El pensamiento propio
me obliga a sostener con el paso -y el peso- de los años, que la independencia
es igual a la libertad: si no es salvaje, no es aconsejable cometer la
exageración de llamarle independencia.
Porque una cosa es el legado de
aquellos próceres que en Tucumán sacudieron el yugo de entonces y otra es la
realidad actual que si somos absolutamente sinceros en la evaluación,
llegaremos a la convicción que en muchos aspectos, seguimos tanto o más dependientes
que en 1816.
Generalmente los argentinos,
apegados por idiosincrasia a las nostalgias, en los días patrios solemos
deleitarnos al escuchar las radios copadas por fervores folklóricos de antaño,
que se volatilizan en pocas horas cuando los intereses comerciales manejados
desde el exterior, nos vuelven a invadir.
Citando esa situación como
ejemplo, en todos los órdenes de la vida nacional ocurre casi lo mismo al
advertir lo que sucede en la economía, en el deporte y en todos los usos y
costumbres que son parte de nuestra no definida identidad, que soportó y
todavía soporta influencias no sólo de nuestros antepasados nativos sino de
quienes alguna vez nos sojuzgaron.
La globalización que pulverizó
barreras y distancias permitió que irrumpieran en nuestra vida ciertos
elementos nocivos que llevaron a desvirtuar valores que creíamos acendrados en
la cultura propia y lo que puede ser tenido como símbolo dentro del campo
productivo, es la muerte virtual del trigo a manos de la soja, imposición de
los mercados internacionales que dejará como consecuencia, al decir de muchos
entendidos, el agotamiento de la tierra para intentar en el tiempo retomar
aquello de “el granero del mundo” cuando el hambre tanto exterior como interno nos
obligue a volver a las espigas.
Por creernos independientes y
autoválidos nos encerramos y la tecnología extranjera nos superó sin esfuerzos
y en la mayoría de los casos, llegamos tarde y nos conformamos con llamarle
progreso a nuestra condición de armadores más que de fabricantes, de productos
que en el exterior ya están discontinuados.
No ha perdido actualidad lo que
comentara un año atrás en este mismo espacio: “En lo
político, los del interior dependemos del humor porteño, de las trenzas que se
arman, de los acuerdos que se concretan, de las fidelidades que se exijan, de
las broncas que se generen o de las mentiras a las que estaríamos obligados a
tomar como verdades.
En lo
deportivo, dependemos de cómo se estructuren los campeonatos, de cómo se
comporten los árbitros y de qué apoyo económico estatal reciban nuestras
instituciones.
En lo
cultural, de qué música nos impongan como moda, qué ropa nos insten a usar, qué
comidas y bebidas nos sugieran casi como una obligación de consumo”.
Sostener
desde un curioso sentido del patriotismo que somos independientes, tomado con
algo de escepticismo es para confesarnos cultores de una mal disimulada
hipocresía en coincidencia con lo que siglos atrás sostuviera Cicerón: “De
todos los hechos culpables ninguno tan grande como el de aquellos que, cuando
más nos están engañando, tratan de aparentar bondad”.
Aranguren,
por caso, no puede sentirse independiente ni pretender que lo tengamos como tal.
Gonio Ferrari
A veces me pregunto si de algo sirvió el esfuerzo de esos hombres que de acuerdo a la historia dieron sus vidas por "La Patria" y murieron pobres y exiliados (¿?) Fue fructífero su sacrificio? aprendimos que es la Independencia?, porque hoy en día, a la "Dependencia", la manejamos muy bien
ResponderBorrarMuchas gracias.
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