41 AÑOS ATRÁS NOS EMPUJARON
A LAS PENUMBRAS DEL ESPANTO
Contar con los dedos o con la memoria el
resultado es el mismo: parece mentira, pero han pasado 41 años…
Y ha transcurrido tanto tiempo -o un
instante, para muchos- desde aquella noche en que un grupo de pretendidos
iluminados, con la mortal prepotencia de las armas, interrumpió la legitimidad
de un gobierno que, pese a sus carencias y errores, era el resultado de un
alicaído proceso democrático.
Fue el día inaugural de aquellos años de
miedo y de plomo; de terror a dos puntas, como a dos puntas fueron el
secuestro, la tortura y la muerte, sin que esto de ninguna manera sea plantear
o sustentar una estúpida reivindicación de la teoría de los dos demonios, sino
la honesta y sincera enunciación de una realidad que nos tocara padecer. Las
enormes ventajas de impunidad aprovechadas por el terrorismo de estado
terminaron con una o dos generaciones de argentinos,
románticos e ilusos
patriotas para unos, y guerrilleros o subversivos para otros.
La masacre es la masacre. Los muertos y
asesinados son asesinados y muertos cualquiera haya sido su forma de pensar.
Fue un precio demasiado elevado, para darnos
cuenta que aquello de la purificación por la sangre es una irremediable forma
de violencia que a nada conduce, salvo a la desintegración social y la
destrucción del país. Y es cierto eso
de no perder la memoria, porque es lo que
teóricamente impide reiterar los errores del pasado, siempre y cuando se la
aproveche honestamente como memoria total, sin negaciones, escondrijos ni
manipulaciones de la historia.
Hace tiempo y al paso de varios gobiernos se
dijo que había llegado la hora de la recuperación y del reencuentro nacional, y
sin embargo subsisten los viejos odios y aquellas sangrantes heridas que muchos
se empeñan en no dejar que cicatricen.
Los argentinos que amamos a esta Patria,
estamos convencidos que la justicia es necesaria, tan necesaria como inútiles
son la revancha o la venganza. Nadie pretende el olvido, siempre y cuando aquel
ejercicio de la memoria, sirva para unirnos y no para ahondar el odio, la
grieta y el desencuentro.
Han pasado tantos años y sinceramente me
parece que merecemos ser felices incluso nosotros, los que hemos vivido el
espanto, aquel espanto que hoy muchos improvisados tocadores de oído, imberbes
ahora y espermatozoides en el ’76, pretenden reflejar a su manera y sin ponerse
colorados.
Han sido 41 años en la búsqueda de la
verdad, una lucha que se hizo, y aún se hace, con el enorme componente político
de las ideologías, tan enfrentadas ahora como en aquellos tiempos del
desprecio. No digo que sea necesario aquietar las pasiones, porque sería
pretender un arco iris en blanco y negro. Pero si, dentro de lo posible y para
alcanzar la paz integral que tanto necesitamos, es imperioso recuperar el
camino del
respeto y de la grandeza de pensamiento, sin mezquindades ni
autoritarismos.
Pero sobre todo, dejando que la justicia
haga lo suyo y la memoria no circule en una sola dirección. Porque la memoria
parcial, bien lo sabemos, es una manera perversa y despreciable de encubrir
mentiras.
Y jamás dejemos de recordar que el
terrorismo de estado no se inició en 1976, sino que los argentinos lo vimos
recrudecer durante los gobiernos de Perón y de su tercera esposa, en la primera
parte de la década del 70.
Es una porción de nuestro drama.
Y es parte de la historia.
Procuremos honrarla sin olvidos.
Gonio
Ferrari
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