31 de marzo de 2020

Decisión propia en la drástica disyuntiva

NI SIQUIERA HAY QUE PENSARLO: LA
VIDA  POR  ENCIMA DE LA ECONOMÍA
   Todos los túneles -no confundir con las cavernas- tienen entrada y su correspondiente salida, sin importar la distancia que pueda existir entre ambos extremos.
   Caminamos en un túnel, tenebroso pero túnel al fin, con acceso y egreso como Dios manda ya sea para el paso de un tren, en carreteras sin final o en cualquier otro terreno y si pudiéramos evaluar por la realidad en qué lugar nos encontramos, sería aventurado sostener que estamos en el comienzo o cerca de sorprendernos con esa belleza que es la luz: digamos, para ser equilibrados, que casi llegamos al medio y sin posibilidades ni ansias de volver atrás.
   Venían de regreso y en dirección opuesta los que viajaron a negociar dólares, los sindicalistas prebendarios con su voto de silencio, los políticos apegados a la miseria de amarrocar  sin dejar un peso al prójimo, pero disponiendo de dinero nuestro -de todos- para según ellos beneficiar a los desposeídos; los espíritus vergonzantes de los prófugos,  empresarios apegados a la angurria pese al sufrido estoicismo de la sociedad y aquellos que optaron por el exilio tardío que les garantizara no salir perdiendo. Y uno que otro juez vacunado contra la memoria y por las dudas con una dosis de refuerzo, militante del “vistagordismo”. 
   Dejábamos atrás a los agazapados demonios de la cuarentena, del contagio y de los adioses; al hiriente y estruendoso silencio del encierro, a la impunidad de los ignorantes e imbéciles paseanderos…
   Estábamos salvados aunque se cortara el frágil cordel que emparentaba a la solidaridad con la hipocresía y divorciaba a los diferentes hermanados en el espanto. En suma, volvíamos a lo de antes pero ahora somos menos y al Destino se le ocurrió encomendarnos la tarea de cicatrizar las heridas del tejido social que a la hora del llanto hizo que se abrazaran los opulentos del country con los postergados del tungatunga.
  Preservamos el cuero y parchamos el futuro, porque se hizo prevalecer la vida por encima de las lacrimógenas telarañas de una economía desquiciada tanto por el coronavirus letal, como por la avidez de aquellos a quienes todos nosotros los acostumbramos a no perder y no quisieron aportar su reclamada cuota de sacrificio, no de quebrar, sino de embolsar menos.
   Porque más allá de la política, de los caprichos ideológicos, del partidismo, de las demagogias, de las burlas a la Justicia, de las ausencias programadas y del conventillo emergente, desde el más encumbrado nivel nacional se optó por amparar el valor de la vida por sobre la inminencia de una economía que por su endeblez y una mentirosa y malsana vulnerabilidad con que la vistieran, presagiaba la desintegración nacional en lugar de planificar su recuperación en un país tan ubérrimo como el nuestro.
   Aparte, quedó flotando en el mínimo horizonte del túnel una nube de indignación y desconcierto cuando se tuvo la certeza que ningún político, legislador, dirigente, asesor o ñoqui hubiera tenido el ¿esperado? gesto de donar para destinar a la lucha contra el virus, sus sueldos y dietas de estos días en que no aparecen, no sesionan ni trabajan y están inclinados a la práctica de un pernicioso e inconducente alpedismo.
   Los acaudalados que siempre se enriquecen incluso con la desgracia ajena, ahora buscarán igualarse en el abrazo de la victoria contra la peste con aquellos que dejaron jirones de sus vidas, retratos de ausentes y llantos estériles. Dentro de todo, en la luz al final del túnel la palabra “vida” eclipsa a su vapuleada y despreciada oponente que es la economía.
   Aunque ellos no dejan de ser ricos, seguimos vivos y retomando, felices y esperanzados, la lucha diaria como históricamente ha sido, siempre y cuando al túnel del encierro, las tinieblas y las dudas lo hayamos dejado atrás.
Gonio Ferrari




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