ORLANDO BARONE, DESDE SU DELIRIO
A LA HUEVADA DE “BERNY” NEUSTADT
Jalonada por risueños o
impactantes ejemplos, añejos o contemporáneos, está poblada desde el fondo de
los tiempos la historia de los papelones protagonizados por mis colegas
periodistas, en sus versiones tanto masculinas como femeninas. No es cuestión de
hacer ahora un recordatorio de los más salientes o difundidos con lo que -de
paso- evito figurar allí porque alguna vez me tocó ser protagonista de un
fiasco.
Si comenzamos por uno de los
más recientes, aparece la demanda que anunciaron iniciará Orlando Barone, ex
“espada mayor” del militante espacio kirchnerista 6-7-8 que difundía la TV
oficialista, con especial dedicación al menoscabo, la ofensa, la descalificación,
la ridiculización y la ignominia hacia todo aquel invitado o entrevistado que
osara cuestionar al modelo nacional & popular vigente por más de una década
o que no comulgara con sus postulados.
Barone a veces lucía una
estudiada ironía pero su alto compromiso con el gobierno lo hacía derrapar y
caía con frecuencia a la cuneta de la irrespetuosidad, la agresión y la
infamia.
Resumiendo, Barone era una
especie de impune y bien remunerado torturador civil con capucha de periodista.
Pero cayó en la misma actitud
de imprevisión política que muchísimos de sus conmilitones, albergando esa
íntima certeza de gozar del poder a perpetuidad, hasta que la realidad de las
urnas le hizo saber -pero no entender- que estaba equivocado. Y el ex redactor
de “Clarín” durante la dictadura militar y de “Ambito Financiero”, recordado
defensor de Carlos Saúl I de Anillaco se quedó sin pantalla y ahora, ofendido y
sintiéndose humillado, reclama una suma -dicen que millonaria- en un pleito que
le plantea al Estado por sentirse “estigmatizado” y marginado del mundo laboral
porque nadie lo convoca: se siente un paria.
Realmente, una actitud rayana
en el delirio porque Barone jamás lució prurito alguno para marcar, afrentar,
ridiculizar o ningunear a quienes pensaran distinto, transformándose en uno de
los más perversos descalificadores de la profesión y ahora mariconea
victimizándose, fiel a un estilo que impusiera desde la cúspide la corriente
política e ideológica que lo ubicara en el pináculo de la TV sectaria.
Resulta que ahora somos nosotros -el Estado-
los culpables que Barone no tenga trabajo y pretenda a través de una demanda
laboral, engordar la fortuna que sin dudas amasó merced a las exageradas sumas
que percibía en su conchabo de aplaudidor o agresivo e idemne agraviador pagado
por la misma gente; por el mismo pueblo.
Más allá de sugerirle a ese
personaje (y a su patrocinante, el ex titular de Aerolíneas Argentinas durante
la década saqueada) una prolija lectura del Estatuto del Periodista
Profesional, ley 12.908 para que busque allí un motivo valedero que apoye sus
alocadas pretensiones, es aconsejable pedirle algo de honorabilidad y un mínimo
de autocrítica, al sentirse agraviado por actitudes que fueron parte de su
propio estilo en la práctica profesional.
Y viajando en la máquina del
tiempo, viene a la memoria aquel difundido episodio, aunque no netamente
periodístico pero vinculado con un cuestionado símbolo mediático que supo ser
socio de Mariano Grondona y acérrimo defensor de Carlos Saul. Viajó a su
segundo hogar, Punta del Este, para gozar de las arenas y el mar con su joven
segunda esposa y permitió que la prensa farandulera de entonces -tan despiadada
como la actual- lo inmortalizara en un íntimo momento de su soleado descanso.
La foto de ese instante se
universalizó y quedó para la historia.
¿Cuál es la ligadura de aquel
suceso con la plañidera y quejumbrosa actualidad de Orlando Barone? Muy simple,
básica, elemental y tribunera: de manera documentadamente sutil, Bernardo
Neustadt le mostró al mundo algo que tenía.
Porque hay que bancársela
quedarse sin laburo en una actividad que requiere algo de equilibrio y
tolerancia, sin dejar de lado el respetuoso perfil crítico. Así como Barone
desde su tribuna televisiva humillaba a cualquier opositor y aconsejaba
paciencia, que se incline ahora por esa sabia postura y espere que los tiempos
cambien.
Es preferible y más honroso
esperar, que andar mangando lástima o reparaciones económicas a un Estado del
que se sirvió, también, sin pudor y sin medida.
Gonio Ferrari
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