EL
FRACASO DEL PROMOCIONADO
PLAN
DE LAS TRIBUNAS SEGURAS
Los expertos que asesoran en marketing a los
gobiernos comparten una costumbre generalizada en tal actividad: bautizar con
nombres o designaciones altisonantes a cada plan, operativo o gestión especial
a cargo del poder, con el seguro propósito de impactar a la sociedad y meterle
a la gente en su cabeza un elemento fácil de recordar.
Eso de “tribuna segura” ha hecho, hace y
seguirá haciendo agua porque es imposible modificar la argentina cultura de
dictar leyes y después no tener estructura para controlar que se cumplan. Y eso
sucede en todos los ámbitos de la vida ciudadana, cuando el reduccionismo
indica que solo cumpliendo los 10 mandamientos el mundo estaría ordenado.
En el Kempes exigían documento de identidad
a todo el mundo incluyendo a periodistas -acreditados con su credencial,
fotografía incluída- y a niños que no pasaban de los 12 años.
Y después tuvieron que ver que se les
escapaban las tortugas.
No es para generalizar porque sería injusto,
pero alguna vez la policía y quienes tienen la obligación de verificar todo lo
que sucede y cobran por ello, debieran advertir (aunque ya lo hayan hecho pero
guardaron silencio) la cantidad de alcohol que se comercia dentro del estadio y
las sustancias prohibidas descaradamente negociadas y consumidas a la vista
displicente de la propia autoridad, más enfrascada en matear y en enviar
mensajitos con los celulares.
La “tribuna cuidada” supone prevención que
no existe, porque si se cumpliera dicho objetivo, no sucederían episodios tanto
intrascendentes, hasta trágicos como el del sábado pasado.
Mirando una y cien veces la filmación, a lo
largo de varios minutos no se observa la presencia ni siquiera de un solo
policía y si alguno estaba camuflado y de civil, se abstuvo de actuar para
detener algo que se venía gestando desde una de las puertas de acceso, cuando
se generó un áspero entredicho al que pocos se quieren referir.
El alcohol y la droga en las canchas de
fútbol no tienen camiseta, sino el estandarte único de los narcos. Mientras no
se termine con ese sucio negocio en la tribuna, tendremos que seguir lamentando
desgracias en las reuniones deportivas más convocantes.
Mientras los violentos sigan siendo
sostenidos por los malos dirigentes y viceversa, nada cambiará en beneficio del
espectador que es uno de los más sufridos sostenedores del espectáculo. Y si
alguien -desde el poder- se animara a implantar un control de
alcoholemia en los ingresos a los estadios, mucho se ganaría en prevención,
que es la madre de la seguridad.
Y los responsables de cada operativo en los estadios
tienen la obligación de controlar severamente la ubicación de los efectivos y
el cumplimiento de los objetivos para los que fueron asignados. Si la tarea se
limita a una desordenada presencia, en ese caso los policías es más lo que
molestan e incitan que lo que resultan útiles.
Porque “estando en babia” es cuando por sus
narices pasan el alcohol, la droga, la pirotecnia, los enormes “trapos” y lo
que es peor, los indeseables que tienen prohibido el acceso o registran pedidos
de captura. Alguna vez el ciudadano honesto, espectador inocente, tiene derecho
a ser protegido para contar con la seguridad de volver a su casa y en una de
esas, al verse amparado, la próxima vez se animará a recuperar esa dominguera
costumbre de ir a la cancha con su familia, aunque los encuentros sean con la
presencia de las dos hinchadas.
Culpa de los inadaptados, de los malos
dirigentes y de la falta de autoridad, todo eso se ha perdido.
Es un deber de todos luchar para
recuperarlo.
¿Se acuerda de los temibles e “indómitos” hooligans ingleses?
Sin alardes, los británicos terminaron con
la criminal violencia que desataban, solo aplicando la ley y algunos
bastonazos.
Tenemos leyes aplicables y por si hacen
falta, también bastones.
Gonio Ferrari
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