ANA MARÍA ALFARO YA SABÍA
QUE LA ESTABAN ESPERANDO
Se dio el enorme placer, décadas atrás, de ser pionera de algo así como
la todavía no inventada TV itinerante que muchos le llamaban radioteatro y
rompió límites geográficos a bordo de sus propios sueños -como la más delicada
vendedora de ilusiones- metiéndose en el alma de tantos personajes que junto a
ella provocaban la calidez de los aplausos y la pirotecnia de una admiración
ganada con profesionalidad y sacrificio.
Cargó en su bolso la multitud
de saludos y ofrendas, ordenó la cronología de los incontables recuerdos y
kilómetros, eligió una foto de Jaime y otra de Sergio, caminó despaciosamente
hasta el límite de todas las nostalgias como siempre tomada de algún brazo, se
acomodó graciosamente sus aros de rueda de bicicleta, miró hacia el infinito y
allí se fue, a ofrecer a la memoria de todos los ayeres su última actuación.
Tablados, luces, cámaras y
micrófonos integraron la escena de su condición de actriz y de vocera; de
juglar y de virtuosa maquilladora de las épocas tanto ajenas como propias.
Madre defensora, sostén y
amparo, celosa custodia de la integridad familiar y paradigma de fidelidad
eterna que superó a los tiempos y a las distancias.
Amiga sin dobleces, íntegra y
absoluta cultora del fraternal cariño.
Entre nosotros dejó admiración,
ejemplo y lágrimas pero viajó sabiendo que muchos abrazos, allá, la estaban
esperando…
No fue una despedida, con esos
adioses que a todos nos duelen.
Fue un renovado debut con su
felicidad de tres…
Estrella fue siempre y ahora
más.
No merece menos que una
ovación.
Gonio Ferrari
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