21 de septiembre de 2018

Aquellas pasadas primaveras …

NO CONOCÍAMOS EL PACO, EL RAVIOL NI
EL PORRO Y NUESTRA  MÁXIMA AUDACIA
ERA PITAR  UN  SARATOGA O UN WILTON
No  pensábamos  en  Bariloche, en Miami ni en un
crucero, pero nos desvelaba ir a los pozos verdes,
al río en La Calera o al Parque Sarmiento y pispiar
a ella que era nuestra novia (aunque no lo sabía)y
se calzaba, casi con vergüenza, la malla  enteriza.

    Me provoca un enorme placer evocar las expectativas con que esperábamos cada 21 de septiembre, porque eran mayores que para la Nochebuena, el año nuevo o el propio cumpleaños.
   Más allá del clásico picnic junto al río, del acné, de la primera curda con sangría o del piquito que robamos a la compañera de banco, estaba aquella maravillosa actitud de saberse joven, mucho más joven que los anticuados y vetustos viejos, por entonces de 30 años.
  Esperábamos ese día, el Día de la Primavera, el Día del Estudiante, sin conocer ni sospechar la preocupación de alguna profesora, que debía ingeniárselas para contener a esa banda mafiosa de 40 vándalos que aguardaban de ella algo más que el pancho, la medialuna y la coca, sino a veces descubrirla como mujer, hipnotizados en el escote o en las piernas.
   Bariloche estaba demasiado lejos, no era moda y entonces el Parque Sarmiento, los Pozos Verdes, la pileta San Cayetano, las costas del Lago San Roque o las orillas del Suquía en La Calera eran las accesibles metas de nuestra liberada, evidente, húmeda e irrefrenable revolución hormonal.
   Nadie por aquellos días tenía la idea del paco, del raviol ni del porro, sino la fijación del Saratoga o el Wilton a escondidas y del porrón, en los tiempos que el fernet era un medicamento para el frío en la panza.
   La mayoría de los enfervorizados varones tomaba a su cargo en la secundaria -esperando que atendiera el farmaceutico- la sonrojada vergüenza de comprar un preservativo, dentro de la mayor ignorancia acerca de su colocación y uso práctico.
   ¡Eramos tan pavos!, inequívoco signo de nuestra edad.
   Y ellas tan bellas, esquivas y deseables, como lo imponía nuestra libido en los gloriosos tiempos de su crecimiento y explosión.
   Pero ahora, antes de encarar la inevitable tarea de plumerear el nicho y por una cuestión de nostalgia, asumimos pese a todo la íntima llegada de la mejor estación del año, divagando en sueños la quimera que los almanaques y los relojes se hubieran detenido.
   Porque es una cuestión de saber vivir.
   De saber crecer y madurar con dignidad, porque es una afrenta a los tiempos empeñarnos en ser eternamente jóvenes.
   Lo trascendente, es evitar la pena de sentirse viejo.
   Por esa juventud de hoy a la que miramos con el amor y el respeto de la inútil envidia, mi cariño y el brindis jubiloso.
   Como todos los jóvenes se lo merecen.
   Y que nosotros, alguna vez, también lo merecimos.
Gonio Ferrari


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