LA MUERTE MÁS DOLOROSA ES
AQUELLA QUE SE PUDO EVITAR
Partiendo de la base que la APROSS no es una obra social sino una
administradora de servicios de salud, de entrada nomás tal definición nos la
presenta como una empresa más apegada al lucro que a la sensibilidad, dejando
marginada esa función de trabajar más por el bienestar de sus afiliados al
estar notoriamente superada por un cometido administrativo.
Y así son los resultados con un
organismo superpoblado que de acuerdo con el comentario generalizado es otro de
los destinados a bolsa de trabajo en muchos casos para pago de favores
políticos o compromisos con laboratorios y profesionales.
Y como una gigantesca máquina
de decir que no, desenvuelve sus objetivos con un amplio sentido negativo: no
reconoce -es sólo un ejemplo- la condición de enfermedad crónica a la
hipertensión en los adultos mayores, ha tercerizado las emergencias que ha
sabido anunciar demoras superiores a las 8 ¡ocho! horas, otros absurdos y
permite una actualización periódica de eso que se aplica como “coseguro” para
maquillar aquella ridícula y desterrada pésima costumbre del plus.
Pero todo esto se empequeñece
frente a una muerte que bien pudo evitarse y peor aún cuando la víctima de la
desidia fue una sufrida adolescente. La trama burocrática fue más desalmada que
la propia enfermedad; se mostró más insensible que las necias dilaciones y los
inexplicables requerimientos, cuando la gravedad de la situación imponía
trámite sumario frente al sagrado deber científico y humanitario en defensa de
la subsistencia terrena.
Ocho meses para resolver un traslado
a Brasil, cuando vemos ya sin asombro que se dilapidan millones de pesos en
viajes políticos y sociales de dudosa necesidad y urgencia o se derrocha en gastos
superfluos o inoportunos a los que el “cordobesismo” ya se habituó.
Natalí -15 luminosos años-
partió sin regreso porque su mal fue más veloz que la pachorra estatal. Dudo
que los parásitos cultores de la burocracia hubieran aguantado el calvario que
debió soportar ultrajada de dolor, olvidos y dejadez, una niña que recién se
asomaba a la vida.
Ella por fin, merece descansar
en paz.
Los otros, los culpables, no
merecen ni siquiera misericordia…
Gonio Ferrari
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