SIEMPRE HAY TIEMPO PARA
ABANDONAR EL CIGARRILLO
ABANDONAR EL CIGARRILLO
No
me molesta que fumen en el ambiente
donde
estoy y por mi respeto salvaje a las
determinaciones
ajenas, no se me ocurriría
coartarle
a nadie su libertad de metástasis.
Si se me ocurriera
simplificar el consejo para sugerirle a cualquiera que abandone el
vicio de fumar tabaco, lo reduciría a un simple detalle: puedo
asegurar con certeza matemática que a lo largo de mi vida de fumador
-más o menos medio siglo- hice humo un auto Mercedes Benz nuevito,
confortable, nunca taxi, seductor y envidiable.
Dejar de fumar es lo más
simple, me decía un amigo, porque lo había intentado como diez
veces.
Existen variados métodos
para superar la adicción al cigarrillo, tales como hipnosis,
parches, control mental, acupuntura, abstinencia progresiva y una
sarta de milagros que prometen los inescrupulosos chantas de siempre.
A mi modesto entender y
aplicando la propia experiencia, he comprobado que el único método
eficiente para dejar esa dañina porquería no es otro que la
autoestima.
Resulta positivo
reconocer que uno se está suicidando, lentamente y a un elevado
costo.
Con quererse un poquito
es que se toman las grandes decisiones y se llega a la certeza, luego
de tantos años echando humo, que nos hemos fumado un emblemático
auto último modelo.
Cuando uno deja de fumar
por determinación propia, sin la participación de sicólogos,
acupunturistas, médicos, manochantas, gurúes o especialistas de
cualquier otra disciplina, la satisfacción es mayor.
Es mayor porque se trata
del resultado de la convicción propia; de la sinceridad interior; de
caer en cuenta que te estás suicidando.
Todas las campañas de
diversa índole que se han realizado, inexorablemente son aventajadas
por la exacerbación del consumo de cigarrillos, en una acción que
desde siempre practican las grandes tabacaleras del mundo gastando en
sus promociones mucho más de lo que demandaría recuperar la salud
de sus víctimas.
Este sano consejo es para
gente mayor que vanamente lucha contra su dependencia del tabaco,
para dejar de ser, en muchos casos, una bomba de tiempo dentro de la
propia familia, condenada al consumo pasivo que es tan pernicioso
como seguir transformado en una envenenadora chimenea.
Córdoba debe ser la
ciudad del país que más lucha contra el tabaquismo, y muchos creían
que prohibirlo en bares, shoppings, boliches y recintos cerrados
sería una medida que no respetaría nadie y quedaría disuelto por
el paso del tiempo.
Por fortuna se
equivocaron.
Aunque pase casi
desapercibido un ingenioso e imaginativo anuncio de una empresa de
servicios fúnebres -incluido en esta nota y sin sentido comercial-
que debiera viralizarse al país y más allá.
Pero mientras el
cigarrillo junto con el alcohol sean de venta libre e indiscriminada,
aunque quieran hacerme creer que no se les vende a menores, pocos
serán los avances porque la dependencia adictiva a uno u otro de
estos consumos, suele ser el umbral para el acceso a sustancias más
peligrosas y dañinas.
Dejar de fumar es una
cuestión íntima y personalísima; es un gesto de grandeza y
valentía que cada vicioso debe enfrentar, lo reitero, desde la
autoestima al reconocer el daño que se hace al propio organismo y al
entorno de convivencia.
Seguramente
es por eso que los que dejamos de fumar, probablemente golpeados por
una culpa genuina e insoslayable, no nos creemos apóstoles del bien
ni modelos de nada.
En lo personal, no me
molesta que fumen en el ambiente donde estoy.
Por
eso de mi respeto salvaje a las determinaciones ajenas, no se me
ocurriría, por nada del mundo, coartarle a nadie su libertad de
metástasis.
Gonio
Ferrari
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