En estos últimos meses la sociedad cordobesa
y con expectativas más allá del ámbito nacional, asistió al juzgamiento de
varios militares acusados por delitos aberrantes perpetrados durante la década
del ’70.
Naturalmente no estuvieron solos y como
siempre, contaron con la complicidad de civiles amigos y miembros de otras
fuerzas de seguridad.
Buena
parte de la Iglesia
colaboró con su silencio.
Buena parte de la comunidad aportó su cuota
de miedo.
Algunos sectores políticos mostraban
indiferencia.
Las empresas periodísticas acataban sin
chistar el manual de estilo, la censura y los aprietes telefónicos que les
imponían los militares.
Si hasta prohibieron una historieta: Lindor
Covas, un gaucho matrero, mujeriego y enemigo de la autoridad.
Le hicieron cambiar el nombre artístico al
Soldado Chamamé porque se sentían ridiculizados y ofendidos.
Olmedo no pudo hacer más el Capitán Piluso,
porque un militar no podía andar armado con una gomera.
Los periodistas debíamos caminar entre las dos
veredas, apretados por ambas: nos tocaba ir a retirar los “partes de guerra”
que dejaban montoneros, erpianos y otros en los baños de algunos bares o bajo
el banco de cualquier plaza, como asimismo asistir a las conferencias de prensa
que ofrecían autoridades del ejército o de otras fuerzas de seguridad. Desde
ambos bandos -aunque no lo dijeran- seguramente estábamos sospechados de
trabajar “para los enemigos”.
Escribíamos a conciencia lo que veíamos,
pero después en muchos casos se publicaba otra cosa.
Y cuando aparecían las listas negras,
estábamos allí los periodistas y no los
empresarios de los medios de comunicación, para muchos de los cuales éramos
solamente un número de legajo y un sobre a fin de mes.
Y ante los dictadores, una moneda de cambio
que asegurara su impunidad y su prosperidad.
La tarea de investigar la actuación de los
medios periodísticos durante los oscuros tiempos del desprecio, aunque sepa que
es un sector poderoso, es una deuda pendiente que ahora, hoy, la Justicia tiene
con la sociedad.
Muchos de esos medios que claudicaron y
agacharon la cabeza sin pudor, ahora son leones lo mismo que los “descolgadores
de cuadros” que con gran sentido del oportunismo supieron aprovechar el ocaso
militar.
Claro.
Ya no había riesgos, no tenían fierros y
tampoco soldados.
Muchos exponentes de eso que ahora llaman
moderno periodismo y “periodismo militante” -direccionado hacia un solo
objetivo que curiosamente no es la objetividad- pretenden actualmente y tocando
de oído, enseñarnos cómo se vivían aquellos tiempos dentro de nuestra profesión
y para colmo con cierta desfachatez de juzgarnos con rigor, sin testimonios
válidos y sin el pudor del respeto.
Y en 1996, o sea 21 años atrás, no era fácil
entrevistar a Luciano Benjamín Menéndez aunque ahora los exponentes de un tardío
coraje sostienen que ellos lo hubieran hecho… pero no lo hicieron.
Y en un mismo programa titulado “Conmigo”
que durante más de una década aparecía semanalmente en el Canal CBA, hoy Canal
2 de CableVisión, pude entrevistar a Ramón Verdú, colega periodista y excelente
fotógrafo varias veces laureado, quien durante la dictadura de Videla &
compañía estuvo en prisión casi dos años. Y en el mismo espacio logramos una
entrevista con Menéndez a quien las cámaras de TV nunca le resultaban
simpáticas. El golpe y los métodos, los enfrentamientos, todo lo de aquellos
años bravos formaron parte del diálogo.
Por eso ahora, hemos considerado valioso
recordar esos dos reportajes en un mismo programa, como homenaje a la memoria.
Usted los podrá encontrar unificados
formando parte del archivo de “Conmigo” en el costado derecho de este blog,
debidamente identificado, con casi una hora de duración.
Le transmito mi agradecimiento, por honrar
la historia.
Gonio
Ferrari
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