Cuando se llega a cierta
edad -aunque en verdad es a cualquier edad- nadie merece ser maltratado y menos
por el Estado, que debiera ser el principal protector de la ciudadanía.
Con los jubilados ocurre algo tan curioso
como indignante: los utilizan para sostener un sistema de retiros durante
alrededor de 30 años aportando mes a mes y sin discutir, para que al llegar al
cacareado jubileo los ofendan con quitas, manoseos y otras maniobras
francamente repudiables.
Y lo más repudiable, por caso, es la
injusticia del olvido.
Los jubilados nacionales están en su mayoría
por debajo de los índices oficiales de pobreza y ese no es el invento de
ninguna oposición sino la más dolorosa de las realidades.
Los jubilados provinciales tienen un régimen
algo más beneficioso que sus pares nacionales, pero están sometidos a caprichos
y apremios del gobierno provincial, que utiliza los fondos que ellos aportan
para otros fines que no son los previsionales.
Ahora la última: se promocionó intensamente
la quita de la obligatoriedad de pagar el impuesto inmobiliario urbano y al
intentar gestionar ese beneficio tan publicitado, muchos se encontraron con
algunas exigencias que al aplicarlas, se reduce considerablemente el número de
pasivos supuestamente beneficiarios.
Una trampa más, equiparable al despojo que
durante tanto tiempo sufrieron en nombre de una necesidad irreal,
perjudicándose con una demora de seis meses para el cobro de su actualización
de haberes que se transformaban en monedas al recibirlos devorados por la
inflación.
Bien lo sabemos, al igual que el gobierno
también lo sabe y especula con ello, que los pasivos poseen escaso poder de
fuego y acotada convocatoria para protestar, lo que sumado a cierta
indiferencia gremial, lleva a la certeza de un virtual abandono de los viejos.
Ahora varios sindicatos, cuando sus
dirigentes van para la tercera edad, es como si se hubiera despertado una
solidaridad antes ausente, pero que ahora los comprende.
Rogamos que no sea un espejismo y alguna vez
se haga justicia hacia el sector históricamente más postergado de la sociedad
argentina.
Gonio Ferrari
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