LA
JUGABAN DE COMBATIVOS PERO
AL
PARO LO DECRETÓ LA CAMPORA
Es innegable el descontento que flota en el
ambiente laboral a raíz de las últimas novedades que se divulgaron sobre pobreza
e inflación, aunque los números de la desocupación hayan mostrado una levísima
recuperación (hacia abajo) que en poco cambia el panorama de la inquietud
nacional.
Los triunviros de la CGT lo saben, advierten
que es una realidad y como el vidrio no forma parte de su dieta habitual,
vienen intentando morigerar los efectos y las reacciones ante una situación
comprometida como lo indica la crisis que no termina de frenarse como paso
imprescindible a una deseada estabilización que si se concretara, sería el
camino hacia el ansiado y merecido crecimiento.
Pero los sectores más virulentos y
nostálgicos del remanente kirchnerismo no se resignan a dos eventualidades: la
de desaparecer y la otra, que es la peor, la de un futuro de juicios y condenas
hasta el punto de haber instrumentado el “Operativo helicóptero” como mecanismo
para amedrentar a la sociedad, con reuniones de cúpula donde no se ocultan las
intenciones golpistas ni los temores frente al avance de la Justicia en la
investigación de los casos más emblemáticos de la corrupción en los últimos
años.
Algo hay que hacer -seguramente pensaron- y
nada mejor que una demostración de fuerza, aunque fuera con soldados ajenos a
su tropa como buena parte del movimiento obrero, todavía columna vertebral del
Justicialismo, aunque no sea el mismo Justicialismo de los legítimos laureles y
las memorables luchas.
Las CGT venían timoneando la situación con
presiones que no llegaban a quebrar la lanza del diálogo que existió, tanto
abierta como secretamente, ya que en algunos dirigentes aún existe la prudencia
porque son los mejores observadores y analistas de la realidad, frente a sus
bases ansiosas de merecidas reivindicaciones que aparecen alejadas de su
alcance.
Y si algún hecho faltaba para terminar de
presionar a la dirigencia, apareció aquella desesperación de los derrotados que
optan por la fuerza que reemplace al diálogo; por la prepotencia como
superadora del debate; con la violencia por encima de las actitudes
civilizadas, sin pensar en el cansancio de la sociedad que es a la postre la
destinataria de cualquiera de esas actitudes.
Venían amagando con un paro como expresión
de legítima protesta y lo anunciaron sin fecha, dejando así abiertas las
puertas de conversaciones con el gobierno, que podían llegar a suavizar la
rispidez del ambiente enrarecido, postura con la que no comulgan los violentos
apremiados por la aproximación de la Justicia a sus fechorías y rapiñas.
Y en la última marcha que hicieran las
centrales obreras los barrabravas de La Cámpora coparon el palco y sus
inmediaciones, se adueñaron de la situación tanto como de banderas ajenas,
mientras la gente volvía a sus casas y apretaron violentamente a los dirigentes
exigiendo una fecha cierta para un paro general que calculaban sería dispuesto
con actos masivos, movilizaciones y otros aditamentos como en los viejos y
añorados tiempos.
Los heridos fueron lo de menos, pero la
presión tuvo sus efectos parciales: fue La
Cámpora el otrora numeroso colectivo
que decretó el paro a fecha perentoria, pero estuvo en manos de la dirigencia,
cuál sería su modalidad: 24 horas en todo el país, sólo paralización, sin actos
ni movilización, como dejando en dos sectores la llave del triunfo o del
fracaso de la medida: en la propia gente que dolorosamente aprendió que los
paros a nada bueno conducen y en el transporte, elemento imprescindible para
movilizar a un buen porcentaje que estaría dispuesto a trabajar.
El paro será paro, como lo definieron y no
del estilo “matero” que se decretaba para un viernes o un lunes aumentando sus
efectos al prolongar un fin de semana.
En resumen, aquellos dirigentes que se
bebían los vientos amenazando con la dureza de sus acciones, parecen haber
tomado conciencia del sentir ciudadano -tanto a favor como en contra de la
determinación- dejando la opción en manos de cada uno, fracasado su estilo otrora
beligerante y confrontativo.
Pero también, quizás por prudencia, no les
quedó otra alternativa que ceder a la imposición de quienes ya no tan
solapadamente se juegan no tan solo al fracaso del gobierno nacional, sino a la
interrupción violenta de lo que en su momento decidieran las urnas.
Porque después de haber gozado de tan
histórica impunidad, debe ser complicado acostumbrarse a ser objetados y lo que
es peor, verse obligados a trabajar.
Gonio
Ferrari
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