NO
CONOCÍAMOS EL PACO, EL RAVIOL NI
EL PORRO
Y NUESTRA MÁXIMA AUDACIA
No
pensábamos en Bariloche, en Miami ni en un
crucero,
pero nos desvelaba ir a los pozos verdes,
al
río en La Calera o al Parque Sarmiento y pispiar
a
ella que era nuestra novia (aunque no lo sabía)y
se
calzaba, casi con vergüenza, la malla enteriza.
Me provoca un enorme placer evocar las
expectativas con que esperábamos cada 21 de septiembre, porque eran mayores que
para la Nochebuena, el año nuevo o el propio cumpleaños.
Más allá del clásico picnic junto al río,
del acné, de la primera curda con sangría o del piquito que robamos a la
compañera de banco, estaba aquella maravillosa actitud de saberse joven, mucho
más joven que los anticuados y vetustos viejos, por entonces de 30 años.

Bariloche estaba demasiado lejos, no era
moda y entonces el Parque Sarmiento, los Pozos Verdes, la pileta San Cayetano,
las costas del Lago San Roque o las orillas del Suquía en La Calera eran las accesibles
metas de nuestra liberada, evidente, húmeda e irrefrenable revolución hormonal.
Nadie por aquellos días tenía la idea del
paco, del raviol ni del porro, sino la fijación del Saratoga o el Wilton a
escondidas y del porrón, en los tiempos que el fernet era un medicamento para
el frío en la panza.

Y ellas tan bellas, esquivas y deseables,
como lo imponía nuestra libido en los gloriosos tiempos de su crecimiento y
explosión.
Pero ahora, antes de encarar la inevitable
tarea de plumerear el nicho y por una cuestión de nostalgia, asumimos pese a
todo la íntima llegada de la mejor estación del año, divagando en sueños la
quimera que los almanaques y los relojes se hubieran detenido.
Porque es una cuestión de saber vivir.
De saber crecer y madurar con dignidad,
porque es una afrenta a los tiempos empeñarnos en ser eternamente jóvenes.
Lo trascendente, es evitar la pena de
sentirse viejo.
Por esa juventud de hoy a la que miramos con
el amor y el respeto de la inútil envidia, mi cariño y el brindis jubiloso.
Como todos los jóvenes se lo merecen.
Y que nosotros, alguna vez, también lo
merecimos.
Gonio
Ferrari
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