EL VIRUS NI LA CUARENTENA PUEDEN
IMPONER EL ENCIERRO EN CASTIDAD
“La historia me enseñó que
los
actos heroicos sólo aparecen en
las derrotas y en los desastres”
Anatole France
Desde mi tarima octogenaria me
permito aconsejar la pérdida de tiempo (para algunos) de leer antes de
condenarme al exilio del silencio, o a la dolorosa crucifixión intelectual que
es cuando resulta imposible arrepentirse o poner marcha atrás, respetando
aquello que la palabra dicha no sabe volver. Lo intentaré con algunos conceptos
que considero adecuados para la realidad que desorienta y nos transforma en
presos de una cárcel gigantesca que por ahora al menos, sólo tiene puertas para
entrar.

La realidad mundial nos está
mostrando que esto no es joda; que la situación es más grave a cada hora que pasa;
que la declinación de la pandemia muestra una lacerante lentitud y que no son
pocos los irresponsables que seguramente por ese atávico sentimiento que es el
miedo, toman la obligada y necesaria reclusión como una vacación extra creyendo
que la playa, la montaña o cualquier otro paisaje o lejanía son eficientes
vacunas o paliativos del peligro.
Ricos y pobres; negros,
blancos, mestizos o amarillos se pueden contagiar, sufrir y morir aunque es
como si ahora se hubiera despertado la adormecida solidaridad de mirarnos
limpiamente sin barreras, por eso de haber universalizado el temor o por asumir
finalmente la inteligencia de advertir que nos necesitamos los unos a los otros
y ese es un valioso logro en un dramático escenario.
Las circunstancias nos han
sumergido en una rara especie de dulce esclavitud hogareña, desacostumbrada e
impuesta manera anterior de ver pasar los días más desde afuera de la casa que
desde adentro y es que nos abruman las dudas de qué hacer en el encierro sin ir
al bar con los amigos, sin caminar los sábados por la peatonal, sin pisar el
gimnasio, sin trotar por el parque o en cualquier plaza, sin meterse a un cine,
ir a sufrir y gritar en una tribuna deportiva o salir de caravana no siempre
santa mezclada con lomitos, choris, birras, malbec o burbujas porque la
práctica del alpedismo no es un pasatiempo sino una burla al lugar donde
trabajamos y de donde comemos.

No son muchas las opciones que
nos quedan porque los chicos se aburrieron de la TV, la play ya los hartó y las
recíprocas visitas de amigos son desaconsejables y ni pensar en ponerse al día
con los deberes. Las docentes estarán sufriendo a cuenta y con válidas razones
por lo que les tocará recuperar cuando los vándalos salgan de su encierro y
vuelvan a las aulas con el virus del ocio metido en sus entrañas.
Resumiendo, no son muchas las
alternativas que se ofrecen en la férrea intimidad de los hogares, que ofrece
la penosa realidad del sufrimiento ajeno y de los peligros que nos acechan con
su ominosa cercanía por esa certeza de su impiedad sin fronteras. El Estado
viene haciendo, sobre la marcha y a empujones, lo que tiene a su alcance en su
función de protector de la sociedad y la gente debe confiar en el buen criterio
de los científicos y especialistas, desechando las charlatanerías de los
aprovechados e ignorantes.
¿Qué queda para hacer
intramuros hogareños?
Las estadísticas serias y
confiables que suelen apuntalar a la historia, me darán la tardía respuesta de
aquí a nueve meses.
Gonio Ferrari
Periodista “casi” en reposo
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