14 de enero de 2015

El tabaco y la autoestima

SIEMPRE HAY TIEMPO PARA 
ABANDONAR EL CIGARRILLO


No me molesta que fumen en el ambiente
donde estoy y por mi respeto salvaje a las
determinaciones ajenas, no se me ocurriría
coartarle a nadie su libertad de metástasis.

Si se me ocurriera simplificar el consejo para sugerirle a cualquiera que abandone el vicio de fumar tabaco, lo reduciría a un simple detalle: puedo asegurar con certeza matemática que a lo largo de mi vida de fumador -más o menos medio siglo- hice humo un auto Mercedes Benz nuevito, confortable, nunca taxi, seductor y envidiable.
Dejar de fumar es lo más simple, me decía un amigo, porque lo había intentado como diez veces.
Existen variados métodos para superar la adicción al cigarrillo, tales como hipnosis, parches, control mental, acupuntura, abstinencia progresiva y una sarta de milagros que prometen los inescrupulosos chantas de siempre.
A mi modesto entender y aplicando la propia experiencia, he comprobado que el único método eficiente para dejar esa dañina porquería no es otro que la autoestima.
Resulta positivo reconocer que uno se está suicidando, lentamente y a un elevado costo.
Con quererse un poquito es que se toman las grandes decisiones y se llega a la certeza, luego de tantos años echando humo, que nos hemos fumado un emblemático auto último modelo.
Cuando uno deja de fumar por determinación propia, sin la participación de sicólogos, acupunturistas, médicos, manochantas, gurúes o especialistas de cualquier otra disciplina, la satisfacción es mayor.
Es mayor porque se trata del resultado de la convicción propia; de la sinceridad interior; de caer en cuenta que te estás suicidando.
y para colmo, pagando para ello.
Todas las campañas de diversa índole que se han realizado, inexorablemente son aventajadas por la exacerbación del consumo de cigarrillos, en una acción que desde siempre practican las grandes tabacaleras del mundo gastando en sus promociones mucho más de lo que demandaría recuperar la salud de sus víctimas.
Este sano consejo es para gente mayor que vanamente lucha contra su dependencia del tabaco, para dejar de ser, en muchos casos, una bomba de tiempo dentro de la propia familia, condenada al consumo pasivo que es tan pernicioso como seguir transformado en una envenenadora chimenea.
Córdoba debe ser la ciudad del país que más lucha contra el tabaquismo, y muchos creían que prohibirlo en bares, shoppings, boliches y recintos cerrados sería una medida que no respetaría nadie y quedaría disuelto por el paso del tiempo.
Por fortuna se equivocaron.
Aunque pase casi desapercibido un ingenioso e imaginativo anuncio de una empresa de servicios fúnebres -incluido en esta nota y sin sentido comercial- que debiera viralizarse al país y más allá.
Pero mientras el cigarrillo junto con el alcohol sean de venta libre e indiscriminada, aunque quieran hacerme creer que no se les vende a menores, pocos serán los avances porque la dependencia adictiva a uno u otro de estos consumos, suele ser el umbral para el acceso a sustancias más peligrosas y dañinas.
Dejar de fumar es una cuestión íntima y personalísima; es un gesto de grandeza y valentía que cada vicioso debe enfrentar, lo reitero, desde la autoestima al reconocer el daño que se hace al propio organismo y al entorno de convivencia.
Seguramente es por eso que los que dejamos de fumar, probablemente golpeados por una culpa genuina e insoslayable, no nos creemos apóstoles del bien ni modelos de nada.
En lo personal, no me molesta que fumen en el ambiente donde estoy.
Por eso de mi respeto salvaje a las determinaciones ajenas, no se me ocurriría, por nada del mundo, coartarle a nadie su libertad de metástasis.

Gonio Ferrari

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