4 de noviembre de 2014

Se están agotando los argumentos

FRÍO, CALOR, ARBOLES Y OTROS
PRETEXTOS PARA JUSTIFICAR LA
COSTOSA INEFICIENCIA DE EPEC



Mientras tanto, viene asomando en el horizonte cordobés un
fantasma que tiempo atrás intentara hacer de las suyas: el de
la privatización con todas sus implicancias sociales. Pero de
alguna manera hay que superar una situación caótica que ha
llegado el límite de la tolerancia. ¿Será por la desinversión?

Anoche en una reunión del Sindicato de Ladrones, Motochoros, Asaltantes, Arrebatadores y Afines, los participantes se frotaban las manos cuando el apagón número taitantos que padecemos los cordobeses se abatió sin misericordia -como siempre- sobre la capital y varios puntos del interior.
En algunos sectores duró media hora pero en otros, ya con el sol alto de la mañana, continuaban los padecimientos a los que peligrosamente nos estamos acostumbrando y casi resignando, porque el aparato publicitario del poder provincial se encarga de minimizar una realidad agobiante y de inciertas soluciones.
La creatividad del cordobesismo presidencialista anduvo transitando graciosamente por las culpas adjudicadas al calor en verano, al frío en invierno, a las lluvias en sequía, a la caída de ramas y a otros pretextos que en un principio fueron digeribles pero se han transformado en altamente indigestos para una sociedad castigada por la ineficiencia de una empresa deficitaria y endeudada, que se viene dando el inmerecido lujo de pagar los mejores sueldos, con la tarifa más cara y jugosos premios en efectivo a todos, como si su capacidad operativa y la prestación fueran un ejemplo.
Resuenan en la memoria las aplaudidas palabras de un ex gobernador que ahora quiere volver, en aquellas declaraciones que más fueron un remiendo a la bronca de la gente que una solución a la injuria de los oprobiosos cortes casi continuos: que nunca más tendríamos problemas de electricidad por más consumo que creciera, porque habían invertido no sé cuánta plata en actualizar equipos y en modernizar instalaciones. Y en aumentar sueldos.
Y como una oscura broma del destino, desde entonces los cortes se multiplicaron y la culpa era de los pobres que se calefaccionaban electrificando elásticos de cama, o colgaban los ganchos para tener artefactos eléctricos y no alcanzaban los esfuerzos para terminar con esa cultura de no pagar, aunque existiera la “tarifa social”.
La modernidad de la mentira desplazó a los carenciados como artífices del desastre y se les ocurrió culpar a la gente de clase media por instalar equipos de calefacción o de aire acondicionado, cuando habían jurado que la demanda no les haría saltar los tapones.
Todo verso. Todo marketing. Todo enmarcado en esa costumbre argentina de echarle siempre la culpa a los otros, en lugar de optar por la imprescindible valentía de la autocrítica, que no es otra cosa que una expresión de respeto por la gente.
Parece que la gente les importa tres pitos porque para los malos gobernantes lo único importante son los votos que, vaya paradoja, aporta la gente, que antes de las próximas elecciones padecerá el bombardeo de las percudidas promesas de siempre y como los argentinos somos de memoria corta, otra vez les creerán como les creyeron antes.
Ahora anda revoloteando un fantasma que tiempo atrás fuera el encargado de quitarles el sueño a muchos y alentar expectativas y angurrias en otros: el de la privatización, como solución a la pobre calidad del servicio, que daña intereses comerciales y particulares; que alimenta la inseguridad con sus penumbras y la calidad de vida en general; que traslada su caos a las calles, que se jacta de cubrir los costos que generan las interrupciones de la prestación y eso es una burda mentira, porque la mayoría de los usuarios afectados pierde por cansancio.
La EPEC se está quedando sin excusas para justificar lo que sus directivos saben, a íntima conciencia, que es imposible hacerlo con honestidad sin caer a la mentira, a la demagogia y al engaño.
Puede que sea un pensamiento equivocado, pero la gente aunque poco entienda de política y de macro economía, supone -con el fundamento de lo que padece- que eso sucede en una empresa del Estado, o mixta, o como sea, pero jamás ocurriría con una empresa privada.
Es claro … en esas condiciones no sería botín de guerra.
O de urnas …


Gonio Ferrari

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