1 de enero de 2021

¡Chau 2020 y que pase el que sigue!

 ¿SERÁ LA PANDEMIA LO QUE SE SOSPECHA, EL CASTIGO
DIVINO QUE LOS DIOSES  APLICAN AL GÉNERO HUMANO?
 
   No recuerdo ya a mi avanzada edad, que hubiera existido un año en que masivamente la Humanidad lo hubiera despedido como se despide a sus peores enemigos, pese a las guerras, los cataclismos, los quebrantos de sociedades que se consideraban prósperas y las estigmatizaciones regionales padecidas por haber sido planetariamente escenarios -geográfica y temporalmente hablando- de sucesos que nos marcaron para todas las eternidades.
   Una de las razones de tal apreciación nace por el hecho  fundamental de haberlo vivido, de seguir padeciéndolo, de ignorar si alguna vez morirán sus efectos residuales o si seguirá retroalimentàndose hasta nuestro exterminio y no es una loca idea nacida de una mente destructiva, sino el análisis primario de una realidad inicialmente tomada como manejable pero que se fortaleció merced a dos elementos: que el virus es más dinámico que nuestra ciencia y que la raza humana viene demostrando su manera más displicente y suicida de enfrentarlo.
   Se despidieron estos 366 días de los que pese a su condición de portadores de la desgracia, del dolor y del luto, nos dejan algunos detalles y situaciones vividas que ahora son para rescatar e ingresar a esa gigantesca y apolítica biblioteca de conocimientos que es la memoria donde queriendo o no, todo se atesora.
   Así como vimos el sufrimiento, la angustia, los pesares, el quebranto de la economía, la impotencia frente a eso de no despedirse mientras mirábamos de reojo y sin querer ver las estadísticas que poco a poco y hora tras hora nos iban acercando a los adioses, tuvimos también esas fugaces alegrías de advertir solidaridades que creíamos en letargo, sacrificios que ya teníamos sepultados en los olvidos y regocijos frente a lo que no mucho tiempo atrás eran reencuentros con nuestros afectos resignados a las distancias impuestas y a las lejanías decretadas.
   Fue en estos terribles y cercanos tiempos del miedo, ese que las ideologías destinan a la paralización de las sociedades, de las protestas por los razonamientos sospechados de coherentes y de las conductas contestatarias, mientras entre las tinieblas del silencio instrumentan medidas inesperadas y antipopulares al amparo del pánico ciudadano y de la confusión aposentada en buena parte de la comunidad.
   El festival de ajustes en precios de servicios e impuestos resuelto en las últimas horas, le otorga al gobierno un diploma a la insensibilidad.
   Por eso llegamos a entender aquello tan percudido de las cortinas de humo fogoneadas por el terror al virus y su consecuencia de la desintegración humana, cuando fuimos advirtiendo que a la sombra de la peste conculcaban derechos, violaban la Constitución, implantaban en la sociedad argentina un sistema carcelario e insistían tozudamente en remiendos e improvisaciones -consecuencias de errores y omisiones cometidas- desechando experiencias aplicadas en otras latitudes.
   Tarde se dieron cuenta en las últimas horas que el explosivo cóctel de un gobierno ciclotímico y desorientado y un pueblo permanentemente confundido al pintársele una realidad equivocada, en algún momento tenía que eclosionar y así lo están demostrando los números inapelables del crecimiento de casos y de muertes lo que llevaría a la extrema medida de sacar a la calle a fuerzas militares para disolver reuniones clandestinas o que superen los límites de lo permitido.
   Ya está llegando y para algunos pueblos el nuevo año ya llegó sin cambiar nada porque los milagros no existen, sino los buenos resultados de la unión entre la sabiduría y el buen criterio de los que mandan sumados al instinto de conservación de quienes tienen -tenemos- como única alternativa la obligación cívica de obedecer.
   Imposible plasmar el clamor de terminar con los yugos porque somos todos responsables del desastre y dueños del Destino que nos enfrentó con armas inexistentes para la ciencia, a un enemigo demasiado poderoso, cambiante, silencioso y letal.
   Más de un autotitulado científico de los tantos que se asomaron a nuestro convulsionado y mediático mundo en estos últimos meses debiera tomar seriamente en cuenta un inteligente postulado de Karl Popper: “La ciencia será siempre una búsqueda, jamás un descubrimiento real. Es un viaje, nunca una llegada”.
   En esta etapa crucial de sobremorir más que de sobrevivir, tengamos la templanza de no claudicar y de sentirnos más solidarios en la desgracia, más hermanos sin fronteras, más humanos en la lucha porque es mucho, casi infinito, el tiempo que nos llevará recomponer esta enorme fractura de la Humanidad.
   Hemos dejado atrás y para la oscura historia universal un año terrible, eterno para unos y aterradoramente dinámico para otros, que para colmo y al ser bisiesto tuvo un día más para hacernos sufrir.
   Y la verdad, es para creer que la Humanidad víctima de la pandemia y de los errores y angurrias de sus gobiernos, por mal que se haya portado no merece tanta desgracia.
Gonio Ferrari



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