EL VALOR, EL ENCANTO, LA OBLIGACIÓN Y
LA CONVENIENCIA DE QUEDARSE EN CASA
“Sólo quien
ama su hogar, ama
también a su Patria. (Coleridge)
¿Por qué será que aunque se repita y se
repita, aunque sea parte de lo cotidiano, siempre nos provoca la misma
sensación de amparo y protección, eso de volver a casa? Es que respetamos
aquello que “lo maravilloso no es que ella nos abrigue, nos caliente ni que uno
sea dueño de sus muros sino que haya depositado lentamente en nosotros estas
provisiones de dulzura; que ella forme en el fondo del corazón ese macizo
oscuro en el cual nacen los sueños como aguas de manantial”, de acuerdo con
expresiones de Saint Exupery.

Y es una verdad incuestionable porque el
dueño de casa es dueño de sus rincones, de sus rejillas, de sus muros con
humedad o rajaduras, del patio de tierra o de la terraza, madre de muchas
curiosidades e indiscreciones vecinales.


Nada mejor que quedarse en casa en legítima
defensa contra un poderoso enemigo.

Quédese en su casa. No salga.
Lávese con frecuencia las manos y los brazos
hasta los codos simplemente con agua y jabón.
No aísle a sus mascotas porque son inocentes
y no representan peligro de portación, según sostienen los entendidos.

En el equipo de audio o en cualquier celu
pongan buena música rítmica y hagan gimnasia hasta cansarse, que es una buena
sensación si sirve para dominar eso tan terrible que son el miedo y la ansiedad.
Ella que se lave, decolore y tiña el pelo
mientras él se afeita la barba dejándose el bigote…
Seguramente algo o mucho tienen para hacer
allí, que por ahora y por varios días es su templo sagrado; su íntimo universo.
Y si es casado, “empalomado”, soltero o con
pareja conviviente, ¿necesita que alguien le diga todo lo que puede hacer?
Haga lo que haga, tómelo en serio y ¡quédese
en su casa!
Ese es su reinado.
No abdique. No abandone el trono
Evite ser consecuencia insalvable de su
propia irresponsabilidad y absoluta falta de imaginación y creatividad.
Gonio Ferrari
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