En mi lejana y feliz niñez, allá en el viejo
Pasaje Italia del que era barrio Firpo, jugábamos a las escondidas esperando la
invención de los flippers, después el packman y por último la play station y
juro que éramos felices con tan poco, eso de contar hasta cuarenta apoyándonos
en una pared o en un poste para dar tiempo a que los participantes se
ocultaran.
Y antes de salir a la frenética búsqueda,
sentenciábamos “el que no se escondió se jodió”.,. aunque en Nueva Córdoba o en
el Cerro esas últimas dos palabras eran reemplazadas por “se embromó”.
Más o menos lo mismo es lo que está
ocurriendo en Córdoba, cuando la ciudadanía reclama por ahora con desconocida
mesura que alguien se haga cargo del desastre generalizado que están
ocasionando dos carencias fundamentales: de electricidad y de agua.
Los penosos exégetas tanto de la EPEC como de Algas Cordobesas
reiteran para un auditorio que ellos imaginan de imbéciles o fronterizos, una
catarata de gansadas que, por obediencia debida, deben difundir seguramente a
sabiendas que son parte de una pretendida explicación de lo inexplicable.
Pero no hay que cargar las tintas sobre
ellos, al final marionetas de poderosos intereses tanto económicos como
políticos, en una provincia que por una bravuconada inoportuna y exagerada se
divorció del poder central y ahora no tiene con qué alimentar, vestir,
proteger, educar y servir a la criatura por cuya tenencia hizo tanto alarde.
La criatura somos nosotros, los aterrados
por este cordobesismo de la ausencia, con un gobernador itinerante de valijas
siempre listas para irse, pero demasiado “lenteja” a la hora de volver al
terruño.
Los ministros y su permanente desorientación
no hacen otra cosa que desnudar una alarmante ignorancia a dos puntas: acerca
de la gravedad de la situación caótica que buscan minimizar y su falta de
decisión para encarar las soluciones, todo esto porque falta la conducción, el
cerebro, la creatividad y la audacia que supieron ser parte del ADN de quien dice
amar a sus queridos cordobeses.
Esos atributos solo son efectivos cuando se
muestran con presencia, sin emisarios irresolutos, voceros irracionales ni
segundas líneas perdidas y a la deriva de los tiempos que imponen urgencias más
que explicaciones.
No sabemos si el gobernador está en Córdoba,
sigue peleando con los porteños, olvidó algo en China o dejó cuestiones
pendientes en Brasil, Colombia, Panamá o en aquel promocionado y pudendo lugar
de la lora.
Lo más grave es que lo necesitamos aquí, con
nosotros, codo a codo, dando la cara, porque nos ha dejado en manos de
funcionarios que solo buscan salvar su ropa y no la de todos los queridos
cordobeses.
En este caso y por dolorosa imposición de
circunstancias, el dicho de aquel juego inicial tuvo una variante ajustada a la
realidad: ahora es “el que se escondió nos jodió”.
En barrio Firpo, en Nueva Córdoba o en el
Cerro, es igual.
Gonio Ferrari
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