16 de marzo de 2023

La Voz del Interior

SOY  DE  AQUELLOS TIEMPOS,  CUANDO
PERFUMABAN “LAS FLORES DE MARZO”
 
   Era un tributo anónimo, un “flash” de ternura, un “gracias por existir”, una demostración de cariño, una expresión de respeto y manifestación de buena memoria: eran “Las flores de marzo”, un ramo que por unos días perfumaba todo lo histórico que podía caber en el emblemático y palpitante corazón del caserón enclavado en Avenida Colón 37/39, allí donde cada quien con su problema, su angustia, su felicidad o el anuncio de bellos momentos, desfilaron presidentes, gobernadores, científicos, políticos de toda laya, artistas, deportistas, cirujas y postergados.
   Allí, donde la ignominia del poder y su prepotencia alguna vez se ensañaron con su vocación de amordazar; de silenciar y destruir lo indestructible que es el honesto ejercicio de la verdad, que para muchos era poner en evidencia su propia mediocridad en el ejercicio de ese arte que es y seguirá siendo gobernar.
   Se supo con el tiempo que era una mujer ignota la responsable de ese rito que se reiteraba cada 15 de marzo, cuando aparecía en la página central del matutino la fotografía que pasó a ser eterna: la de las flores de marzo que rebrotaban en cada aniversario de aquel día de 1904, cuando los canillitas de entonces comenzaban a vocear novedades, expectativas y todo acontecimiento saliente de la sociedad cordobesa, del país y del mundo: era el cumpleaños de “La Voz…”
   Pasaron los años, pasaron los gobiernos, pasaron los hombres, maduraron las mujeres, crecieron los jóvenes, murieron los viejos… Y allí seguía el diario, firme en su conducta, empecinado en la verdad y sacudido de vez en cuando por la intolerancia y el fanatismo de quienes lo consideraban instrumento de un sector de la sociedad y del poder.
   Aun abrigo dudas de aquellos atentados que el imaginario colectivo atribuía a enfrentadas corrientes políticas e ideológicas, porque el tiempo se encargó de poner en claro que provenían de un exceso de autoridad, cuando la intolerancia se imponía por encima de la honestidad de informar y de inducir al camino que lleva hacia la verdad, a través de la divulgación de la realidad cotidiana.
   La historia; los tiempos aceleraban su marcha, la vorágine tecnológica abrumaba con sus urgencias y su progreso, pero las flores de marzo se mantenían firmes haciendo renacer sus brotes cada cualquier año en ese día, algo así como un baño reparador que regalaba cicatrices, calmaba angustias y hacía renacer esperanzas tanto en la comunidad cordobesa, como en los que algo teníamos que ver con el necesario y cotidiano parto así tronara, lloviera, diluviara o el mundo amenazara con derrumbarse; sobrevivía la omnipresente magia del papel impreso que caprichosamente se renovaba cada 24 horas cuando volvía con su anhelada presencia.
   El progreso hizo lo suyo, no fueron lo mismo los hombres ni las cosas. Naufragaron recuerdos, se modificaron historias, reverdecieron nostalgias y seleccionamos vivencias atesorando dulzuras y desechamos melancólicos pesares y  esa evolución natural e implacable que ni siquiera marginó a las flores de marzo, al menos aquellas que sin verlas más, seguimos evocando no con tristeza pero sí con la alegría de esa humana, recóndita e íntima aunque lejana pertenencia.
   Hasta que un 15 de marzo de no recuerdo cuándo, aquellas flores no reverdecieron.
   ¿Los milagros existen?
   Es probable.
   Pero hay flores que apagan su perfume y su presencia una sola vez y pasan a ser tierna y adorada remembranza.
   Como aquellas flores de marzo reverdecidas en el milagro de la evocación…

Gonio Ferrari

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