TENEMOS
NUESTRA PROPIA Y
MERECIDA
CAJA DE PANDORA
Desde el 10 de diciembre y en una sucesión
como de culebrón televisivo sudaca, van apareciendo sorpresas que a la vez
descorren velos de la más recóndita, empedernida e implacable corrupción vivida
por los argentinos en los últimos tiempos.
Día tras día se va conociendo -y ampliando-
la legión de ñoquis y oscuros beneficiarios de prebendas como funcionarios, sus
amigos y miles de militantes a quienes se asignaron jugosos sueldos por no
hacer nada, o por tomarse el trabajo de aplaudir.
El vicepresidente motoquero que supimos
conseguir debe ser condecorado por su generosidad: hasta tenía amigos que
cobraban sueldo viviendo en Australia y sin dejar entre nosotros ni una mísera
gota de transpiración, igual que los esquimales aunque ellos trabajan para
sobremorir.
Documentación que se roba o se oculta, salas
“vip” para los mandamases de algunos organismos, “arreglos” desde el poder para
la evasión de impuestos, gastos desorbitados en cosas innecesarias que
vencieron a muchas prioridades en el orden social y lo más corriente, la
apropiación de los puestos públicos para transformarlos en bolsa de trabajo
destinada a militantes, amigos, barrabravas o amantes de ambos sexos y también del
tercero.
Cada día nos acostamos con alguna nueva
sorpresa y también cada día nos despertamos con otra, como si los que ahora se
han tomado la tarea de limpiar la mugre lo fueran haciendo despacito, pausadamente, para que se conozca mejor.
Bien sabemos que en nuestro país existen las
cajas de sorpresas, esas que entregan regalos y golosinas cuando las abren, así
como la piñata de origen mexicano que en las fiestas infantiles reparte
caramelos, chicles y confites a diestra y siniestra milésimas de segundo
después de su explosión.
Los británicos y los yankis tienen su “jack
in the box”, un muñeco con cuerpo de bandoneón vertical que al abrirse la caja
que lo contiene salta un payasito para asustarte, hacerte reír o esparcir talco
perfumado.
Hurgando en la historia, es como si esos
elementos tuvieran el mismo origen.
Si había mujeres curiosas en la mitología
griega allá cuando los siglos estaban en un dígito romano, una de ellas era
Pandora, creada por orden de Zeus quien estaba enojadísimo con Prometeo, quien
le había robado su fuego para entregárselo a los humanos.
Pandora se casó con Epimeteo, hermano de
Prometeo y entre los regalos recibidos y acomodados en la vitrina había un
misterioso pithos (ya existían), tinaja ovalada, inviolablemente cerrada,
que en las instrucciones “de uso” se aconsejaba no abrirla bajo ninguna
circunstancia.
Y Pandora mujer al fin, no pudo con su
ansiedad para pispiar el contenido.
Y abrió su caja obsequio.
¡Para qué lo hubiera hecho!
De lo
recóndito de la tinaja escaparon despavoridos todos los males del mundo y al
avivarse del error cometido, Pandora quiso cerrar el recipiente cuando ya era
demasiado tarde: los males habían sido liberados.
Sin embargo, sólo uno de ellos permaneció en
el encierro y ese era Elpis, espíritu de la esperanza.
Un pilón de siglos después, a los argentinos
nos viene sucediendo lo mismo.
Gonio
Ferrari
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