”El orgullo más fiero nace, sobre todo, en ocasión de una impotencia”.
Tenemos la obligación de sentirnos
externamente orgullosos porque tampoco es cuestión de andar ventilando pesares,
pero aquí dentro del pecho, en lo íntimo e inviolable del alma, no hay orgullo
que aplaque aquellos otros sentimientos de bronca, desencanto y fracaso que
para colmo se acentúan cuando ha pasado el efecto de la anestesia.
Ahora hay que volver a la normalidad de lo
cotidiano, del día a día, de lo acuciante, de lo que para muchos es el trauma
insoslayable de una realidad adormecida por la magia del fútbol mundial, que
nos tuvo como protagonistas esenciales no tan solo sobre el césped, sino en
cualquiera de las ciudades donde se presentara nuestra Selección.
Fue el viaje virtual de 40 millones de
gritos, de ansias, de voluntades que se posaban sobre la espalda de los
principales artífices de esta historia que fueron los jugadores.
Ya pasó todo: la hidalguía de la derrota, la
cuestionable actuación del árbitro y la curiosa actitud brasileña a la hora de
embanderarse con nuestros rivales, luego de su cuarto puesto y casi bochornoso
final si lo calificamos deportivamente.
La hazaña argentina frente a Holanda, el
arquero sorpresa, los chispazos de Messi, la emotiva y permanente entrega de
Mascherano, la exclusión de Tévez, la venta marginal de entradas o el Botín de
Oro son hechos que ya se transformaron en historia, como si hubieran ocurrido
décadas atrás.
El Mundial 2014 ya pasó.
Ya fue, lo gozamos y lo sufrimos.
La cuestión ahora no radica en remover los
escombros, buscar víctimas o señalar culpables.
Por nuestra sed, tenemos la obligación
cívica de buscar el oasis cuando sabemos que lo anterior fue un alucinante espejismo.
Y retomar las banderas del trabajo, del
estudio, de la producción, del esfuerzo, de todo lo digno que nos hará grandes
aunque el escenario nacional muestre componentes como corrupción, inseguridad,
impunidad, autoritarismo y en muchos casos abandono, sin desconocer algunos
logros genuinos en beneficio de la gente.
Porque si tuvimos la grandeza, la voluntad,
el fervor y el compromiso que nos llevó a ser segundos en el exigente y
transpirado mundo del fútbol, tendríamos que aplicar la misma fórmula para
lograrlo en otros trascendentes aspectos de la vida ciudadana.
Seamos patriotas en el deporte y fuera de
él.
Un añejo proverbio danés ahorra cualquier
otro comentario: “Es sobre la tierra donde tenemos que pisar, aunque queme como
un hierro al rojo vivo”.
Gonio Ferrari
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Su comentario será valorado