VIDA POR ENCIMA DE LA ECONOMÍA
Todos los túneles -no confundir con las
cavernas- tienen entrada y su correspondiente salida, sin importar la distancia
que pueda existir entre ambos extremos.
Caminamos en un túnel, tenebroso pero túnel
al fin, con acceso y egreso como Dios manda ya sea para el paso de un tren, en
carreteras sin final o en cualquier otro terreno y si pudiéramos evaluar por la
realidad en qué lugar nos encontramos, sería aventurado sostener que estamos en
el comienzo o cerca de sorprendernos con esa belleza que es la luz: digamos,
para ser equilibrados, que casi llegamos al medio y sin posibilidades ni ansias
de volver atrás.
Venían de regreso y en dirección opuesta los
que viajaron a negociar dólares, los sindicalistas prebendarios con su voto de
silencio, los políticos apegados a la miseria de amarrocar sin dejar un peso al prójimo, pero disponiendo
de dinero nuestro -de todos- para según ellos beneficiar a los desposeídos; los
espíritus vergonzantes de los prófugos, empresarios apegados a la angurria pese al sufrido
estoicismo de la sociedad y aquellos que optaron por el exilio tardío que les
garantizara no salir perdiendo. Y uno que otro juez vacunado contra la memoria
y por las dudas con una dosis de refuerzo, militante del “vistagordismo”.
Dejábamos atrás a los agazapados demonios de
la cuarentena, del contagio y de los adioses; al hiriente y estruendoso
silencio del encierro, a la impunidad de los ignorantes e imbéciles paseanderos…
Estábamos salvados aunque se cortara el
frágil cordel que emparentaba a la solidaridad con la hipocresía y divorciaba a
los diferentes hermanados en el espanto. En suma, volvíamos a lo de antes pero
ahora somos menos y al Destino se le ocurrió encomendarnos la tarea de
cicatrizar las heridas del tejido social que a la hora del llanto hizo que se
abrazaran los opulentos del country con los postergados del tungatunga.
Preservamos el cuero y parchamos el futuro,
porque se hizo prevalecer la vida por encima de las lacrimógenas telarañas de
una economía desquiciada tanto por el coronavirus letal, como por la avidez de
aquellos a quienes todos nosotros los acostumbramos a no perder y no quisieron
aportar su reclamada cuota de sacrificio, no de quebrar, sino de embolsar
menos.
Porque más allá de la política, de los
caprichos ideológicos, del partidismo, de las demagogias, de las burlas a la
Justicia, de las ausencias programadas y del conventillo emergente, desde el
más encumbrado nivel nacional se optó por amparar el valor de la vida por sobre
la inminencia de una economía que por su endeblez y una mentirosa y malsana
vulnerabilidad con que la vistieran, presagiaba la desintegración nacional en
lugar de planificar su recuperación en un país tan ubérrimo como el nuestro.
Aparte, quedó flotando en el mínimo
horizonte del túnel una nube de indignación y desconcierto cuando se tuvo la
certeza que ningún político, legislador, dirigente, asesor o ñoqui hubiera
tenido el ¿esperado? gesto de donar para destinar a la lucha contra el virus,
sus sueldos y dietas de estos días en que no aparecen, no sesionan ni trabajan
y están inclinados a la práctica de un pernicioso e inconducente alpedismo.
Los acaudalados que siempre se enriquecen
incluso con la desgracia ajena, ahora buscarán igualarse en el abrazo de la
victoria contra la peste con aquellos que dejaron jirones de sus vidas,
retratos de ausentes y llantos estériles. Dentro de todo, en la luz al final
del túnel la palabra “vida” eclipsa a su vapuleada y despreciada oponente que
es la economía.
Aunque ellos no dejan de ser ricos, seguimos
vivos y retomando, felices y esperanzados, la lucha diaria como históricamente
ha sido, siempre y cuando al túnel del encierro, las tinieblas y las dudas lo
hayamos dejado atrás.
Gonio Ferrari
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