Sin que esta apreciación equivalga a un acto
con sentido apocalíptico, bien vale sostener que para dibujar un mapa de la
inseguridad que azota a los cordobeses, tendríamos que pintar de rojo a todo el
territorio provincial, porque la delincuencia que inicialmente fue urbana, al
amparo de la impunidad se fue expandiendo hacia ciudades y pueblos del
interior, sumándole el comercio de la droga a un panorama que dejó de ser
preocupante para transformarse en salvaje.
La policía en actividad o la policía en
rebelión -como ahora sucede- en nada cambia el escenario porque la diferencia
casi no se advierte, si es que hacemos comparaciones de presencia, autoridad y
eficiencia.
Si cobran sueldos míseros no es culpa de la
gente sino de quienes administran el presupuesto y le asignan mayor importancia
a cuestiones banales que no representan urgencia como el exceso de autobombo
publicitario, inútiles designaciones de ciertos “notables” con jugosos sueldos,
apresuradas construcciones para la antología de la imbecilidad como la nueva
terminal de ómnibus, el faro sin mar y el mismísimo y gigantesco rallador de
queso que es la sede gubernamental y otras bobadas.
Es preferible arreglar las escuelas y los
hospitales que pretender instalarnos políticamente a nivel nacional mediante un
oneroso y discriminatorio (porque lo es) carnaval cuartetero que solo beneficia
a empresas con sólidas e históricas utilidades como lo son los popes de esa
expresión musical, los fabricantes de fernet, los dueños de la merca y los
sellos grabadores, lo que no significa emparentar únicamente a los ejecutores y
fanáticos del “tunga-tunga” con la “frula”.
Porque si es por cultura, con la noche de
los museos no alcanza, con el festival de teatro tampoco, con el concierto de
campanas menos y con Cosquin y Jesús María menos aún.
Un número apreciable de policías está
protagonizando un alzamiento no contra las instituciones como lo hizo Navarro,
sino que estos obligados rebeldes han asumido una desesperada actitud de ser
escuchados, porque no tienen gremio para presionar como los municipales, los
docentes o el resto de los empleados públicos.
Y si tanto se habla de justicia e
igualdades, con el mismo criterio bueno sería unificar los sueldos de un
policía con los de un bombero, un guardiacárcel, un maestro o un raso empleado
municipal.
Con este autoacuartelamiento es probable que
se llegue a plasmar alguna conquista o que no logren nada, que los acusen de
sedición o que les hagan sumario y los destituyan, pero pase lo que pase, poco
cambiará en cuanto a la seguridad que hemos venido perdiendo los cordobeses.
Jamás olvidemos que los inútiles gobernantes encontraron la manera de
humillarnos y ofendernos en nuestra inteligencia, intentando meternos en la
cabeza eso de que la inseguridad es solo una sensación.
Y así como negando el escándalo de las
drogas en el patio de su casa, fueron varios los que tuvieron que irse, otro
tanto ocurrirá ahora porque está quedando al descubierto una enorme fragilidad
de gestión que ha socavado al principio de autoridad, hasta el punto de darse
el acto extremo de la cesación de los servicios policiales, con todas las
consecuencias que ello implica.
Pueden aumentarles los sueldos; pueden
duplicarles las asignaciones por esa embrutecedora práctica que es el servicio
adicional; pueden seguir gastando en patrulleros, equipos, armas, municiones,
etc. pero el fracaso ya está asegurado mientras sigan careciendo de autoridad,
audacia y profesionalismo que les haga elaborar y llevar a la práctica una
genuina e integral política de seguridad.
No es de bien nacidos jugar con la angustia
de la gente, con su terror hecho carne, con la duda de salir y no saber si
habrá regreso, con la incertidumbre de dejar la casa y al regresar encontrarla
saqueada; con el riesgo de una reunión familiar que termine en tragedia porque
te sorprendió una pandilla; con la pavorosa certeza del ataque cuando no queda
otra que cruzar la Ruta
19, la 9 o cualquier otra a un paso de la ciudad.
Alguna vez tendrán que convencerse, desde De
la Sota para
abajo y hasta el último agente, que los acostumbrados remiendos nunca han dado
buenos resultados.
Los cordobeses estamos cansados de que nos
tomen por imbéciles y en cada elección nos vendan las mismas mentiras
recicladas, pero mentiras al fin.
Dejando de lado todo lo que pueda ser
interpretado como apología de la sedición, que alguien me diga, por favor, si
los policías tenían otra manera de hacer conocer su desesperación.
Es ilegal, no es el mejor estilo, pero solo
basta con ponerse en el lugar de ellos, de sus familias, de sus carencias y de
sus desesperanzas.
Tampoco es legal quemar los árboles de la
Plaza San Martín, destruir el patrimonio
cultural, dañar la propiedad privada, impedir el libre tránsito y agredir a
ciudadanos ajenos a cualquier demanda sindical.
Pero a eso sí, en la práctica, el poder lo
permite, lo tolera y no lo castiga.
GONIO
FERRARI
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