FRÍO,
CALOR, ARBOLES Y OTROS
PRETEXTOS
PARA JUSTIFICAR LA
COSTOSA
INEFICIENCIA DE EPEC
Mientras
tanto, viene asomando en el horizonte cordobés un
fantasma
que tiempo atrás intentara hacer de las suyas: el de
la
privatización con todas sus implicancias sociales. Pero de
alguna
manera hay que superar una situación caótica que ha
llegado
el límite de la tolerancia. ¿Será por la desinversión?
Anoche
en una reunión del Sindicato de Ladrones, Motochoros, Asaltantes,
Arrebatadores y Afines, los participantes se frotaban las manos
cuando el apagón número taitantos que padecemos los cordobeses se
abatió sin misericordia -como siempre- sobre la capital y varios
puntos del interior.
En
algunos sectores duró media hora pero en otros, ya con el sol alto
de la mañana, continuaban los padecimientos a los que peligrosamente
nos estamos acostumbrando y casi resignando, porque el aparato
publicitario del poder provincial se encarga de minimizar una
realidad agobiante y de inciertas soluciones.
La
creatividad del cordobesismo presidencialista anduvo transitando
graciosamente por las culpas adjudicadas al calor en verano, al frío
en invierno, a las lluvias en sequía, a la caída de ramas y a otros
pretextos que en un principio fueron digeribles pero se han
transformado en altamente indigestos para una sociedad castigada por
la ineficiencia de una empresa deficitaria y endeudada, que se viene
dando el inmerecido lujo de pagar los mejores sueldos, con la tarifa
más cara y jugosos premios en efectivo a todos, como si su capacidad
operativa y la prestación fueran un ejemplo.
Resuenan
en la memoria las aplaudidas palabras de un ex gobernador que ahora
quiere volver, en aquellas declaraciones que más fueron un remiendo
a la bronca de la gente que una solución a la injuria de los
oprobiosos cortes casi continuos: que nunca más tendríamos
problemas de electricidad por más consumo que creciera, porque
habían invertido no sé cuánta plata en actualizar equipos y en
modernizar instalaciones. Y en aumentar sueldos.
Y
como una oscura broma del destino, desde entonces los cortes se
multiplicaron y la culpa era de los pobres que se calefaccionaban
electrificando elásticos de cama, o colgaban los ganchos para tener
artefactos eléctricos y no alcanzaban los esfuerzos para terminar
con esa cultura de no pagar, aunque existiera la “tarifa social”.
La
modernidad de la mentira desplazó a los carenciados como artífices
del desastre y se les ocurrió culpar a la gente de clase media por
instalar equipos de calefacción o de aire acondicionado, cuando
habían jurado que la demanda no les haría saltar los tapones.
Todo
verso. Todo marketing. Todo enmarcado en esa costumbre argentina de
echarle siempre la culpa a los otros, en lugar de optar por la
imprescindible valentía de la autocrítica, que no es otra cosa que
una expresión de respeto por la gente.
Parece
que la gente les importa tres pitos porque para los malos gobernantes
lo único importante son los votos que, vaya paradoja, aporta la
gente, que antes de las próximas elecciones padecerá el bombardeo
de las percudidas promesas de siempre y como los argentinos somos de
memoria corta, otra vez les creerán como les creyeron antes.
Ahora
anda revoloteando un fantasma que tiempo atrás fuera el encargado de
quitarles el sueño a muchos y alentar expectativas y angurrias en
otros: el de la privatización, como solución a la pobre calidad
del servicio, que daña intereses comerciales y particulares; que
alimenta la inseguridad con sus penumbras y la calidad de vida en
general; que traslada su caos a las calles, que se jacta de cubrir
los costos que generan las interrupciones de la prestación y eso es
una burda mentira, porque la mayoría de los usuarios afectados
pierde por cansancio.
La
EPEC se está quedando sin excusas para justificar lo que sus
directivos saben, a íntima conciencia, que es imposible hacerlo con
honestidad sin caer a la mentira, a la demagogia y al engaño.
Puede
que sea un pensamiento equivocado, pero la gente aunque poco entienda
de política y de macro economía, supone -con el fundamento de lo
que padece- que eso sucede en una empresa del Estado, o mixta, o como
sea, pero jamás ocurriría con una empresa privada.
Es
claro … en esas condiciones no sería botín de guerra.
O
de urnas …
Gonio
Ferrari
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