BOLSAS DE LOS SUPER:¿HAY QUE
PAGARLAS O DEBEMOS COBRAR ?
Dentro de las diferencias que se han planteado en el seno de los distintos sectores involucrados con relación al tema de las bolsas que entregan los supermercados con la mercadería, hay un aspecto que de alguna manera -con intención o sin ella- ha quedado marginado y al que nadie se refiere.
Discuten el costo de las nuevas bolsas que van desde los 25 a los 27 centavos más o menos, o sea que si la cobran 40 centavos, representaría una ganancia extra para los empresarios aunque se reduciría el uso inmediato de ese elemento para la colocación de residuos, que después se depositan en las veredas y en detrimento de los fabricantes de las bolsas negras especiales para ese destino.
En este punto voy a mechar una anécdota que viene al caso.
Años atrás me tocó pasear mi ignorancia del idioma inglés por las calles y negocios de la maravillosa Nueva York, embobado por el espectáculo que para un provinciano significaba estar viendo una ciudad edificada encima de otra.
De paso por una gran tienda me tentaron los precios y algunos productos que todavía no conocíamos en estas pampas y la excitación fue más fuerte que la curiosidad: entré al negocio, pese a que en la puerta había un “piquete” móvil de gente que caminaba en círculos por la vereda portando carteles y pancartas que obviamente eran de protesta por algo.
Las compras cabían en cuatro bolsas medianas, algo incómodas de llevar, pero la gentileza de quienes protestaban me lo solucionó, con la entrega de dos bonitas y coloridas bolsas con lo que reduje la cantidad de bultos a la mitad.
Por ser extraño en la urbe gigantesca, tomé como natural que la gente lugareña me mirara con curiosidad y en un arranque de exagerada autoestima llegué a pensar en lo “gustativo” que estaba este cordobés paseando por esas anchas y lejanas veredas.
Feliz por lo vivo y pícaro que había sido de aceptar el regalo, caminé y caminé hasta ampollarme los pies porque Nueva York lo merecía y era un desperdicio tomar taxis o moverse en el subte, hasta que llegué hasta mi hotel.
En uno de los recovecos de mi memoria todavía guardo la cara de espanto más que de sorpresa, que puso el conserje cuando le pedí la llave de mi room, hasta que casi entre lágrimas y con su voz empequeñecida me dijo que en las bolsas, con letras rojas, decía “No compre en tiendas de judíos”.
Ya era tarde: me había graduado como imbécil y gratuito difusor callejero.
Quiero volver a nuestra geografía actual sin olvidar aquel penoso episodio.
Habría que preguntarse si las bolsas que nos venderán a 40 míseros centavos en los súper, tendrán su logotipo, algún dibujo, referencias al negocio o a la marca de cualquier producto que “esponsoree” esos envases.
Porque si es así y eso se aprueba, que se vayan perdiendo esas bolsas por ahí o que las entreguen sin cargo.
De lo contrario, sería utilizarnos a nosotros, los clientes, como incautos y no rentados propagandistas de una firma, que para pasear la marca por las calles debiéramos cobrar en lugar de pagar.
Gonio Ferrari
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