18 de marzo de 2020

La crisis vista de reojo

EL VIRUS NI LA CUARENTENA PUEDEN
IMPONER EL ENCIERRO EN  CASTIDAD

“La historia  me  enseñó  que los
actos heroicos sólo aparecen en
las derrotas y en  los desastres”
Anatole France
  
   Desde mi tarima octogenaria me permito aconsejar la pérdida de tiempo (para algunos) de leer antes de condenarme al exilio del silencio, o a la dolorosa crucifixión intelectual que es cuando resulta imposible arrepentirse o poner marcha atrás, respetando aquello que la palabra dicha no sabe volver. Lo intentaré con algunos conceptos que considero adecuados para la realidad que desorienta y nos transforma en presos de una cárcel gigantesca que por ahora al menos, sólo tiene puertas para entrar.
   “El humor permite ver a través de lo que parece racional lo irracional. Refuerza además nuestro instinto de conservación y preserva nuestra salud espiritual. Gracias al humor las vicisitudes de la vida se tornan más llevaderas. Desarrolla nuestro sentido de la proporción y nos revela que lo absurdo merodea siempre en torno de la exagerada gravedad”, conceptos vertidos por un grande como lo fuera Charles Chaplin, porque si es por utilizar frases ajenas, tampoco está equivocado Martín Descalzo al sostener que “El débil disimula su miedo y su debilidad bajo una capa de solemnidad mientras que el fuerte las supera por el humor”.
   La realidad mundial nos está mostrando que esto no es joda; que la situación es más grave a cada hora que pasa; que la declinación de la pandemia muestra una lacerante lentitud y que no son pocos los irresponsables que seguramente por ese atávico sentimiento que es el miedo, toman la obligada y necesaria reclusión como una vacación extra creyendo que la playa, la montaña o cualquier otro paisaje o lejanía son eficientes vacunas o paliativos del peligro.
   Ricos y pobres; negros, blancos, mestizos o amarillos se pueden contagiar, sufrir y morir aunque es como si ahora se hubiera despertado la adormecida solidaridad de mirarnos limpiamente sin barreras, por eso de haber universalizado el temor o por asumir finalmente la inteligencia de advertir que nos necesitamos los unos a los otros y ese es un valioso logro en un dramático escenario.
   Las circunstancias nos han sumergido en una rara especie de dulce esclavitud hogareña, desacostumbrada e impuesta manera anterior de ver pasar los días más desde afuera de la casa que desde adentro y es que nos abruman las dudas de qué hacer en el encierro sin ir al bar con los amigos, sin caminar los sábados por la peatonal, sin pisar el gimnasio, sin trotar por el parque o en cualquier plaza, sin meterse a un cine, ir a sufrir y gritar en una tribuna deportiva o salir de caravana no siempre santa mezclada con lomitos, choris, birras, malbec o burbujas porque la práctica del alpedismo no es un pasatiempo sino una burla al lugar donde trabajamos y de donde comemos.
   Ellas no pueden salir de shopping lo que disminuye el dolor de cada vencimiento de tarjeta, no pueden juntarse con las amigas para jugar a las cartas, hablar de moda, intercambiar recetas de cocina, compartir el novelón televisivo o actualizarse en el chismerío vecinal y ni siquiera es aconsejable salir a barrer la vereda porque los arrebatadores no le temen al virus, sumado a la contaminación de la basura que se acumula porque el recolector se olvidó de pasar o porque están de paro.
   No son muchas las opciones que nos quedan porque los chicos se aburrieron de la TV, la play ya los hartó y las recíprocas visitas de amigos son desaconsejables y ni pensar en ponerse al día con los deberes. Las docentes estarán sufriendo a cuenta y con válidas razones por lo que les tocará recuperar cuando los vándalos salgan de su encierro y vuelvan a las aulas con el virus del ocio metido en sus entrañas.
   Resumiendo, no son muchas las alternativas que se ofrecen en la férrea intimidad de los hogares, que ofrece la penosa realidad del sufrimiento ajeno y de los peligros que nos acechan con su ominosa cercanía por esa certeza de su impiedad sin fronteras. El Estado viene haciendo, sobre la marcha y a empujones, lo que tiene a su alcance en su función de protector de la sociedad y la gente debe confiar en el buen criterio de los científicos y especialistas, desechando las charlatanerías de los aprovechados e ignorantes.
   ¿Qué queda para hacer intramuros hogareños?
   Las estadísticas serias y confiables que suelen apuntalar a la historia, me darán la tardía respuesta de aquí a nueve meses.

Gonio Ferrari

Periodista “casi” en reposo





















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