1 de mayo de 2020

Con la salvaje pandemia de por medio


EN ESTE  DÍA DEL TRABAJADOR, UN JUSTO
HOMENAJE A LOS VERDADEROS MÁRTIRES
   Hoy es el día nuestro, de los que por convicción y alta responsabilidad hemos abrazado desde décadas atrás la cultura del trabajo, que no deja de ser una innegociable actitud frente a la vida que nos enaltece ante la sociedad.
   Y no es tanto para festejar, sino para evocar en el respeto a los mártires de Chicago y su sacrificio, al entregar sus vidas en la lucha por reivindicaciones que por aquellos años eran una de las tantas utopías para el reinado del capitalismo. No hay para qué extendernos en discursos, sino más bien en una especie de enunciación de principios, que hacen a la dignidad de trabajar.
   Como siempre y en casi todo el mundo, la celebración del día del trabajo, o del trabajador, es motivo para reuniones multitudinarias como los casos de La Habana, Moscú y la inestable Caracas por ejemplo, o con la parcial inactividad y la sagrada expresión del locro, entre nosotros. Aquí el clima en los años más recientes ha sido adverso para los seguidores del criollo potaje, porque la temperatura más cercana al calor que al fresco, acentúa los efectos de una ingesta descontrolada.
   Los efectos se advierten recién por la noche o entrada la madrugada, cuando es común que en los casos de los matrimonios, se produzcan ruidosos y momentáneos divorcios o despavoridos abandonos del lecho, lo que seguramente se potencia con el obligado encierro “interpandémico” que ya superó los 40 días.  
  Quiero de paso ofrecer un humilde reconocimiento a todos los dirigentes sindicales que ofrendaron buena parte de sus vidas y en muchos casos la vida misma, en la diaria fragua de la lucha gremial, sin claudicaciones ni privilegios. A los que siguieron siendo ejemplo de fervor laboral en su trabajo cotidiano y no vivieron prendidos a la licencia sindical, en cuyo nombre se cometen tantos abusos.
  Quiero eximir de este reconocimiento, por estrictas cuestiones de justicia, a los que se sirven de su condición de dirigentes en provecho propio, de sus familiares, de los amigos y de las amigas, porque no merecen figurar en el cuadro de honor de los honestos sino en la revista “Forbes” que califica a los financieramente poderosos.
  Quiero, en definitiva, valorar el esfuerzo de tantos hombres y mujeres que se dignifican laburando, sacrificando su descanso, buscando siempre algo más para hacer; para sentirse útiles, para saberse capaces, que es la manera más maravillosa de sentirnos libres.   
  El actual marco referencial no es el mejor, con el preocupante número de desocupados reflejado en las estadísticas, el deterioro del salario en su poder de compra, los aumentos en mercaderías y servicios y una inflación agazapada que nos castiga sin misericordia.
  Por otra parte las becas a la vagancia (algunos les llamaban y les llaman planes o subsidios) no hicieron otra cosa que robar la poca dignidad que les quedaba a muchos argentinos, que prefirieron y aún optan por eso: la dádiva en lugar de transpirar, precisamente para dignificar y adecentar lo que cobraban y miles cobran como ñoquis.
 Debemos reconocer también la culpa de muchas empresas, que cuentan con dos curiosos mecanismos destinados a la reducción de sus planteles: las tecnologías aplicadas a mansalva, la utilización de jóvenes necesitados que son “empleados” porque el gobierno paga una parte del sueldo lo que sirve para “desprenderse” de trabajadores que les resultan “más caros” y la injuria del pago en negro, no para beneficiar al trabajador, sino como otra manera de evadir tributos e impuestos.  
 Seguramente con la madurez democrática que pese a todo aún no hemos fortalecido como para aplicarla en plenitud, llegará el momento en que la sinceridad se coloque por encima de la especulación.
Y se haga carne en los argentinos aquello que sostenía Ghandi: “Dios ha creado al hombre para que gane su sustento trabajando, y ha dicho que aquel que come sin trabajar, es un ladrón”.
Gonio Ferrari

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