25 de marzo de 2020

No salga por nada del mundo…


EL VALOR, EL ENCANTO, LA OBLIGACIÓN Y
LA CONVENIENCIA DE QUEDARSE EN CASA

   “Sólo quien ama su hogar, ama
también a su Patria. (Coleridge)

  ¿Por qué será que aunque se repita y se repita, aunque sea parte de lo cotidiano, siempre nos provoca la misma sensación de amparo y protección, eso de volver a casa? Es que respetamos aquello que “lo maravilloso no es que ella nos abrigue, nos caliente ni que uno sea dueño de sus muros sino que haya depositado lentamente en nosotros estas provisiones de dulzura; que ella forme en el fondo del corazón ese macizo oscuro en el cual nacen los sueños como aguas de manantial”, de acuerdo con expresiones de Saint Exupery.
   La dinámica actual puede que haya modificado la forma de vivir, pero de ninguna manera las bases de tal sentimiento incorporado a la forma de ser que tenemos, adhiriendo a la visión poética que Lope de Vega supiera inmortalizar en uno de sus escritos al sostener “Dichoso el que vive y muere en su casa, que en su casa hasta los pobres son reyes”.
   Y es una verdad incuestionable porque el dueño de casa es dueño de sus rincones, de sus rejillas, de sus muros con humedad o rajaduras, del patio de tierra o de la terraza, madre de muchas curiosidades e indiscreciones vecinales.
   Las exigencias sumadas al vértigo de los tiempos que vivimos llevaron a la casa a transformarse en dormidero, en lugar de paso, en cama fugaz y transitoria, en sentirse cada vez más visitante que propietario porque en la mayoría de los casos ya ni el domingo es un ancla hogareña porque se opta por la salida a cualquier lugar por encima de la atadura de esas paredes cargadas de memorias y muchas veces de gritos y de silencios.
   Objetivamente evaluado, en la casa siempre, siempre hay algo que hacerle llámese terminar con el agobiante goteo de una canilla cambiándole el cuerito, aceitar una cerradura, variar de posición los muebles de la sala, limpiar los espejos, barnizar alguna puerta, pintar las sillas u otras imprescindibles tonteras.
    Nada mejor que quedarse en casa en legítima defensa contra un poderoso enemigo.
   Porque si todos nos quedamos en casa como celosos guardianes, ese mortífero invasor no tendrá a quién visitar y menos aún donde quedarse…
   Quédese en su casa. No salga.
   Lávese con frecuencia las manos y los brazos hasta los codos simplemente con agua y jabón.
   No aísle a sus mascotas porque son inocentes y no representan peligro de portación, según sostienen los entendidos.
   Si tiene chicos miren películas, jueguen al ajedrez, al chinchón, al truco, a la escoba, al póker, a la canasta, al mus, al solitario, al ta-te-ti, al ludo o a las escondidas incluyendo la maña de utilizar los placares, las alacenas o debajo de las camas, u opten por caminar en círculos por el patio. Cuenten cuentos. Inventen juegos, fabriquen rompecabezas, lean revistas y diarios viejos o peléense por cualquier pavada de esas que nunca faltan.
   En el equipo de audio o en cualquier celu pongan buena música rítmica y hagan gimnasia hasta cansarse, que es una buena sensación si sirve para dominar eso tan terrible que son el miedo y la ansiedad.
   Ella que se lave, decolore y tiña el pelo mientras él se afeita la barba dejándose el bigote…
   De vez en cuando recen por todos aunque no crean en nadie.
   Seguramente algo o mucho tienen para hacer allí, que por ahora y por varios días es su templo sagrado; su íntimo universo.
   Y si es casado, “empalomado”, soltero o con pareja conviviente, ¿necesita que alguien le diga todo lo que puede hacer?
   Haga lo que haga, tómelo en serio y ¡quédese en su casa!
   Ese es su reinado.
   No abdique. No abandone el trono
   Evite ser consecuencia insalvable de su propia irresponsabilidad y absoluta falta de imaginación y creatividad.
Gonio Ferrari  




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