Dejaron de correrlo en el escenario
del subdesarrollo
africano y los evolucionados
argentinos lo trajeron a
nuestro territorio. Alguna vez, los
cráneos del poder
tendrán que analizar, más con la
realidad que con el
bolsillo, la conveniencia o no de su
reiteración en el
futuro. Hay otras maneras menos
onerosas de hacer
promoción con respeto al valor
primordial de la vida.
Es cierto que la “rallymanía” mueve
multitudes y ese fenómeno social se observa en cada edición de las pruebas de
ese tipo que se realizan en nuestro país, cuyo punto cúlmine lo representa la
competencia que tiene a Córdoba como anual escenario. Y no es menos cierto que
si apelamos a la matemática elemental de la suma y la resta, los beneficios son
para unos pocos mientras que el daño es generalizado en muchos aspectos.
Más allá de las fundadas e institucionales
protestas de los ambientalistas, está el daño enorme que se perpetra contra los
caminos que de por sí están mal mantenidos, el gratuito ataque a la fauna y la
flora silvestres y la desacostumbrada basura que adorna a los lugares
turísticos cuando el desaprensivo espectador deja allí sus desechos, botellas
de plástico, vidrios y otros elementos.
Los elevados gastos que realiza el Estado en
nombre de una dudosa promoción internacional bien pudieran aplicarse a la
conservación de rutas, prevención de incendios, señalización adecuada y otros
destinos que sí son beneficiosos porque nos muestran como aptos para el turismo
receptivo.
Personalmente pongo en duda que alguien de
Rusia, de Canadá, de Los Angeles, de Egipto o de Filipinas nos venga a visitar
atraído por la polvareda que levantan los participantes de esta aventura o por
alguna muestra de imprudencia del público. Porque en el rally los paisajes son
actores secundarios.
Tampoco son atractivos los resultados del
peligro que representa un rally tanto para competidores como para los fanáticos
de ese tipo de deporte, al punto que en ediciones anteriores -y en la actual-
ocurrieron luctuosos accidentes con pérdidas de vidas adentro y afuera del
trazado de esta alocada carrera.
Seguramente surgirán los defensores del
rally y es para respetar esa postura aunque no la comprendamos, en muchos casos
interesada por el negocio que representa sin importarles sus negativas consecuencias.
Las grandes marcas de autos, motos, cuatriciclos
y camiones destinan fortunas a sus equipos, patrocinados por un intensivo
despliegue publicitario, pero ni siquiera pagan peajes si es por establecer
alguna diferencia.
Los argentinos tenemos una envidiable
policromía de paisajes todo el año, desde Ushuaia hasta La Quiaca y desde Los Andes
hasta el Río de la Plata
y el Atlántico, como para andar buscando motivos de atracción que solo sirven
para gastar sin sentido y exponerse a potenciales riesgos que agregan tragedia,
dolor e imagen negativa, aunque enriquezcan a unos pocos elegidos.
Esos paisajes fabulosos, a veces
desconocidos para el turismo interno, son los que merecen promoción pero de
otra manera y no derrochando sin sentido el dinero de todos que es el erario.
Los recursos mejor gastados, son aquellos
que se destinan a objetivos donde el valor primordial es el respeto por la vida
y por lo que se conoce, en este tipo de competencia feroz, la vida está
demasiado devaluada.
Para colmo, ni el logotipo nos identifica.
Gonio
Ferrari
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