ES
UNA MALDICION QUE A LAS
VICTIMAS
DE ALTA CORDOBA
LES
“REGALEN” MAS DEUDAS
Mientras
se gastan camionadas de plata con la
intención
de instalar nacionalmente la figura del
inventor
del cordobesismo, las víctimas de Alta
Córdoba
no pueden creer que sea cierta ni seria
la
idea de ser beneficiadas con la insolencia de
una
nueva deuda que en lugar de dignificarlos
frente
a la desgracia, les suma preocupaciones
a las
que ya tienen. La provincia demuestra así
que
cuenta con una selectiva inclinación por el
disparate
y la extravagancia en el manejo de su
presupuesto.
Anteponer la campaña por encima
de la
innegociable solidaridad, no es argumento
ideal
a la hora de salir en la búsqueda de votos.
Los
argentinos sin dudas, tienen en su idiosincracia un distintivo
característico, que es el de la memoria corta y discriminatoria
siempre ajustada a la conveniencia individual, porque también esa
postura suele ser acompañada por un componente de egoísmo.
No
es posible entonces entender como acertada, la intención de “ayudar”
a las víctimas de Alta Córdoba con créditos bancarios, por más
ventajosos que sean sus montos, intereses y plazos porque no es otra
cosa que regalarles una deuda que no merecen, por algo de lo que no
son culpables y que deberán afrontar fuera de toda previsión.
Lo
que imponen las penosas y apremiantes circunstancias, es un despertar
del sentido solidario por parte del gobierno provincial, ahora más
enfrascado en posicionar al mentor del cordobesismo en su aventura
presidencialista que venimos solventando todos los cordobeses,
compartamos o no el pensamiento político y el enfoque ideológico
del Sr. Gobernador, que en los últimos meses ha viajado más que
Chébere, Jean Carlos y la Mona juntos.
¿Se
pretende acaso, con una medida tan errada, zafar de un sentimiento de
culpa?
El
establecimiento arrasado por la propia imprudencia de sus empresarios
no fue colocado allí por los vecinos; ellos se cansaron de protestar
por su absurdo asentamiento en el corazón de manzana, por los
efluvios y otros síntomas de que algo no andaba bien y sin embargo
una planta industrial en plena zona residencial no generó -al
entender de la gente- ni un mísero llamado de atención o el
emplazamiento para dejar ese lugar igual que se hiciera con Dioxitec.
La
fábrica que explotó estaba allí porque las autoridades lo
permitieron y ahora pretenden liberarse de su responsabilidad
intentando comprar silencios con créditos, préstamos o como le
quieran llamar a esos dineros que seguramente tenían otros destinos,
que el de morigerar las consecuencias de la propia indiferencia e
insensibilidad oficiales.
Con
solo una parte de las enormidades que se gastan en la aventura de
sentar a De la Sota en el principal despacho de Balcarce 50, bien se
podría construir todo lo que habrá que demoler y reparar las
propiedades afectadas que se mantienen en pie.
Cada
casa -dicen- es un universo y la provincia tiene la obligación
moral
y cívica de equiparlas de la misma manera que lo estuvieran antes
del desastre del cual sus propietarios -bien vale reiterarlo- no
tienen ninguna culpa porque el error de su emplazamiento y la omisión
del control es atribuible exclusivamente al Estado provincial,
responsabilidad compartida con la comuna capitalina.
¿El
propietario de la empresa?
Ya
se encargará de negar anormalidades, de declarar que no conocía la
existencia de sustancias peligrosas allí almacenadas, contratará
uno o dos abogados de renombre y huirá hacia adelante ayudado por el
paso del tiempo y la seguridad de la desmemoria colectiva.
Porque
si es decente y honesto, ya tendría que haber pelado su chequera
para acudir en ayuda primaria de sus víctimas.
A
menos que algunas de las sustancias cuestionadas -la gente a veces es
mala y comenta- hayan servido para fines muy alejados de objetivos
industriales, sino para la elaboración de productos más
emparentados con el vicio que con la metalurgia, la minería u otros
rubros.
La
prisa por volver a la normalidad es acuciante y no admite dilaciones,
razón por la cual el gobierno provincial, la municipalidad y la
Justicia deben entender que el reloj de la angustia es más veloz que
la pachorrienta y enfermante burocracia que los caracteriza.
Ellos,
las autoridades, no sufrieron como muchos lo actuaron, aunque haya
lágrimas de cocodrilo para exportar.
Los
vecinos víctimas de los desaciertos, los derroches y las tardanzas,
son los que dejarán de lado su memoria corta cuando dentro de un
año, para lo cual no falta tanto, estén frente a las urnas.
Gonio
Ferrari
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