ESA VIEJA VOCACIÓN
DE SENTIRSE VÍCTIMA
No caigamos a la torpeza revisionista de cuestionar lo que hicieron con sus armas y sus ideas los románticos hijos de doña Hebe, ni plantear dudas acerca de eso que tanto hablan sobre la supervivencia de la que estarían gozando en Europa, porque sería -dicho con toda justicia- restarle méritos a la lucha por los derechos humanos de esta señora, quien para no pocos es un símbolo.
El problema radica en la coherencia o no de sus actos; en el respeto o la costumbre del insulto; en el pedido de verdad y memoria, cuando su visión de la historia es parcial, mentirosa y manipulada al antojo y acomodo de su ideología.
Porque en realidad y con el tiempo, tanto la memoria como la historia guardarán a las dos Hebe: la luchadora a brazo partido contra las dictaduras -no todas- y por otro carril, su condición de empresaria de un emprendimiento social en el que emparentó a dos justiciados parricidas en una temeraria actitud de sobreprotección que terminó en la sospecha de una asociación ilícita voraz y desvergonzada, para la administración de dineros que no eran propios sino de la gente.
La Justicia no la citó ya por segunda vez en su carácter de adalid de los DDHH sino por los desmanejos y el desvío de fondos en el plan de viviendas “Sueños compartidos” que terminó siendo una pesadilla, originariamente sustentado en una solidaridad que se evaporó, corporizándose después en el dispendioso lujo que al amparo de la impunidad de entonces lució Sergio Schoklender, su amadrinado.
La convocan por otro tema, pero ella que viene arrastrando esa vieja costumbre de victimizarse, ha encontrado una manera ideal de sentirse perseguida, acosada y acusada y hará todo lo posible por hacerse conducir “por la fuerza pública” para generar escándalo, cuando se trata de un deber cívico responder con la presencia y no esquivar a la Justicia.
Para doña Hebe todo aquel que no comulga con su provocadora manera de pensar es un fascista, hasta el punto de sostener que los que fueron a pelear en Malvinas debieran haber muerto, sin dejar de lado aquella escatológica y asquerosa performance teatral en la que participaron algunos de sus seguidores, de tomar como baño el frente y el altar de la Catedral de Buenos Aires, aunque en honor a la verdad esa vergüenza internacional fue tomada como al pasar por el Papa Francisco.
Disponer en beneficio propio o de terceros de los fondos públicos asignados a un destino social es un delito, y doña Hebe pese a sus años en los que muchos justifican sus desequilibrios emocionales y su incontenible verborragia a veces cloacal, tiene la obligación de responder dejando de lado las especulaciones y sus enfoques personales que descalifican a la Justicia.
No debe olvidar esta señora, entre otras cosas, que es un trámite con el que se procura poner en claro maniobras que ocasionaron daño, tristeza y mayor marginación en quienes resultaron afectados por la angurria y el saqueo de los que resultaron víctimas.
Nadie por ahora le reclama por los mártires inocentes -más allá de quienes vestían uniforme militar y eran parte del terrorismo de Estado- inmolados en nombre de una apetencia de poder a través de las armas.
Esa es otra historia escrita con sangre y aún pendiente de Justicia.
Gonio Ferrari
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